A estas alturas ya casi todos habrán visto la campaña «Esto sólo lo arreglamos entre todos«, promovida por las Cámaras de Comercio. La campaña cuenta con el apoyo de numerosas personas del mundo del deporte y la televisión, entre otros, y tiene como objetivo instaurar en la población un mensaje de ánimo y optimismo frente a la situación actual. En su web se pueden encontrar diferentes vídeos en los que se anima al espectador a mirar a su alrededor con más alegría y menos pesimismo. Hay gran cantidad de mensajes de superación que abarcan tanto lo físico para buscar paralelismos -parapléjicos que buscan una integración cómoda- como directamente lo económico -pequeños empresarios que hacen grandes sacrificios en cuestión de tiempo y vida social-.

En mi opinión la campaña es suficientemente ingenua como para no prestarle atención. Sin embargo, de la preguntita de marras se deriva una idea que me parece interesante poner encima de la mesa una vez más: ese falso sentimiento de comunidad que aparece cuando llega una crisis económica. Es la misma idea que propugnan los ministros, empresarios y gobernadores de bancos centrales cuando llaman a «ajustarse el cinturón». Pero yo impugno esa idea: no todos tenemos la misma responsabilidad ni todos tenemos que contribuir de la misma forma a solucionar ni este ni cualquier otro problema económico.

El error es de perspectiva. Es crucial entender que unos y otros jugamos un rol muy diferente dentro de la actividad económica y que, por lo tanto, tenemos intereses distintos. Dichos intereses a veces van en la misma línea, otras veces son independientes y otras muchas son totalmente contrapuestos. Pero nunca todos navegamos en la misma dirección. Las grandes empresas persiguen objetivos distintos que las empresas medianas y pequeñas, que los autónomos y, sobre todo, que los trabajadores. Sería ridículo pretender que existen fórmulas para acomodar todos estos intereses.

Parece de perogrullo, pero es un pensamiento muy extendido. Además de en la calle, donde se «sobreentiende» que cuando llega la crisis a España es que ha llegado a todos los españoles y que cuando «España va bien» es que todos vamos bien, ahora mismo recuerdo dos contextos diferentes en los que se asume la idea con total naturalidad: la teoría económica enseñada en las facultades y los debates sobre nacionalismo. En la teoría económica neoclásica no hay perspectiva de clase y sólo existen consumidores y empresas que se diferencian por sus rentas. Y en los debates sobre nacionalismo se antepone el sentimiento de nación al lugar que se ocupa en la producción, y de ahí nacen las peculiares alianzas entre empresarios y trabajadores.

Pensar de esa forma es alejarse de la realidad. Porque en la realidad, que es lo que nos debería importar, es evidente que no todos somos iguales ni participamos por igual en los problemas. Por ejemplo, ya me dirán qué responsabilidad en la crisis han tenido la mayoría de los destinatarios de la campaña en cuestión. A mí me resulta demasiado cínico pensar que los millones de personas que como consecuencia de la crisis han perdido su empleo ahora tienen que poner buena cara y animar a sus conciudadanos a hacer lo mismo. No me imagino a un parado animando a Botín, y me resulta indignante pensar en Botín animándole a él.

En todo caso, ese alejamiento de la realidad es claramente interesado: se desvía la atención de lo que muchos consideramos es la clave para entender esta sociedad: la lucha de clases. Muchas veces sólo hace falta saber quién está detrás de un mensaje y quiénes lo apoyan para saber qué se quiere decir en realidad.