La concentración del ingreso en épocas de predominio liberal tiene una evidencia empírica absolutamente clara. El mercado posibilita intercambios, pero en modo alguno cabe esperar que éstos sean justos o que, una vez realizados, solucionen problemas de índole social o económica de forma directa. Más bien al contrario. Sin regulaciones de ningún tipo, el mercado es polarizante, esto es, genera cada vez mayores desigualdades. Y las mayores desigualdades conducen, tarde o temprano, a desequilibrios en el conjunto del sistema económico, así como también provocan desequilibrios sociales.

En realidad es sencillo de entender. Veamos un ejemplo simplón. Imaginemos que analizamos a tres individuos en nuestra economía, uno de los cuales, llamémosle Jose Luís, es propietario de una panadería. Los otros dos, quienes responden por los nombres de Cayo y Gaspar, son contratados por Jose Luís para trabajar con él en su empresa. Jose Luís también trabajará junto a Cayo y Gaspar, pero al ser el dueño de la empresa a él le corresponde asignar los salarios. Por lo tanto, tiene que pagar tres nóminas, y como quiere obtener también un beneficio añadido, determinará las mismas de tal forma que después de hacerlo le quede una parte que llamará beneficio.

Esa parte, lógicamente, no ha salido de otro sitio que no sea del trabajo de Cayo, Gaspar y él mismo, pero le corresponde toda entera a Jose Luís, que por algo es dueño de la empresa. Destinará su beneficio a dos conceptos: inversión, por si quiere mejorar la panadería, y lo que llamaremos dividiendo, que no es otra cosa que lo que gastará en consumo propio. En comprarse, por ejemplo, un coche nuevo. La actividad productiva se ha completado y ahora Jose Luís es más rico porque tiene una parte de valor generado por Cayo y Gaspar. Tanto Cayo como Gaspar son más ricos  ahora que antes, pues han recibido un salario, pero Jose Luís lo es aún más. Es lo que llamamos distribución de la renta.

En realidad no hace falta ser matemático para darse cuenta de que este proceso genera desigualdad, y que repetido una y otra vez sólo puede generar más y más desigualdad. Si extrapolamos, y pasamos desde la panadería a cualquier otra empresa, nos damos cuenta de que el proceso es en realidad siempre el mismo pero camuflado de distinta forma. El valor que crean los informáticos de Microsoft se reparte asimétricamente entre ellos mismos y un sinfin de accionistas, por ejemplo. Y el de IBM, y el de Novartis, y el de Santander…

Además, puede darse el caso de que Jose Luís decida comprar otras panaderías en vez de otro coche nuevo, y tener acceso así a más valores no creados por él. Acumulando y acumulando, puede incluso llegar a comprar derechos en forma de acciones en otras empresas, llamarlo invertir, y hacerse más rico aún. Comprar acciones de empresas, en sentido estricto, no es otra cosa que comprar los derechos de recibir valores creados por los trabajadores de esas empresas.

La desigualdad crece y crece salvo que existan mecanismos de redistribución de la renta, es decir, que compensen con posterioridad la tendencia original de la actividad productiva. Por ejemplo, el sistema impositivo con tipos progresivos, esto es, el sistema según el cual cuanto más rico se es más se contribuye económicamente al erario público (fondos que revierten luego en toda la población a través de los servicios públicos).

Pero claro, como es lógico, si se van desmantelando estos mecanismos, o se reducen en intensidad, se vuelve a permitir que la desigualdad crezca continuamente de forma indiscriminada. Por esta misma razón, cuando las políticas liberales (que conllevan la reducción de impuestos, la supresión de otros tantos, y la disminución del gasto público en transferencias y otros mecanismos redistributivos) son predominantes, las desigualdades nacionales aumentan.

Lo que sigue es un gráfico que refleja el porcentaje del ingreso nacional estadounidense entre 1913 y 2006 del 1% más rico de la población. Esto es, el percentil situado entre el 99% y el 100%. Está obtenido a partir de los datos del estudio de Emmanuel Saez de la Universidad de Berkeley. Puede observarse perfectamente el efecto sobre la desigualdad que tienen las políticas económicas llevadas a cabo por los distintos gobiernos estadounidenses.

Así, encontramos picos de enorme concentración del ingreso en 1928 y en 2006, así como también podemos destacar el de 2000 que sigue a una época de crecimiento continuado en dicha concentración. No hace falta recordar que en 1929 se culminaría una dorada época de liberalismo radical, en 2000 se produciría la crisis bursátil de las puntocom y seguiría una recesión de tres años, y que en 2007 la crisis de las subprime asomaría la cabeza por quién sabe cuánto tiempo. Como tampoco hará falta decir que la menor concentración del ingreso se produce desde la posguerra hasta los inicios de la contrarevolución neoliberal de Thatcher y Reagan en los ochenta, es decir, durante la época de keynesianismo y políticas sociales.

Desigualdad  ingresos EEUUDecía Polanyi que el fascismo es la consecuencia directa del liberalismo, precisamente porque la democracia no es capaz de tolerar las crecientes desigualdades que genera el libre mercado. No en vano, la época de mayor esplendor del liberalismo fue a comienzos del siglo pasado, y la creciente brecha de desigualdad que aquello generó desembocó finalmente en una guerra mundial. Es lógico: cuando las desigualdades son demasiado grandes, los conflictos sociales se acentúan y la gente está dispuesta a asumir soluciones más radicales.

La contrarevolución neoliberal llegó presionada por las bajas tasas de beneficio del capital, ante políticas keynesianas incapaces de afrontar la situación. La pregunta está en el aire: ¿y ahora qué?