Iba esta mañana a la facultad de Derecho de la Universidad de Málaga cuando, en la misma puerta, una chica se ha acercado, carpeta roja en mano, para ofrecerme las ventajas inmejorables de la nueva tarjeta del Banco Santander. Sin querer ofenderla, pues entiendo que quiera ganarse unas pelas de ese modo, le he dicho que podía ahorrarse el discurso. Que yo al Santander no le doy ni los buenos días.

El caso es que el equipo del Santander había instalado todo un sistema de captación de nuevos clientes, con la permisividad y complicidad de la Universidad de Málaga. No es casualidad que haya sido en esta facultad y en esta época, cuando todos los futuros nuevos universitarios tienen que preinscribirse durante estos días en las oficinas allí situadas. Una estrategia más que pensada, no cabe duda.

El Santander está penetrando en la Universidad de una forma absolutamente brutal, amén de peligrosa. Ya uno no puede pedir un café sin que le den unos sobrecitos made in Botín, ni pasear por la facultad de Ciencias Económicas sin encontrarse con una sucursal en el propio hall. Por supuesto, tal y como viene sucediendo desde hace años en la Universidad Complutense de Madrid, las salas de ordenadores también están, o estarán en breve, pasando a ser subvencionadas por Universia.net, el invento altruista y social del Santander.

No se trata ya únicamente de la falta de principios y de valores de los administradores de la UMA, pues recordemos que el Santander controla cerca de la la mitad de la empresa Unión Española de Explosivos, a través de Vista Capital, sino que el problema va mucho más allá.

Y es que, ¿qué hace una multinacional metida en la Universidad? Nada bueno si lo que defendemos es el conocimiento, la cultura y la educación pública. Tenemos que recordar aquello que nuestros profesores de Empresa no dejan de repetirnos: «ninguna empresa se embarca en un proyecto si éste no es rentable». No nos engañemos pues con excusas baratas: han venido a por algo.

Sí, es cierto que financian actividades que, debido a la ridícula partida presupuestaria dedicada a educación universitaria, quedarían de otro modo sin realizar. Pero, de paso, se adentran hasta las entrañas en los espacios de educación pública. Publicidad y propaganda, a través de diferentes mecanismos, e ingentes beneficios como consecuencia de los nuevos e ingenuos clientes.

He de decir, para ser justos, que muchos alumnos ven este tipo de prácticas con muy buenos ojos. Aseguran que ya pueden sacar dinero sin tener que moverse del lugar de no-estudio, e incluso con ventajas financieras en un mundo en el que todos se ahogan con hipotecas y préstamos. Claro que no podemos decir demasiado a favor de estos normales, que son incapaces de sentir ni siquiera inquietud cuando estudian explícitamente cómo serán explotados en el futuro.

No quiero repetirme más sobre los problemas que conlleva que el capital privado meta las zarpas en la Universidad, pero creo que es conveniente remarcar que el único modo para impedir que los contenidos y las actividades educativas queden regidas por criterios de rentabilidad (lo que tiene un precio altísimo en concepto de cultura general) es rechazar cualquier oferta basada en contraprestaciones. Si quieren financiar la educación e ir de altruistas, que pongan la pasta y se vayan. Sin condiciones.

En definitiva, que por mi el Santander y su gran entramado corporativo, que es ladrón y asesino por igual (y a las cifras me remito), se pueden ir de una patada en el culo.