TVE emitió el otro día el documental «comprar, tirar, comprar», en el cual se critica el alto grado de rotación de los productos de consumo, es decir, su cada vez menor vida útil. Es algo de sobra conocido y estudiado y que además casi todo el mundo percibe en el día a día: los productos adquiridos cada vez duran menos y como consumidores nos vemos obligados a sustituirlos por unos nuevos cada poco tiempo.
El problema es que esto que nos parece absurdo, sobre todo si somos conscientes de que técnicamente es posible producir elementos que duren más tiempo -con el consecuente ahorro energético y ecológico-, es profundamente lógico en el sistema económico capitalista y tiene una explicación económica sencilla.
Toda empresa capitalista se basa en la ganancia, esto es, en obtener una cantidad suficiente de beneficios por encima del capital invertido. Para ello es requisito indispensable vender los productos que previamente ha producido en lo que se llama el «ciclo de producción». Pero para poder vender esos productos necesita que existan, a su vez, unos compradores. Y es aquí donde empiezan los problemas.
Si no existe mercado, es decir, si no hay compradores dispuestos a gastarse su dinero en adquirir los productos entonces la empresa no puede deshacerse de lo que ha producido y por lo tanto no puede obtener los beneficios necesarios para que su actividad sea rentable. Tendrá que quedarse con los productos en su almacen y entrará en una crisis de rentabilidad.
En esta fase el problema puede ser económico o psicológico. Será económico cuando las compras no se produzcan porque no haya dinero suficiente. En este caso es un problema distributivo y que puede solucionarse -en principio- incrementando los salarios de los trabajadores para facilitar la absorción de toda esa producción que está en stock. El boom de los años de posguerra tiene mucho que ver con esto.
Pero puede ocurrir que aunque no haya compras sí haya compradores potenciales, es decir, gente que podría comprar esos productos pero que de momento no ha decidido hacerlo. Es aquí donde entra en todo su esplendor la magia de la publicidad y su función de «crear necesidades, crear mercados».
Ahora pensemos en la relación entre ciclos de producción y ciclos de consumo. La tecnología ha llevado a un acortamiento de los ciclos de producción (por ejemplo, ahora es posible producir un coche en mucho menos tiempo que antes) y eso ha significado un mayor crecimiento de la oferta potencial: se pueden producir muchos más coche al año. Lo que significa que se pueden vender más coches al año. Pero como hemos dicho antes para que todo esto funcione en el marco del sistema capitalista es necesario también que el ciclo de consumo se reduzca igualmente a la misma velocidad, es decir, que no basta con que se produzcan más coches al año sino que también se tienen que vender de forma efectiva (o deviene la crisis).
Hay dos formas generales de hacerlo. La primera es de índole psicológica también: mentalizar al consumidor de que el producto es antiguo y hay que sustituirlo por uno nuevo (caso evidente de la ropa y de los móviles). La segunda es la analizada en el documental: limitar técnicamente la vida del producto (caso de las impresoras, por ejemplo) y hacer de esa forma que el producto pierda valor de uso y haya que sustituirlo igualmente. El objetivo siempre es el mismo: volver a vender nuevos productos para evitar la quiebra de la empresa (que necesita reinvertir beneficios ad nauseam).
Por eso no podemos analizar este problema de otra forma que no sea asociándolo directamente con el funcionamiento interno del capitalismo. No es una maldad de unas cuantas empresas avariciosas. De hecho, no habría un problema mayor para el capitalismo que una producción generalizada de bienes con larga vida útil y, por lo tanto, sin la inherente necesidad de ser reemplazados. Las empresas estarían de ese modo sentenciándose a sí mismas.
No podemos olvidarnos de que el capitalismo es un sistema absurdo desde el punto de vista social y ecológico, pero a la vez es, sin embargo, profundamente lógico y consistente desde el punto de vista económico.
Ver documental:
Lo vi en la televisión y quede impresionado con que descaro llegan hacer productos de casi usar y tirar.
Y luego exportando la basura a países del tercer mundo… ya hemos perdido el norte totalmente, hasta cuando vamos a seguir así..
Este artículo me ha recordado a Edward Bernays, gurú de las «relaciones públicas». A principios del siglo XX, usando la psicología, logró aumentar los beneficios de las empresas tabaqueras al conseguir que las mujeres empezasen a fumar ligando un cigarrillo con sentirse la persona mas «libre».
Para más información al respecto, aquí: http://blogs.tercerainformacion.es/diseccionandoelpais/la-manipulacion-de-masas/