Uno de las cosas que antes percibí al adentrarme en el estudio de la ciencia económica, en la misma facultad, fue la profunda brecha que existe entre las asignaturas de Economía y las de Empresa. Es un problema de naturaleza metodológica que deja al pensamiento liberal por los suelos, y del que he hablado varias veces a lo largo de la vida de esta bitácora (ver sección Metodología Científica).

Mientras las asignaturas de Economía están impregnadas del método cartesiano de disyunción y separación, para pretender ser científicas, las asignaturas de Empresa se orientan fundamentalmente hacia la actividad práctica. Son mucho más realistas, en sus supuestos y en sus objetivos.

Un ejemplo fundamental es el del consumo de productos. La teoría económica neoclásica -vendida como absoluta y única en los planes de estudio- viene a decirnos que las compras de productos se realizan como respuesta a las leyes de oferta y demanda. Si queremos explicar un fenómeno alcista en el consumo, no tenemos más herramientas que las de las rentas y precios. Si baja el precio, aumenta el consumo; si aumenta nuestra renta, incrementamos nuestra capacidad consumista.

¿Por qué? Metodológicamente porque las rentas y los precios son magnitudes cuantitativas, susceptibles de integrarse en los modelos matemáticos que otorgan estatus de ciencia a la economía, y filosóficamente porque los liberales no incluyen los factores que determinan las acciones en sus análisis, de modo que sólo tienen en cuenta el momento de la acción y no, por ejemplo, las motivaciones o condicionamientos del individuo.

Pero este mismo caso es tratado de forma muy diferente por las asignaturas de Empresa. Y es que, después de todo, estas materias tienen el objetivo de enseñar al alumno a obtener el máximo beneficio y no tienen interés en meterle en la cabeza mundos irreales que sólo sirven para dogmatizarlo. Para eso ya están las teorías económicas neoclásicas.

Los profesores de Marketing, por ejemplo, saben perfectamente que el incremento de consumo no puede explicarse únicamente por las leyes de oferta y demanda y que, de hecho, éstas apenas tienen incidencia en algunos consumos específicos (como el de automóviles, el textil, y especialmente todos aquellos relacionados con la estética). Saben que pueden conseguir maximizar sus beneficios no reduciendo el coste de sus productos, sino convenciendo al comprador potencial de que su producto le aporta más como persona. Maximizan sus beneficios en función de criterios cualitativos, en definitiva.

La asignatura de Recursos Humanos, por ejemplo, tiene casi todos sus capítulos dedicado a problemas de naturaleza cualitativa. Cómo incentivar al empleado, cómo motivarle para ser más productivo, cómo hacer para introducirse en un mercado laboral segmentado y encontrar empleados con capacidades interdisciplinares, etc.

Los empresarios no son tontos, y los sistemas internos de las empresas están muy bien montados. En este sentido, merece la pena revelar el encabezado de uno de los capítulos: «La planificación es necesaria para cualquier tipo de actividad», y su más que gracioso «la planificación estimula el pensamiento crítico» (que valora positivamente, por supuesto). Y es que todo el sistema interno de la empresa es complejo, interdisciplinar y flexible, y cuando buscan el beneficio no se andan con tonterias y saben que tienen que conocer la realidad para vencerla.

Las asignaturas de Empresa se nutren de la sociología, de la psicología y de tantas otras ramas de ciencia social tan necesarias para comprender la realidad. Incluyen, aunque sin decirlo, conceptos y teorías de Marx (risa da estudiar la «contra-alienación» del empleado), de los filósofos postmodernistas, de la teoría de sistemas y de los avanzados estudios relacionados con la interrelación de sistemas y nodos.

En contraste con esto, la Economía se quedó en el siglo XVIII, con las adicciones de los marginalistas en el pasado siglo. Y tan contentos todos. Qué científicos y qué chulos son.

Pero todo parece tener un sentido más allá de las disputas entre disciplinas. Y es que, como se ha podido deducir tras lo dicho anteriormente, la Economía crea el marco ideológico adecuado para no protestar y creer en la verdad (en el mercado, claro), mientras que Empresa crea al pragmático empresario que se centra en la realidad con el fin de sacar el máximo provecho de ella en beneficio de… los de siempre.