El pasado 1 de mayo el programa Spotify dejó de ofrecer sus servicios de forma gratuita y sin restricciones, lo que ha reavivado el debate sobre el coste de la música. Hasta entonces Spotify ofrecía la posibilidad de escuchar toda la música de su catálogo al simple coste de soportar de vez en cuando algunos spots publicitarios. Como una radio de toda la vida pero sin los locutores. La gente parecía estar contenta y muchos dejamos de descargar música desde internet, pues nos resultaba más cómodo navegar por el catálogo de la empresa. De hecho este sistema parecía una respuesta al interrogante sobre el futuro de la industria musical.

Sin embargo, los datos económicos señalaban que ese sistema tal y como estaba montado no era satisfactorio. O, dicho en términos precisos, que Spotify no era rentable. Los ingresos por publicidad y por las cuotas pagadas por los usuarios de pago no superaban a los costes de todo tipo (pago de derechos, infraestructuras y salarios, supongo). Y al final los directivos han tomado la decisión de crear un sistema de incentivos para empujar a los usuarios del sistema gratuito hacia el sistema de pago.

Lógicamente esto tiene varias consecuencias que son también económicas. Una gran parte de los usuarios del servicio gratuito se han pasado a otras alternativas, entre las cuales parece destacar Grooveshark; unos pocos se han mantenido ya que incluso con las restricciones les merece la pena el programa (probablemente porque lo usen poco); y finalmente el resto se habrá decantado por suscribir una versión de pago dentro de las ofertas existentes (de 5 y 10 euros al mes). Es de suponer que los cálculos de la empresa esperan que la tercera opción sea suficiente para, ahora sí, rentabilizar Spotify.

Es de lógica económica que mientras exista una alternativa gratuita que ofrezca una calidad idéntica o similar a Spotify sucederán dos cosas: habrá desplazamientos en el servicio y Spotify no podrá tensar mucho la cuerda. A falta de esa alternativa lo más probable es que el precio de Spotify, entonces actuando en monopolio, subiera bastante más. Ahora bien, ¿será viable económicamente Grooveshark? También es de suponer que con el crecimiento de los usuarios los costes se incrementarán (tendrán que mejorar las infraestructuras, es decir, los servidores que permiten que todo funcione correctamente) y sin embargo los ingresos serán los mismos que tenía Spotify (tanto por publicidad como por usuarios de pago).

Pero la cuestión que yo veo más importante es el debate de fondo. ¿Cuál es la alternativa a un sistema como este en el que una empresa hace de intermediaria entre las discográficas (o el artista) y el usuario y encima lo hace adecuándose a la técnica moderna? Yo veo en el debate dos extremos que utilizan argumentaciones bastante tramposas. El primero, el de las discográficas y sus lobbies (como la SGAE) que quieren hacernos creer que una descarga es automáticamente una venta menos -no saben lo que es la elasticidad precio, que explica que a incrementos de precio la demanda disminuye o, lo que es lo mismo, que hay tantas descargas porque su coste es cero-. Y el segundo, el de los que buscan un gratis total alegando que ya vivimos en mundos inmateriales o argumentaciones similares, algo que no se sostiene porque sencillamente detrás de ese producto hay costes que hay que cubrir de alguna forma.

Y es que los músicos por muy anticapitalistas que sean si quieren vivir de la música tienen que producir de forma rentable, al menos en este sistema en el que vivimos. Y la apuesta por un sistema en el que una empresa intermedia entre los artistas (eliminando, si es posible, a las discográficas) y el usuario final, y lo hace ofreciendo un precio asequible, me parece muy adecuado. Las otras dos opciones me parecen, por el contrario, desechables. La primera porque responde a los intereses concretos de una industria en decadencia por el propio progreso técnico que ha modificado el mercado musical, y la segunda porque condena a los grupos y artistas a la obtención de ingresos vía conciertos. Y no tengo tan claro que los conciertos sean la única salida para los grupos, ya que el negocio de los conciertos incluye muchas otras variables a tener en cuenta: promoción previa (que es cara), intermediarios de todo tipo, y la concentración geográfica que es requisito indispensable.

Personalmente creo que reinará la incertidumbre sobre el futuro de la música y su distribución durante mucho más tiempo. Pero hasta el momento entiendo que podemos ir rechazando posturas intransigentes, elitistas o simplemente irracionales. Digo yo.

PS: El problema, tal y como yo lo veo, habría que reorientarlo hacia la capacidad de compra de la gente, que resulta claramente insuficiente en relación a la naturaleza del gasto.