Quizás por culpa de la literatura y el cine de ciencia ficción, la mayoría de nosotros solemos pensar que el gobierno de los Estados Unidos cuenta para su departamento de defensa con las mejores herramientas informáticas. Además, las tesis conspiranoicas apoyan esa idea, dándonos a entender que el gobierno de Estados Unidos es capaz de ocultar extraterrestres, vigilarnos a todos a través de las redes sociales y otros mecanismos y espiar todos los rincones ocultos del planeta. El caso más espectacular es el de ECHELON, una red de espionaje de la que hasta la Unión Europea se ha hecho eco, y que ha servido de inspiración para aún más literatura y cine del estilo.

Nunca podremos saber qué hay de verdad y de mentira en estos temas, y yo prefiero apostar por un escepticismo radical ante estos temas. No es que no me importa que me vigilen, sino que dudo de la capacidad actual de los gobiernos para controlar tanta información y utilizar de forma efectiva las herramientas que las tecnología les proporciona. Y es que, además, de vez en cuando sale a la luz pública algún desastre de la inteligencia estadounidense que debería hacer dudar a cualquiera.

La última ha sido la publicación de un retrato-robot de Bin Ladden, estimando cómo sería una vez se recortase la barba y se «arreglase» un poco para pasar desapercibido. Hasta ahí todo bien. En cuántas películas habremos visto esos retratos robots, que salen clavaditos a la persona que buscan. Pero al final se ha descubierto el truco, y nos toca de cerca. Al parecer un funcionario del gobierno estadounidense decidió no hacer un retrato robot sino utilizar una fotografía de Gaspar Llamazares para completar el «cómo sería Bin Ladden». Alta tecnología, vamos. Observad la foto y, especialmente, la parte de encima de los ojos.

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Y claro, nos quedamos un poco a cuadros al comprobarlo. Al menos Estados Unidos ha admitido el error, explicando que el funcionario encargado no se sentía satisfecho con el resultado del tratamiento informático (lo que lo hace aún más interesante al respecto de esta reflexión).

Si alguien ha visto el documental «El poder de las pesadillas» recordará cómo los marines estadounidenses llegaban a Iraq para buscar a Bin Ladden y se encontraban únicamente con montes pelados y agricultores iraquíes que no sabían qué estaba pasando. La búsqueda fue, por supuesto, infructuosa, pero deja en el documental un momento mítico y profundamente simpático.

Personalmente creo que el potencial de espionaje de los gobiernos es muy alto, y cada vez más gracias a los avances tecnológicos, pero también pienso que casi siempre mezclamos ciencia-ficción con realidad. Y los medios de comunicación juegan un rol clave aquí, exagerando y sesgando la información para hacerla aún más espectacular (¡y tienen que competir con las películas como Yo Robot o Echelon, donde los robots controlan a los humanos!).

De hecho recuerdo un caso de hace unos cuantos años que ocurrió mientras vivía en Rincón de la Victoria (Málaga). Un compañero de instituto aficionado a las descargas masivas de películas y videojuegos entró por error en un servidor del departamento de defensa estadounidense, al parecer en una base de submarinos nucleares. Pasadas unas semanas la policía española lo detenía en la facultad de informática y lo trasladaba de urgencia a Madrid acusado de terrorismo. Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia con titulares del tipo «Peligroso terrorista informático operaba en Málaga» o, el más sangrante, «El terrorista podría estar vinculado con Alqaeda». La televisión sacó imágenes de la policía entrando en su cuarto y registrándolo todo, algo cada vez más habitual. Le acusaron de provocar daños por 500.000 dólares, algo que en realidad era el coste de arreglar el «bug» o agujero de seguridad que tenía la red estadounidense. Los vecinos estaban sorprendidos, lógicamente, y todos nosotros también. Pero la historia tenía un límite, y lo más que pudieron sacar los periodistas fue declaraciones del tipo «sí, a veces nos roba la wifi de nuestra casa».

Quedó libre muy rápido y, además, el chico dejó la carrera de informática porque no le fue demasiado bien en los primeros años. Sin embargo, en el pensamiento colectivo siempre hubo un terrorista que era vecino mío.