El llamado pacto por el euro sitúa a la competitividad en el centro de su programa de acción política. Se nos dice que hay que aumentar la competitividad y que así, junto con otras medidas subordinadas a aquella, se logrará salir de la crisis. En otros documentos ya hemos explicado el pacto al completo y por qué no funcionará. Ahora voy a aprovechar esta nota para explicar los conceptos fundamentales que están en el debate, tales como la citada competitividad, la productividad y su vinculación con los salarios.
Desde lo micro: competitividad, salarios y productividad
La competitividad es una medida relativa del poder de mercado de un determinado país, es decir, mide la capacidad para vender los productos nacionales en el extranjero. Si Alemania puede vender un producto a 5 euros y España no puede bajar sus precios de 10 euros, se dice que Alemania es dos veces más competitiva que España. Como consecuencia, Alemania podrá expandir sus mercados con más facilidad, ya que los consumidores de todo el mundo preferirán comprar el producto a 5 euros que a 10 euros.
Por lo tanto, la clave para determinar el grado de competitividad son los precios por unidad de producto. Y en la determinación de los precios importan dos variables fundamentales: los costes (los laborales y los de otro tipo) y el margen de beneficio que impone la empresa.
En cada una de esas variables importan otras variables más. Aquí vamos a suponer que sólo hay costes laborales (CLU). Sobre el margen, es muy importante porque refleja la estructura de mercado, es decir, el grado de competencia empresarial.
La estructura de mercado importa porque no es lo mismo competitividad que competencia, aunque sean conceptos relacionados. Alemania podría ser competitiva a nivel mundial, pero quizás en la Unión Europea podría no tener competencia (debido, por ejemplo, a las regulaciones europeas). La falta de competencia (ninguno o pocos competidores) supone mayor capacidad para subir sus márgenes de beneficios. De hecho, la competencia obliga a rebajar los márgenes (y así los precios), y su falta permite que puedan mantenerse «artificialmente» altos.
Y los costes laborales unitarios son la clave de todo el pacto por el euro. A la hora de determinar el precio de un producto sabemos que tendrá que ser siempre superior a todos los costes para que haya ganancia. Si los precios fueran iguales a los costes, entonces el margen sería 0 y eso no tiene sentido. De todos los costes los costes laborales unitarios son el más importante.
Los costes laborales unitarios son el ratio entre la remuneración salarial (que incluye salarios nominales y otros pagos al trabajo, como las cotizaciones) y la productividad. De acuerdo con la siguiente fórmula sería la relación entre la remuneración salarial por trabajador (W) y el valor monetario de la producción por trabajador (Y), que a su vez es únicamente la cantidad producida por trabajdor (Q) por el precio unitario del producto (P).
La productividad es la producción (física o en términos monetarios) por trabajador o por hora trabajada, lo que significa que un aumento de productividad provoca un aumento de la capacidad productiva, es decir, nos permite producir más en el mismo tiempo. Por ejemplo, si Botín trabaja en la mina y extrae 2 kilos de mineral por día de trabajo, y Rubalcaba extrae 4 kilos… se dice que Rubalcaba es más productivo. Quizás porque Rubalcaba tiene más habilidades con el pico, quizás porque emplea un mecanismo mejor para extraer el mineral, quizás porque usa herramientas más adecuadas, quizás porque el mineral de Botín es más complicado de extraer o quizás porque este último no da palo al agua y sale a descansar cada poco tiempo.
Hay que hacer una observación: medir la productividad es un imposible que los economistas intentan solucionar como pueden. Si bien es fácil medir en términos físicos (por ejemplo, dos mesas producidas por un sólo trabajador), en términos monetarios la cosa se complica mucho más. Por ejemplo, basta observar que un incremento en los precios por producto (P) supone de facto un incremento en la productividad. Algo sin sentido. De modo que la estructura de mercado (la competencia) influye también en el valor final de la productividad. Por ejemplo, puede ser que el mineral que extraen Botín y Rubalcaba se revalorice mundialmente porque resulta que ahora es esencial para producir móviles de última generación. Esa subida de precio por unidad de mineral supone que Botín y Rubalcaba producen más (en términos monetarios) por el mismo tiempo. Un equivalente a esta situación sucedería si, por ejemplo, desapareciesen los competidores y la empresa pudiese subir los márgenes que aplica y de esa forma subiese el precio.
En cualquier caso, si podemos producir más productos por trabajador (Q) en el mismo tiempo significa que la relación entre esa cantidad de productos (Q) -que sube- y los precios de los productos (P) -que se mantiene, por suposición- ha cambiado. Se dice que con incrementos de productividad los productos se han abaratado en términos relativos, porque producir cada uno de ellos nos cuesta menos. El denominador de la ecuación de CLU ha subido, de modo que los CLU han bajado. Pero siempre y cuando no suba la remuneración salarial (el numerador).
A lo macro: el pacto por el euro y las estrategias empobrecedoras
¿Es justo que los incrementos de productividad no se traduzcan en subidas de salario? Por supuesto que no. Si eso sucede el incremento de la capacidad productiva beneficia en su totalidad al empresario, que puede aprovechar para mantener los precios pero subir los márgenes y quedarse con todo el beneficio. En términos marxistas, por cierto, se dice que se ha incrementado la plusvalía relativa. Es decir, que ha aumentado el grado de explotación del trabajador. Por eso en teoría el ajustar los salarios con la productividad es una medida razonable.
Pero hay más. El pacto por el euro, por ejemplo, propone la rebaja de las cotizaciones sociales. Y eso es un elemento de la remuneración salarial (el numerador). Además, el pacto habla de forma implícita de rebajas salariales, porque su objetivo es reducir los CLU y eso puede hacerlo incidiendo en el denominador (incrementos de productividad) o incidiendo en el numerador (rebajas salariales).
Los economistas de la CEPAL, como ya explicamos aquí, hablaban de dos tipos de estrategias. La competitividad espuria era aquella estrategia que buscaba aumentar la competitividad vía rebajas salariales, es decir, vía empobrecimiento. Y la competitividad auténtica sería la que se sustentaría en incrementos de productividad y mantenimiento o incluso subidas salariales. El pacto por el euro, en su tradición neoliberal, apuesta claramente por la primera vía. El incremento de la productividad mencionado en el pacto no tiene fundamento, porque el propio pacto rebaja el gasto público (que es la principal herramienta para espolear la productividad) y empeora las condiciones laborales (flexibilidad labora, negociación colectiva, edad de jubilación, etc.) que producen un evidente deterioro de la productividad.
En efecto, el pacto por el euro considera que España, y los países de la zona euro, tienen que recuperar competitividad y que para eso tienen que rebajar los CLU. Se supone que así las empresas podrán rebajar los precios y poder competir en mejores condiciones con el resto de países. Pero hay dos problemas. El primero, que la estructura de mercado puede permitir que los descensos en los CLU se traduzcan en incrementos de margen y no en rebajas de precios. Por ejemplo, en sectores oligopolísticos -que son la mayoría de los que compiten en el exterior- el pacto se traducirá en un incremento de beneficios empresariales y no de precios. El segundo, y más preocupante, es que los CLU son una medida relativa y si todos los países hacen lo mismo entonces todo se mantiene igual.
El sistema económico capitalista es competencia, y no todos pueden ganar. Las exportaciones de unos países tienen que ser las importaciones de otros. El comercio intraeuropeo es, según la Organización Mundial del Comercio, del 75%. Eso significa que las exportaciones de los países europeos son en tres cuartas partes del total las importaciones de otros países europeos. El pacto por el euro intenta incrementar la competitividad de todos los países por igual, y eso es un absurdo. Si España consigue bajar sus precios podrá competir con Alemania siempre que… Alemania no haga lo mismo. Y Alemania lleva una ventaja insuperable (ver gráfico adjunto) y cuenta con mejores empresas, sectores de más alto valor añadido y una mejor productividad (resultado de mejores inversiones públicas en educación, innovación, infraestructuras, horarios laborales, etc.). En definitiva, España jamás podrá salir de la crisis compitiendo contra Alemania.
¿Qué tiene que hacer España entonces? Pues eso lo veremos mañana, que repasaremos las alternativas al pacto del Euro que existen desde la izquierda verdaderamente alternativa. Y el martes hablaremos de los escenarios futuros a los que nos enfrentamos.
Alberto, según te leía estaba pensando «…y afortunadamente, éste es aún joven».
Tienes que dar mucha, mucha guerra. Será un placer aprender a tu lado. 😉
Muchas gracias @Mendigo. Se hace lo que se puede. 😉
En mi opinión hay que generar un sistema que prime la productividad sin castigar el empleo.
Una opción podría ser ligar la productividad de las empresas al número de horas de trabajo de sus trabajadores. De esta forma las empresas más productivas en lugar de limitarse a aumentar sus beneficios se verían obligadas a emplear más trabajadores. El control de la productividad se puede hacer a través del IVA. Para ponerlo en práctica se debería erradicar el trabajo sumergido.
¿No es un poco raro separar el beneficio de los costes? El beneficio es retribución del capital (y a veces del trabajo empresarial no asalariado) y, por tanto, es un coste de factores.
La estulticia sobre la teoría del valor marxiana, no he podido reprimir el deseo de compartir una respuesta facilona y simple, a numerosos mantras críticos y estúpidos en su simplificidad a la teoría del valor marxista, cuyo artículo enlazado reune: http://www.eumed.net/textos/10/rpca/E66.4.htm. Sin percatarse en el mismo, que no son necesarias tantas piruetas para constestar a tenaz interrogatorio metafórico.
Dice:
¿cómo puede tener valor lo que me encuentro, sino es producto del trabajo?, pongamos el oro, petroleo…, sin caer en la cuenta que el valor vendrá determinado por el trabajo social necesario. De tal forma, que el lumbreras, no cae en la cuenta de que si todos encontráramos oro, petroleo…, su valor al no incorporar actividad humana decaeria hasta desaparecer. ¿Acaso no ocurrió el fenómeno inverso en la historia con el agua, u otros elementos necesarios hoy?.
Después, nos coloca ante el valor que incorpora una piedra golpeada (sin transformar en mercancía, claro está), sin caer en la cuenta que el valor viene determinado por el trabajo social necesario, y obvia que quién golpea una piedra o realiza una labor no social, no ejerce trabajo social alguno, su destino no es la sociedad.
Continua planteándonos como una misma mercancia puede tener distintos valores, e incluye el término precio, en diferentes épocas, o momentos, sin caer en la cuenta que ello ocurre, cuando se requieren distintas medidas del trabajo social necesario en su producción.
Finalmente por abundar en la crítica a Marx, acaba por confirmarla, al establecer que el valor de uso es independiente del valor que incorpora el trabajo, es decir, son valores de diferente naturaleza, que hablamos de utilidad en un caso y valor en el otro. Y para ello habla de los bienes libres, y los económicos que requieren gastos de apropiación y producción.
Todo ello, por que no acaba de entender que el valor, es un concepto relacional, y del que por ende esta excluida la mercancia, sólo afecta y esta constituido sustancialmente de su sociabilidad humana. Más tajantemente, el valor es una medida de relación, y no existe relación alguna con las cosas. Por eso, los bienes libres al no ser suceptibles de afectar a la relación humana, no son bienes económicos.
Un cordial saludo.
En definita viene a explicar el fetichismo de la mercancia o el dinero, que al igual que el fetiche sexual dota a la cosa de cualidades que sólo son humanas, para ocultar precisamente que la mercancia real no es otra que el valor humano aportado. Y como decía en el comentario anterior: «Todo ello, por que no acaba de entender que el valor, es un concepto relacional, y del que por ende esta excluida la mercancia, sólo afecta y esta constituido sustancialmente de su sociabilidad humana. Más tajantemente, el valor es una medida de relación, y no existe relación alguna con las cosas. Por eso, los bienes libres al no ser suceptibles de afectar a la relación humana, no son bienes económicos.»
Los bienes libres no afectan a la relación humana, desde la perspectiva que son inapropiables y por ende no sustentan relación de dominio alguno. Pero el aumento o disminución de los mismos, así como su trascendencia en la vida social, transforman y son transformados radicalemente por el proceso de mercantilización:
Así lo que antes era inapropiable, bien público o libre, hoy no lo es, pensemos en el agua, el estacionamiento en lugar público, o en previsible futuro distópico el aire que respiramos. O a la inversa, pensemos en energía, materia, o proceso de manufacturación que revoluciones científicas hicieran tan extensivos y democráticos que convirtieran en inapropiables.
Saludos.