La llamada «crisis aérea» ha sido el tema estrella de este pasado fin de semana. Para mí ha sido también un conflicto especial porque lo he vivido y padecido personalmente, ya que mi vuelo de vuelta desde Bilbao estaba programado precisamente para el viernes por la noche. Tras siete horas en el aeropuerto finalmente desistimos -iba acompañado- y buscamos una vía alternativa para volver, algo que hicimos finalmente ayer domingo a última hora de la noche.

Como es evidente, he seguido de cerca toda la polémica. Lo primero que he de hacer notar es la dificultad que he tenido para formarme una opinión más o menos concreta. Desde que tuvimos noticias de la llamada «huelga encubierta» la versión de los «controladores» ha sido ocultada, minimizada o directamente manipulada a conciencia por los medios de comunicación y otros informadores. Por ejemplo, la megafonía de AENA responsabilizaba directamente a los controladores ante los miles de ciudadanos que en cada aeropuerto esperábamos nueva información sobre nuestro vuelo. No es de extrañar, por lo tanto, que la rabia de tanta gente encontrara en los controladores su blanco perfecto incluso a pesar de que desconociesen las exigencias de éstos.

La rabia de los pasajeros era comprensible, después de todo. El problema fue el uso político concreto, la manipulación, de esa rabia. Lo que yo veía en la televisión, estando todavía en el aeropuerto, era un populismo muy barato por parte de los políticos españoles y, obviamente, en particular de los señores Blanco y Rubalcaba. Con un éxito incuestionable, el gobierno y AENA convirtieron a los controladores en un colectivo-demonio que no sólo era culpable de la pérdida de vacaciones de miles de españoles sino que también se convertía en el colectivo más odiado de España por demostrar tanta insolidaridad al no aceptar una rebaja en la calidad de sus condiciones laborales en estos tiempos de crisis. Eso es, precisamente, lo que han repetido una y otra vez la mayoría de ciudadanos afectados.

Pero detrás de todo esto se pueden encontrar asuntos mucho más serios. El primero, la privatización de AENA. El segundo, los métodos y tics autoritarios del gobierno socialista. Y, el más importante, el efecto ejemplar que este conflicto tendrá en futuros problemas laborales en todo el país.

No podemos olvidar que este conflicto comienza en 1999 y que es, en esencia, un conflicto laboral. Con sus particularidades, por supuesto. Y son estas particularidades las que han beneficiado, y beneficiarán en el futuro, al gobierno socialista. Estamos hablando de un sector que algunos incluyen bajo el concepto de aristocracia obrera. Son empleados, pero muy bien remunerados. Sus extraordinarios sueldos parecen provenir de una mezcla de poder de negociación (es una profesión muy cualificada y sujeta a grandes responsabilidades) y de la herencia de antiguos convenios colectivos (que sellaron ese poder de negociación). Y esta situación la explota el gobierno socialista para poner a la opinión pública en su contra. Se trata de populismo porque, aunque técnicamente sean ciertas esas remuneraciones, los elevados sueldos ofrecidos en otros sectores nunca han sido puesto en duda. La privatización de AENA, ya en marcha gracias a las últimas medidas anticrisis del señor Zapatero, parece una razón de fondo mucho más importante y creible.

El gobierno de Zapatero nunca ha sido de izquierdas, al menos en materia económica, pero desde que comenzó la crisis lo es aún menos. Su giro a la derecha está siendo extraordinario y además es políticamente incomprensible, salvo que los asesores sean realmente militantes del Partido Popular. Y en este conflicto con los controladores el gobierno ha demostrado saber combinar a la perfección las medidas más liberales de los últimos años con un tic autoritario sin precedentes. Y es que militarizar un sector laboral aprovechando la rabia de la población -por otra parte promovida por el mismo gobierno- es toda una muestra de fascismo. Resolver problemas laborales por medio de decretos y usando al ejército es suficiente para validar tal afirmación.

Lo que nos lleva al aspecto más preocupante de esta particular crisis. Como muchos comentaristas han recordado, existen precedentes internacionales con el sector de los controladores. Y estos los encontramos en… la ultraderecha liberal estadounidense. En efecto, en los años ochenta Ronald Reagan se mostró implacable ante las demandas de los controladores estadounidenses y consiguió con ello destruir el sindicalismo en el sector. Y cundió el ejemplo y siguieron años de retroceso sindical y victoria de las políticas e ideología neoliberal. La misma que ahora se reivindica a sí misma a pesar de tener en su haber toda una verdadera crisis financiera internacional que está lejos de acabar.

Si el gobierno de Zapatero gana este pulso ante los controladores, como todo parece apuntar, el ejemplo puede ser demoledor para el sindicalismo español. Nada evitará que otros sectores caigan después. Y pienso muy especialmente en los trabajadores de servicios públicos (como el metro) y en los funcionarios en general. Y la estrategia será la misma en todos los casos: deslegitimación de tales sectores ante la opinión pública a través de unos medios de comunicación más que bien dirigidos para tales efectos, todo decorado con los aplausos de economistas liberales. Y recordemos que estamos hablando de un contexto muy especial: unos sindicatos muy poco combativos y en desuso, altos niveles de desempleo y una población que en su desesperación no dudará en lanzarse a los brazos del PP.

Nos esperan años de sufrimiento para una clase trabajadora que sigue desorientada y desorganizada. Por eso ahora es más necesario que nunca que los sindicatos y partidos políticos de izquierdas se radicalicen y pierdan sus complejos. Lo primero a exigir es, sin duda alguna, llamar a las cosas por su nombre y dejar de etiquetar al gobierno de Zapatero como «gobierno amigo».