Publicado en Público.es

La historia de España ha perdido a quien fue un destacado militante comunista que, como otros miles de camaradas, dedicó toda su vida a luchar por los derechos de los trabajadores. Santiago Carrillo fue para mi, ante todo, una persona que alguna vez tuvo el sueño de una sociedad sin clases. Quizás por esa razón, y porque consiguió llegar hasta los 97 años de vida con tal lucidez que le permitió intervenir en política hasta el último momento, no ha sido nunca una figura exenta de controversia.

Ya la dictadura franquista intentó personalizar en Carrillo la lucha por la democracia que estaba llevando a cabo el Partido Comunista de España, reduciendo a su sola figura el deseo de libertad de los españoles. Por supuesto, la aspiración franquista no era otra que destruir la idea comunista intentando destruir a sus referentes. Aún hoy la derecha conservadora gusta de repetir muchas de aquellas falaces e interesadas acusaciones que, más allá de ciertos matices, no tenían otro propósito que neutralizar la amenaza que suponía la libertad.

Pero con él también fue crítica una izquierda anticapitalista que tuvo que comprobar cómo con el tiempo Carrillo abandonaba sus posiciones originales y cómo en dicho proceso el Partido Comunista, que durante la dictadura había hegemonizado la defensa de la democracia y además asumido el coste consecuente, se desangraba tanto en militancia como en apoyo social. Un lance de la historia que ha marcado la evolución del movimiento obrero desde la llamada transición.

En todo caso, el sueño que una vez tuvo Carrillo, más allá de la evolución de su propia historia personal, sigue hoy vivo. Tristemente aquel sueño de conquistar una democracia con justicia social permanece inalcanzado aún hoy, casi cien años después de que naciera el político asturiano. Cierto es que vivimos en una democracia aparente, de la que Carrillo fue uno de los arquitectos necesarios, pero ésta no tiene nada que ver con las históricas demandas obreras y, desde luego, tampoco con lo que hoy la ciudadanía española exige en las calles.

Es una desgraciada ironía de la historia que quien comenzó su apasionante vida política durante la I Gran Depresión nos haya dejado precisamente cuando estamos inmersos en la II Gran Depresión. Ambos son duros contextos donde quedan enfrentados entre sí diferentes proyectos de sociedad. Y tengo el convencimiento de que, con otras palabras y con distintos medios, la misma lucha de entonces de personas como aquel Carrillo se cristaliza hoy en las movilizaciones sociales, sindicales y políticas que reclaman una democracia real.

Aquellos que nacimos después de 1978, año de la aprobación de la actual Constitución española, no podemos sino reconocer la lucha de personas tan comprometidas con los de abajo como Santiago Carrillo. Pero inmediatamente debemos exigir pasar página y, partiendo de las reivindicaciones históricas, construir un nuevo proyecto de país. Aquel sueño de Carrillo sigue latiendo cada noche en todas partes como una necesidad implacable que tiene una sociedad que ansía la democracia. Son tiempos de emergencia y de compromiso en los que hemos de recuperar lo mejor de quienes lo dieron todo por el avance social.