El creador de la red social Meneame.net, Ricardo Gallir, ha desatado una pequeña polémica al criticar que el libro «Reacciona» (un alegato a favor de la movilización social), publicado por una editorial del Grupo PRISA, no esté disponible ni libre ni gratuitamente. En su web han contestado algunos de los autores del libro, como Nacho Escolar y Juan Torres, y la cosa no parece haberse aclarado sino todo lo contrario.

Yo soy partidario de que los libros se puedan difundir libre y gratuitamente (que son cosas distintas) por la red, tal y como hicimos nosotros mismos con los tres libros sobre la crisis que llevamos publicados en los últimos años. Pero como bien saben los lectores de esta web tampoco soy un fanático, y no puedo hacer pivotar mi discurso sobre este punto. Eso es lo que ha hecho, por ejemplo, R. Gallir. Y es que tal y como yo lo veo esta polémica se puede examinar desde el punto de vista de un análisis de ventajas e inconvenientes (o beneficios y costes, en un sentido racional-económico).

Publicar un libro en una editorial clásica tiene algunos inconvenientes obvios. El primero de ellos es que el precio será notablemente más alto que lo que sería si se publicase y distribuyese en formato ebook o incluso un formato .pdf. El segundo de ellos es que el libro se convierte en una mercancía, lo que quiere decir que entra a formar parte de un negocio que es a su vez parte del sistema criticado. Y especialmente si el beneficiario del negocio es una empresa del grupo PRISA.

Pero también hay notables ventajas, y también matices a los inconvenientes. El primero, casi anecdótico, es que al final no está tan claro que para el consumidor sea más barato el producto final. Leer en pantalla es algo que no hace casi nadie, y menos si se trata de libros densos. Al final imprimir unas 600 páginas de un libro puede salir bastante más caro, por aquello de las economías de escala. El segundo, y más importante, que las editoriales y su distribución son formas mucho más eficientes porque llegan a muchísima más gente. Y sobre todo llega a gente con un perfil distinto, pues no es el mismo tipo de persona la que lee textos políticos en internet que la que los lee en los libros de toda la vida.

Sé que hay cuestiones intermedias también. Por ejemplo, hay editoriales que permiten publicar en papel a precios elevados y compatibilizar esa cuestión con la publicación en ebook (más barato) o incluso la difusión gratuita del libro en formato .pdf (lo que se entiende en términos estratégicos: incentivos a comprar el libro en papel). Pero, por lo general, una editorial es reticente a compatibilizar ambos extremos, de tal forma que se afronta un dilema bastante clásico: publicar en papel renunciando a ciertos principios o llegar a menos gente pero mantener esos principios sólidos.

También hay que tener en cuenta de qué principios estamos hablando. No todos los principios son iguales, y algunos no son ni siquiera principios sino opciones deseables. Eso es lo que me pasa a mí con la publicación de software libre y el creative commons, por ejemplo: los considero deseables pero no me parecen ni mucho menos fundamentales. Doy prioridad a otras cuestiones.

Al final entonces nos encontramos con la necesidad de responder a la siguiente pregunta: ¿a quién va dirigido nuestro material?, es decir, ¿quién queremos que sean los lectores de nuestro libro? ¿a quién pretendemos hacer reaccionar? Identificado ese «público objetivo» tenemos que valorar qué herramientas se ajustan mejor a nuestro propósito. Y mi respuesta es sencilla: los destinatarios son las personas corrientes, alejadas por apatía de la política y que por lo tanto son distantes a formarse e informarse. ¿Cómo llegamos mejor a ellos?

Los fanáticos del 2.0 y del software libre (que no son los mismos, aclaro) suelen mitificar demasiado el poder de internet. Si estuvieran en lo cierto ese dilema no existiría porque, en realidad, la mejor forma de llegar a la gente no sería publicando en papel sino publicar directamente en internet. La red se encargaría, espontáneamente, de distribuir el material por las redes 2.0 y, sea esto dicho con un poco de sarcasmo, la revolución estaría a las puertas. ¿Cómo saber quién lleva razón?

Como siempre podemos aproximar por datos. La agencia de las Naciones Unidas para las tecnologías de la información y comunicación apunta que en 2009 y en España había 21,25 abonados a Internet por cada 100 habitantes. El Banco Mundial estima un dato similar de 22,24 suscripciones a internet por cada 100 habitantes, también para 2009. Y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima con más precisión que para 2010 había 55,4 usuarios finales de internet en España. Además, según el Centro de Investigaciones Sociológicas de España sólo el 57,2% de los españoles ha usado internet en los últimos doce meses (la mayoría son jóvenes).

Es decir, poco más de la mitad de la población tiene acceso a internet en España. Y ahí entran todos los que sólo saben manejar el e-mail o los que sólo entran para mirar las noticias de deporte. Y el perfil sociocultural de los usuarios también es muy distinto. Según las encuestas del CIS lo que se desprende es que el principal medio para la formación de opinión sigue siendo la televisión. Pero no veo nada claro que el efecto de internet sea ni siquiera importante.

Por lo tanto, el dilema sí que existe. La distribución que ofrece una editorial clásica proporciona un alcance de las ideas mucho más alto, y no creo que sea un error participar en un proyecto así a pesar de los inconvenientes. El libro es un negocio para una empresa, pero también puede ser un medio de hacer cierto tipo de proselitismo que contribuya, paradójicamente, a cambiar el propio sistema. Al fin y al cabo el capitalismo siempre fue contradictorio.

Y lo que tengo claro es que obsesionarse con mantener ese tipo de purismo es contraproducente. Es apostar por la marginación y una nueva forma de predicar en el desierto (o con suerte predicar a los ya convencidos). Y negar participar en este sistema es absurdo: ya participamos aunque no queramos. Negarse a publicar una opinión libre en un medio de gran alcance es tan poco útil (pero coherente) como dejar de usar los móviles por ser fabricados con Coltán o dejar de trabajar porque cobramos un dinero o mantenemos el Estado del Bienestar. El problema no es nuestra individualidad y conciencia: el problema es el sistema en su estructura. Y eso es lo que hay que combatir mediante la movilización social. Y si nos encerramos antes de tiempo estamos aviados.