Publicado en Público.es
En los primeros días de septiembre de 1867, hace ahora 150 años, se publicó el primer volumen de El Capital, la que es para muchos la obra cumbre de Karl Marx (1818-1883). Fue en una modesta tirada de mil ejemplares, pero a pesar de ello contribuyó decisivamente a transformar la forma en la que personas de todo el mundo veían nuestras sociedades.
La idea original de Marx consistía en escribir un conjunto de seis libros, dedicados cada uno de ellos a los siguientes temas: el capital, la propiedad de la tierra, el trabajo asalariado, el Estado, el comercio exterior y el mercado mundial. Sin embargo, la pobreza y las enfermedades (su vida estuvo marcada por los exilios políticos y las carencias materiales y de salud) le retrasaron de tal modo que acabó optando por un proyecto editorial de tres volúmenes. Aun así, sólo publicó en vida el primero. Los volúmenes segundo y tercero, ambos inacabados, fueron editados y publicados por su amigo y camarada Friedrich Engels (1820-1895) a partir de los manuscritos que Marx había estado escribiendo durante los años previos a su muerte.
El Capital es una obra densa y difícil. Leerla y entenderla requiere la dedicación de una ingente cantidad de horas de estudio. Y aunque corre el rumor de que todo comunista dice haberla leído y entendido, es improbable que sea cierto. A su naturaleza de material incompleto hemos de añadir el estilo del autor, que en algunos pasajes es ciertamente oscuro. De hecho, es habitual que los lectores inadvertidos se encuentren decepcionados tras consultar las primeras páginas. En ellas encontramos un alto nivel de abstracción teórica que dificulta mucho la lectura. Por decirlo de una forma breve, El Capital no es el típico libro que se puede leer mientras se va en el autobús. No es el Manifiesto Comunista. En efecto, el Manifiesto, escrito con Engels en 1848, había sido un material propagandístico elaborado para animar a los trabajadores en el contexto de las revoluciones europeas que estaban teniendo lugar entonces. Por el contrario, El Capital obedece a objetivos mucho más complejos y ambiciosos. Se aspira, nada más y nada menos, que a la comprensión exacta del funcionamiento del sistema económico capitalista. Y ello, a juicio de Marx, requería una exposición mucho más justificada y rigurosa. Una exposición que se parecía mucho más a los trabajos de los primeros economistas clásicos, como Adam Smith y David Ricardo, que a los textos publicados hasta entonces por los representantes del socialismo utópico, como Robert Owen o Saint-Simon. Para Marx, El Capital era un misil contra la burguesía precisamente por su capacidad para desvelar y desnudar las formas por las que una parte de la población explotaba a la otra parte.
Se observará entonces que existía, y aún existe, una aparente contradicción. El Capital, como arma, parece de difícil acceso para los trabajadores, quienes por lo general, y por diversas razones, están menos preparados para abordar un libro de esta naturaleza. Precisamente por eso, han sido muchos los autores que han intentado resumir El Capital e incluso codificar esta obra en forma de catecismos. Así lo hizo Karl Kautsky, el primero en sintetizar en un buen libro las ideas principales de El Capital. O, por ser más precisos, lo que él consideraba que eran las principales ideas del libro de Marx.
La interpretación kautskiana se convirtió en hegemónica durante el período de vigencia de la II Internacional (1889-1914), considerándose desde entonces, no en vano, como la visión ortodoxa del marxismo. Pero el trabajo de Kautsky no consistió sólo en resumir El Capital sino que trató de sintetizar toda la obra marxista disponible hasta entonces, convertida así en doctrina. De este modo, el producto vivo e inspirador del largo trabajo de Marx fue enclaustrado bajo la fórmula cerrada de una doctrina al servicio de los principales partidos socialdemócratas de la época –como después ocurriría lo mismo con la III Internacional (1919-1943) y la Unión Soviética-. Esta interpretación ortodoxa, si bien se inspiraba en algunas de las lecturas de Marx, convirtió en mera caricatura la riqueza del trabajo original marxista. De hecho, Marx nunca habló de materialismo histórico y tampoco de materialismo dialéctico, sino que éstas fueron construcciones posteriores, hechas por Engels y otros autores, que trataron de ofrecer a la clase trabajadora un producto más compacto y accesible del trabajo de Marx.
Sin embargo, reducir la obra de Marx, entre ellas El Capital, a un producto cerrado implica ahogar gran parte de su capacidad para la investigación. La obra de Marx, como la de cualquier otro autor, está llena de elementos no del todo coherentes entre sí y que dependen, en gran medida, del contexto histórico en el que se escriben. En un ámbito bien distinto, como es el de la física, estas cuestiones también pasan. Aunque se califican de otra forma. El propio Einstein presentó su teoría de la relatividad especial en 1905, mientras que su teoría de la relatividad general tuvo que esperar a 1915, exactamente diez años después. En el período que media entre la primera y la segunda, Einstein publicó diferentes textos que pretendían resolver los problemas que enfrentaban sus planteamientos, aunque sin éxito. Nadie pretendería hoy, por ejemplo, recuperar y reivindicar aquellos intentos fallidos de Einstein. Eso es así porque en la física, a diferencia de lo que ocurre en las ciencias sociales, es posible llegar a consensos amplios sobre los resultados de una investigación. En el caso de las ciencias sociales eso es imposible; ello no quiere decir que toda opinión valga lo mismo, sino que los criterios de rigor para consignar que una explicación es cierta son distintos, más cuestionables, más abiertos. En realidad, toda la obra de Marx es un proyecto en construcción para dotar de una explicación a fenómenos sociales, cuya naturaleza es por defecto incierta, impredecible y en muchos casos incuantificable. Y el hecho de que sea un proceso en construcción, junto con la naturaleza específica de la ciencia social, hace fallido cualquier intento de crear una doctrina y, mucho menos, de elevarla al rango de ciencia.
Es verdad, por ejemplo, que en algún momento Marx sí creyó haber descubierto las leyes de la historia. En el Discurso ante la tumba de Marx, el propio Engels explicó que «de la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana»[1]. Y en una carta a Ferdinand Lasalle (1825-1864), el propio Marx le explicó que «la obra de Darwin es de una gran importancia y sirve a mi propósito en cuanto que proporciona una base para la lucha histórica de clases en las ciencias naturales»[2]. La influencia de los descubrimientos de Darwin, unida a la teoría de la historia heredada de Hegel, proporcionaron a Marx un esquema histórico sobre el que, en teoría, toda sociedad debería desplegarse en el tiempo. En breve, al feudalismo le seguiría el capitalismo, y a éste el socialismo. Sin embargo, el último Marx, el de la década de 1870, se había estado reuniendo con amigos y revolucionarios rusos que contribuyeron a modificar su visión sobre la situación de Rusia, en particular, y la de los países atrasados, en general. Hasta el punto de que en una carta de 1877 escribió que «sucesos notablemente análogos pero que tienen lugar en medios históricos diferentes conducen a resultados totalmente distintos. Estudiando por separado cada una de estas formas de evolución y comparándolas luego, se puede encontrar fácilmente la clave de este fenómeno, pero nunca se llegará a ello mediante el pasaporte universal de una teoría histórico-filosófica general cuya suprema virtud consiste en ser suprahistórica»[3]. Como se puede comprobar, casi una enmienda a la totalidad a su antigua concepción de la historia o, cuando menos, a la versión vulgar que Engels había sistematizado como materialismo histórico.
De ahí que, cuando la revolución rusa de 1917 tuvo lugar en un país severamente atrasado y prácticamente feudal, Antonio Gramsci (1891-1937) dijera que se trataba de una «revolución contra El Capital» y que «El Capital de Marx era, en Rusia, el libro de los burgueses más que el de los proletarios»[4] porque instaba a crear una burguesía e iniciar una era capitalista y no a que el proletariado tomara el poder en esas condiciones. Gramsci afirmó en aquel artículo que con la revolución «los bolcheviques reniegan de Carlos Marx al afirmar, con el testimonio de la acción desarrollada, de las conquistas obtenidas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como se pudiera pensar y se ha pensado»[5]. En realidad, lo que se ponía de manifiesto es que la interpretación ortodoxa del marxismo, y mucho más la interpretación del mismo que lo consideraba como ciencia pura, fallaba al enfrentarse con las cambiantes e impredecibles formas de la realidad. De ahí que no podamos considerar al marxismo más que como una, la más fértil, tradición política y de investigación.
Otro elemento ciertamente crítico, y que conforma una laguna en la obra de El Capital, es el de la clase social. Como he tratado de demostrar en un libro de próxima publicación, Por qué soy comunista (Península, 2017), la lectura que hacemos sobre la clase social y el Estado condiciona absolutamente la práctica política de los partidos socialistas. Sin embargo, Marx no llegó a escribir nada compacto sobre ninguno de esos conceptos. Y, en el caso de clase, esta es una ausencia crucial porque conforma la espina dorsal de su pensamiento político. Es más, a cualquier seguidor de la obra de Marx le sorprenderá que su táctica política fuera tan diversa en el tiempo. Por qué, por ejemplo, él y Engels consideraban necesario mantener la autonomía de los partidos socialdemócratas frente a los partidos liberales en Europa y, en cambio, ambos sugerían a esos mismos partidos socialdemócratas en Inglaterra o Estados Unidos que se incorporaran en el seno de los partidos liberales. Algo similar a la polémica de Lenin en 1905, cuando se opuso a la decisión del partido socialdemócrata ruso de no incorporarse al Soviet de San Petersburgo por ser considerado un espacio espontáneo y desideologizado. Tanto Marx y Engels, primero, como Lenin, después, no eran unos fetichistas de las organizaciones políticas sino que su práctica política dependía de cómo entendían la construcción y evolución de las clases sociales en contextos históricos. Por eso se ha dicho que lo importante es la clase social y no el partido. Y aun así, Marx nunca elaboró una explicación detallada del concepto de clase.
En el análisis del capitalismo que hace Marx en El Capital o en el Manifiesto Comunista, él detecta la existencia de dos clases fundamentales que le permiten explicar el desarrollo de la propia historia: los capitalistas y los trabajadores. Desde este punto de vista, el capitalismo genera una estructura de huecos en las relaciones de clase que luego son ocupados por personas reales. Es como si primero existiera la estructura, creada por el sistema económico, y luego las personas reales que «hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado»[6]. Estamos ante un esquema de clases típicamente polarizado donde sólo parecen existir capitalistas y trabajadores. Así, en este enfoque la clase es una realidad objetiva que varía según el desarrollo de las fuerzas productivas.
Sin embargo, en otros escritos Marx analiza la realidad social de una manera mucho más compleja, atendiendo a las particularidades de cada contexto. En este caso los escritos son de carácter más político y coyuntural, y en ellos Marx ya no trata con sólo dos clases sino que llega a diagnosticar clases, fracciones, facciones y una red mucho más compleja de grupos sociales. Un ejemplo paradigmático es el 18 Brumario, en el que Marx analiza el golpe de Estado dado por Luis Bonaparte (1808-1873) en 1851. Esta segunda opción está conectada con la visión de Lenin y, especialmente, de Edward Thompson, según la cual las clases sociales son también construcciones sociales que dependen de las prácticas políticas y no sólo huecos en las relaciones de producción.
Sea como sea, estas dos diferentes formas de analizar la clase social carecen de algún tipo de vínculo en la teoría de Marx. Es más, hay abundante material para creer que Marx «pensaba que la tendencia histórica del capitalismo apuntaba hacia una creciente polarización en lo concreto»[7], es decir, que la dinámica capitalista apuntaría a la destrucción de todas las clases sociales que no fueran la de los capitalistas y los trabajadores. En su visión, la complejidad de la vida real se estaba simplificando por el propio desarrollo del capitalismo puesto que éste creaba cada vez más proletarios y al mismo tiempo reducía el número de capitalistas –aunque los restantes vieran su poder incrementado. Esta idea, recogida después por Kautsky, se tuvo que enfrentar a las transformaciones del capitalismo a finales del siglo XIX y a la aparición de las llamadas clases medias. Este debate, como hemos insistido en otros lugares, es crucial para entender los fenómenos sociales y el desarrollo de la política hoy en día.
Por otra parte, Marx no supo o no pudo, también por diversas razones, incorporar cuestiones ecologistas y feministas en sus escritos. Marx fue un hombre de su época, y aunque hay autores como Elmar Altvater o Bellamy Foster que reivindican su temprana inclinación ecologista, no podemos dejar de advertir que tanto Marx como Engels asumieron no sólo las tesis más productivistas de la Economía Política y sus categorías sino también los prejuicios –en este caso bastante más Marx que Engels- propios de vivir en un sistema patriarcal. Para la actualización de los parámetros ecologistas y feministas desde una perspectiva marxista es necesario dejarse acompañar por autores más modernos que, aun inspirándose en Marx, despliegan su trabajo de un modo diferente.
En suma, leer a Marx es una fuente de inspiración que nos brinda la oportunidad de dar con las preguntas y respuestas adecuadas. Y 150 años después de la publicación de El Capital, a mi juicio conviene leer y estudiar con mucha atención la obra marxista. Así, además, corregiremos una deriva que ha afectado mucho a la calidad, y también utilidad, de los análisis marxistas. Me refiero, especialmente, a la tendencia a ignorar las cuestiones materiales y económicas en los análisis políticos.
Para entender esto debemos recordar que los fundadores del llamado socialismo científico y los llamados clásicos, entre los que se encuentran Marx, Engels, Lenin, Luxemburg, Kautsky, etc. pusieron su atención fundamental en cuestiones de Economía Política y de lo que se llamaría base económica. Pero a partir de los años veinte el marxismo occidental adquiere otro tono y asume otras preocupaciones. Como dice el historiador Perry Anderson (1938-), «el marxismo occidental en su conjunto, cuando fue más allá de cuestiones de método para considerar problemas de sustancia, se concentró casi totalmente en el estudio de las superestructuras»[8], especialmente las cuestiones culturales. Dicho de otra forma, el análisis cultural suplantó a la Economía Política. Pero, además, el tono fue cambiando desde un optimismo antropológico, basado en gran medida en la asunción de que la concepción de la historia era correcta, hasta convertirse en un pesimismo antropológico más que notable. Esto fue coincidente, además, con tres hechos adicionales. Por un lado, el desplazamiento del estudio y análisis marxista desde el continente europeo hacia el mundo anglosajón. Por otro lado, con el cambio de perfil de los intelectuales marxistas, que hasta los años veinte habían sido tanto dirigentes políticos como estudiosos del marxismo y a partir de entonces se produciría una profunda desconexión entre el movimiento obrero organizado y los intelectuales. Y, finalmente, el desarrollo de un Estado del Bienestar que, a partir de un compromiso entre capital y trabajo, parecía cuestionar la necesidad del socialismo para gran parte de la clase trabajadora[9].
Esto condujo a una paradoja. El geógrafo marxista David Harvey cuenta, por ejemplo, que durante los años de posguerra y especialmente tras la caída del muro de Berlín, pocos querían estudiar un libro como El Capital. La razón estaba en que «el hecho real era que El Capital no tenía demasiada aplicación directa a la vida diaria» porque «describía el capitalismo en su versión cruda, inalterada y bárbara típica del siglo XIX»[10]. Esta situación, sin embargo, ha cambiado en la actualidad. El marxismo ha vuelto a estar de moda. Pero aún más, la razón es que hoy El Capital parece hablarnos no del capitalismo del siglo XIX sino del actual. Las reestructuraciones empresariales, que implican despidos de miles de trabajadores, la crisis económica y sus efectos macroeconómicos, los comportamientos del capital financiero y de los diferentes tipos de capital… es como si estuviéramos volviendo poco a poco al siglo XIX. O puede ser, más probablemente, que El Capital tenga la capacidad de explicar el funcionamiento de un sistema que ha cambiado poco y cuyos principales fundamentos se mantienen invariables, con lo que su lectura y estudio, como todo el marxismo que de ahí se deriva, pueden sernos de extraordinaria utilidad para comprender el mundo que vivimos. Y para transformarlo.
El marxismo no es, por lo tanto, la llave que abre todas las puertas. El marxismo es, más bien, una herramienta para el análisis social y también para la práctica política. Y al mismo tiempo también es una concepción del mundo, inspirada por esa tradición política y de investigación, que nos anima a mirar determinadas trazas de la totalidad social. Como dice Manuel Sacristán (1925-1985), la concepción marxista de mundo «supone la concepción de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la reflexión sobre su marcha y resultados»[11]. En efecto, lo que hace que un investigador de orientación marxista se centre en cuestiones como las clases y la desigualdad y no en otros campos posibles, es la creencia de que haciéndolo así se encontrarán más y mejores respuestas. En consecuencia, el marxismo tiene que ir cambiando en la medida que vamos incrementando nuestro conocimiento sobre el mundo que nos rodea y en la medida que va cambiando la sociedad a la que pertenecemos.
NOTAS
[1] Engels, F. (1883): “Discurso ante la tumba de Marx”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm
[2] Citado en Arnal, S. (2009): “Darwin, Marx y las dedicatorias de El Capital”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=95700
[3] Marx, K. (1877): “Carta al director de Otieschéstvennie Zapiski”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m1877.htm
[4] Gramsci, A. (1917): “La Revolución contra El Capital”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm
[5] Gramsci, A. (1917): “La Revolución contra El Capital”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/gramsci/nov1917.htm
[6] Marx, K. (1851): El 18 Brumario de Luis Bonaparte, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
[7] Olin Wright, E. (2015): Clases. Siglo XXI, Madrid
[8] Anderson, P. (2012): Consideraciones sobre el marxismo occidental. Siglo XXI, Madrid.
[9] Anderson, P. (2012): Consideraciones sobre el marxismo occidental. Siglo XXI, Madrid.
[10] Harvey, D. (2015): Espacios de esperanza. Akal, Madrid.
[11] Sacristán, M. (1964): “Sobre el anti-dürhing”
Cierto, el análisis desde presupuestos marxistas nunca ha dejado de funcionar. Una prueba de ello es la reiteración de los ataques a las tesis marxistas desde los medios de comunicación controlados por el poder financiero. Pero la realidad es otra:
http://www.eldiario.es/economia/Espana-pais-UE-crecen-salarios_0_686981483.html
Hay un grave problema que debe analizarse en profundidad: «la secreta revolución del neo-liberalismo», en el libro «El pueblo sin atributos» de Wendy Brown. ¿Por qué la izquierda europea ha desoído durante décadas el mejor pensamiento político, proveniente de EE.UU.?. El neo-liberalismo se ha introducido en todos los ámbitos de la vida con las falacias propias de las religiones monoteístas: propaganda y copar todas las Instituciones estatales, organizaciones internacionales… y armas, y dinero.
Un extenso artículo, que nos advierte sobre la dificultad de comprender a Marx, a la vez que nos plantea la importancia de hacerlo -para comprender la relación entre la economía y política-. Como el marxismo ha superado a su alma mater, al tiempo que es heterodoxo y diverso. Sobrevolando por las lecturas de líderes hegemónicos pasados que han determinado cambios u orientaciones del mismo.
Pero hecho en falta una exposición clara sobre los elementos singulares del marxismo, aquellos que reunidos le diferencian de las tradiciones anteriores del movimiento obrero, y que conforman su identidad. Los mismos que permiten a muchísim@s considerarse marxistas pese a mantener diferencias entre ellos, y pese a dar respuesta a realidades muy diferentes 150 años después.
Ahora bien, pretenderse marxista y plantear que el capitalismo (sistema que Marx consideraba como de lo más revolucionario en multitud de campos), ha cambiado poco 150 años después, es paradójico.
Incluso que «cuyos principales fundamentos se mantienen invariables» es arriesgado, hasta el propio Lenín en época tan cercana a Marx nos habló del «Imperialismo fase superior del capitalismo».
En el comentario al post anterior, y sirva sólo como ejemplo, se trae el cambio de motor del crecimiento económico de la economía productiva a la especulativo-financiera (expuesto hace ah por Magdoff y Bellamy Foster) como modelo hegemónico desde hace décadas (dicho papel es el que impidió, he impide la pretendida refundación de Obama y Sarkozy al inicio de la Gran Crisis, y el crecimiento de la banca a la sombra, la desrugalación, el crecimiento de entidades con riesgo sistémico, la continuación de incentivos a la especulación…).
Es la especulación financiera, el sistema preferido para detraer valor de los países del Tercer Mundo y en vías de desarrollo, también a los hoy en vías de subdesarrollo.
La quiebra ecológica que no se reduce al calentamiento, ni a la sopa de plástico que llamamos Mar. Sino que incluso puede invertir las funciones de regeneración ecológica que juegan los cinco elementos principales, convirtiendo por ejemplo al Mar en emisor en lugar de regenerador del dióxido de carbono, … no pudo explicarlas, ni analizarlas Marx.
Marx erró en muchas cosas en su tiempo, recuerdo haber leído algo parecido a ni Dioses, Reyes, ni Tribunos; recuerdo haber leído algo parecido a que cuando se quiere enterrar una idea, lo primero es elevar esculturas, monumentos en nombre de quienes las parieron.
Marx no era un Dios,…, ni debemos hacerlo piedra callada, revivirlo no debe servir para callar los errores cometidos bajo su manto.
Debemos plantear alternativa al capitalismo, al neoliberal para empezar, pero no debemos olvidar que éste llevó a la zozobra a la experiencia del socialismo real en multitud de lares.
Si no reflexionamos seriamente sobre el por qué de éstas derivas fracasadas como alternativas-antes de su caída-, difícilmente construiremos una alternativa al «capitalismo», otro término que de usarlo se ha gastado.
Un cordial saludo.
El Capital nos habla de un capitalismo que, cada vez más, es de ayer, que deja de serlo por su propia dinámica, pero que no sabemos a dónde nos lleva. Y es que el Capital, nos habla de una civilización que el valor – de relación o intercambio social, económico…-, podemos decir groseramente que equivale al trabajo.
Pero la revolución de los modos y medios de producción de hoy, se funda en la inercia a la exclusión del trabajo de cualquier proceso de trabajo hoy conocido, o que se mueva en los parámetros de la industria, agricultura, o servicios convencional o conocida.
A partir de que el trabajo en relación al producto, sea una realidad infinitesimal, residual, marginal; tal como hoy lo es la artesanía en el PIB. La relación humana ya no pivotara sobre el valor del trabajo, aunque probablemente la relación u organización social seguirá siendo de base material.
José, un comentarista de este blog, cinéfilo y fans de José Luis Cuerda, me recomendó que abandonara la idea de encontrar orden en el Kaos catalán ( sírvome usarlo para recordar que en la mitología, el Kaos es origen y principio). Le hice caso a José, y me dediqué a leer el collar del Neanderthal de Arsuaga Ferrerías (el de Atapuerca), cayó en mis manos por azar. Cómo el Kaos catalán continúa, he comenzado el que creo más actual de Arsuaga escrito conjuntamente con el psicólogo Martín-Loeches. Pues bien, en este libro se recoge una Teoría impulsada por tres investigadores (2.005), que plantean que la evolución humana cuando quedó asegurado el nicho ecológico, dejó de situar en éste el motor de la evolución, para situarlo en la competitividad social, es decir, en la relación entre humanos.
Con ello, vendría a confirmarse de forma amplia o vaga, el sustento del viejo acertó de que el motor de la historia ( al menos bajo el capitalismo, adopta dicha forma) es la lucha de clases. Pero más allá, nos confirma que la competitividad, cooperación, relación ( ordenada o kaotico-ordenada) es determinante o motor de nuestra historia, hasta el punto de ser responsable de nuestra propia evolución.
Con ello, las palabras de quienes han manifestado en las excusas hobesianas, las razones para negar una realidad efectiva de Libertad, Igualdad y Fraternidad, se desvanecen en nuestra evolución física fundada en nuestra humanidad cada vez más social y alejada de nuestro ser reptiliano.
El Mundo tiene límites, como la realidad, pero socialmente hace … que estamos traspasando los mismos, y sin salir del Planeta.
Un cordial saludo.
http://www.publico.es/politica/inigo-errejon-reforma-importante-introducir-orden.html Ya dicen que «el niño» es de lo más inteligente, y no se equivocan.
Un Cordial saludo.
Las claves populistas-republicanas que nos ofrece Iñigo Errejón de pueblo y comunidad, en el artículo mencionado anteriormente, no se refieren al concepto de clase marxista, aquel definido por el lugar y rol aparejado, ocupado en el proceso de producción. Sino que desde su orientación transversal, unen el sentido de pertenencia al de mutua asistencia, y se refieren al pueblo republicano, a la comunidad, no es un populismo cerrado de derechas, sino en continua construcción fundada en la solidaridad de l@s comuner@s.
Que teorías como las de Iñigo, que fueron la simiente del arraigo de Podemos, no son sólo cuestión de la coyuntura del instante. Sino también producto de los cambios sociales de un sistema de producción, que abandona al trabajo y todo lo que conlleva como eje de la relación social.
Es un cambio de paradigma que supone como tal, no sólo un nuevo enfoque, sino una nueva visión de la misma realidad. Para intentar ejemplificar lo que supone un cambio de paradigma socio-económico… (que desfasa a todas las Teorías anteriores, marxistas, neoliberales…), pondremos el ejemplo de lo que supuso la Teoría Copernicana – que también usaría Kant difusor de la expresión giro copernicano-, pero no con el acento dado por Kant. Antes y después de Copérnico, todos veíamos y vemos lo mismo, y el instrumental antes e inmediatamente después de Copérnico era el mismo. Sin embargo, que ocurrió para que las gentes percibiendo lo mismo, ya no vieran lo mismo (percibir es sentir discriminando, y ver requiere la significación que da el cerebro). Bien lo único que ocurrió, es que Copérnico vio al percibir el movimiento de las estrellas, que no eran estás las únicas que se movían, sino que él -la Tierra-, era el elemento en movimiento que provocaba dicha percepción. Hoy día, tod@s al ver salir y ocultarse al Sol, vemos y entendemos que la Tierra ha girado sobre si misma respecto al Sol y no lo contrario, que era lo que veían y entendían con anterioridad a Copérnico. De ahí, parten parte de las resistencias (además de intereses económicos, sociales, culturales…) a la aceptación conceptual del cambio paradigmático, porque no sólo es un cambio de paradigma teórico. Sino que es una forma de ver y entender tan natural, que se funde introspectivamente en nuestra propia personalidad, no sólo es razón, también es sentido-percepción- y por la unión de la razón con sentidos llega a ser sentimiento (salir de un paradigma moribundo, es abandonar una cueva platónica).
Una de las Fábulas de quienes responden al cambio paradigmático, con la visión del moribundo, es la de la adaptación profesional, de la competencia para el cambio tecnológico y socio-económico que incorpora el nuevo mercado laboral ( o la creación suficiente de nuevos empleos). ¿Por qué es una fábula? Un botón de muestra (que es generalidad), no hace semanas, pensaba que una salida laboral de futuro era la de manipulador o técnico en Drones; hoy ya no creo que tenga futuro, pues los drones automáticos y autodirigidos con diversas funciones (reparto, rescate, mediciones…) serán inteligente y sensorialmente mucho más eficaces y baratos que cualquier operador humano.
Para los marxistas, las implicaciones son múltiples, no invalidan nuestro método de análisis sobre la Humanidades-materialismo dialéctico-, ni nuestra historia. Pero de repente parte importante de nuestras concepciones pasan a ser Historia, pasado, pues gran parte de nuestras predicciones y conclusiones se fundaban en una sociedad de clases radicadas por el lugar en el proceso de producción. Las clases sociales nuevas -no marxianas- o distancias sociales de la inmensa mayoría, no radicará en el proceso de producción. Por ende la distribución y organización social no tendrán su primer acto de materialización, en el propio acto -puesto- de producción ocupado.
Y es ahora, ante el nuevo paradigma social del trabajo como forma residual de transformar la riqueza material, cuando máximas como el crecimiento de la productividad arrojan una nueva visión.
Ya Nordhauss (hoy considerado padre de la economía del cambio climático), en un estudio de hace mucho -de la Era del trabajo-, nos venía a decir que desde el Paleolítico al momento del estudio, el coste de un lumen de luz por promedio de trabajo, había disminuido unas trescientas mil veces -productividad-. Pues bien, lanzo una pregunta a quienes defienden el creacionismo destructivo (sin valorar la automatización de los sentidos y la inteligencia artificial interconectada). Para ellos, la pauta seguida hasta ahora de constantes aumentos de productividad -tecnológica y de procesos-, que ha provocado incrementos de trabajo, versus de producto, continuara ininterrumpidamente. Pero dicha pauta (ceteris paribus) implica un indefinido crecimiento de productos y bienes, casi como se multiplican los conejos siguiendo la sucesión de Fibonacci, gráficamente expresada por la proporción áurea. Evidentemente tal modelo de desarrollo debió preocupar, y mucho, a Willians Nordhauss sobre el sostenimiento ambiental, no es para menos y así están las cosas (enlazo un pequeño pdf sobre dicho estudio http://eva.fcea.edu.uy/pluginfile.php/98260/mod_resource/content/1/Trabajo%20Paper%20Nordhaus.pdf)
Pero igualmente, aunque dicho modelo nos permitiera seguir organizando la relación social en función al trabajo, se requeriría tal ínfima proporción de trabajo para una producción exponencialmente mayor a la actual; qué a los efectos prácticos de la redistribución de la riqueza material en función al trabajo, sería necesario redistribuir dicha riqueza material o el trabajo de forma radicalmente distinta a la actual, tan radical o raíz que no tendría sentido llamarlo trabajo.
Como dice Iñigo Errejón la meritocracia es un concepto añejo, y no sólo en el sur mediterráneo, en la metrópolis imperial (USA) también ocurre. Iñigo nos dice que sólo asegura el futuro a la alta, muy alta cuna, pues las clases medias -aunque sean altas clases medias-, ya tampoco aseguran hoy la transmisión del status a sus hij@s, ni aunque los acompañe el mérito.
Pues bien, si estamos ante una sociedad que no asegura la vida vía mérito profesional y capacitación especializada o científica, menos aún lo hace a quienes realizaban trabajo repetitivos y mecánicos. ¿De qué estamos hablando?
En un reciente artículo del País, defendían no pocos científicos e investigadores de varias universidades y del MIT noramericano, que surgirían nuevos empleos que hoy no podíamos ni imaginarnos. Pero en realidad no es un problema de imaginación, sino que no alcanzan a percibir, ver y sentir, una sociedad que pivotará su organización y relación sobre otros ejes distintos al trabajo, que será residual o infinitesimal en el acto productivo.
Félix Tezanos al que en alguna ocasión se ha mencionado -sociólogo e ideólogo de cabecera en el PSOE- dibujaba hace mucho una sociedad dividida y fragmentada, sin más salida posible que el Gran Hermano o similar (sociedad que seguía siendo del trabajo y que por ello segmentaba al 50%). Iñigo, en la entrevista comentada indicia cuales son los elementos que dan identidad a una comunidad dispersa y diversa, una comunidad de pertenencia y mutua asistencia, frente a la comunidad cerrada, tradicional y excluyente del populismo elitista y supremacista.
La comunidad republicana debe dar respuesta a las alternativas hobbesianas en un contexto económico de infinitesimal o inexistente trabajo, porqué distopía y utopía son las pendientes de un mismo momento. Como también nos recuerda Iñigo, la revoluciones habitualmente han sido respuestas o reacciones a las «distopías» o neoregresiones, que han alumbrado «utopías» o evoluciones.
Hasta ahora hemos analizado la Gran Crisis con los parámetros de la Sociedad del Trabajo. El motor del crecimiento económico para Bellamy Foster y Magdoff había pasado a ser la especulación financiera por incapacidad de la Tasa de Ganancia productiva; y siempre se colocaban los acentos del origen en la desigualdad de Thomas Piketty como consecuencia del neoliberalismo… Seguíamos interpretando la evolución económica con los parámetros de la sociedad del trabajo, bajo el prisma Keynesiano y sus variantes marxistas heterodoxas. Seguíamos respondiendo a la visión neoliberal en un idioma compartido, el de la sociedad del trabajo. Y no se trata de que todas las Teorías anteriores no expliquen síntomas, dinámicas de oferta y demanda, fenómenos…. Lo que ocurre (en palabras de Thomas Kuhn) es que el cúmulo de anomalías, de contradicciones o incoherencias que ofrecen todas las teorías del arco ideológico anterior, es cada vez mayor (además de darse las condiciones sociológicas,…, para el cambio de paradigma). Y es lógico que lo sea, pues avanzamos en un mundo de infraestructuras, tecnologías, medios y modos de producir e intercambiar automatizados, revolucionando las formas o relaciones. Ya que éstas últimas, formas y relaciones, se sustentan sobre la materia y sustancia que son las infraestructuras-marxianas-, y deben redefinirse las visiones, sentidos y también sentimientos, que nos permitan vernos con el pellejo ya mudado, paridos de la crisálida.
Un cordial saludo.
Democracy or Barbary.
Vemos como dejamos atrás a la Sociedad del conocimiento para convertirnos en la de la competencia, pero nuestras ataduras emocionales, perceptivas y racionales, nos impiden entender la auténtica dimensión del síntoma.
Si dejamos de ser una sociedad del conocimiento para ser de la competencia (en sentido español de unión entre eficacía, eficiencia y buen hacer), es porqué el conocimiento está a un clic. ¿Y qué es el conocimiento?. El conocimiento no es más que la comprensión y entendimiento de los diferentes procesos, incluidos los del trabajo o producción.
Más allá de la repercusión del cambio de paradigma del conocimiento a la competencia, debemos observar el ámbito general o contexto que provoca dicho síntoma. Entonces comprenderemos la dimensión real de lo que vemos, desplazamos la Sociedad del conocimiento por la competencia, cuando elevamos a la enésima potencia indefinida el acto de abandonar lápiz y operación mental por calculadora. Elevación que permite hoy a legos participar en fablab y construir como si fueran ingenieros,… .
Ésta sociedad de la competencia que desfasa a la del conocimiento, no es más que una manifestación de la Sociedad que deja atrás al trabajo como elemento hegemónico de la relación y organización social (por ello sería posible la fantasía de Marx: ser hoy pescador, mañana carpintero y pasado arquitecto -aunque en principio no ha de significar liberación alguna por sí).
Como se ha dicho, el conocimiento no es más que la comprensión y entendimiento de los procesos, la sociedad de la competencia no sólo nos ofrece el conocimiento, sino la sustitución del mismo por software que con sencillas operaciones, permiten al operador procesos que requieren o requerían años de conocimiento y experiencia.
Como el robot de cocina actual permite cocinar al más negado para cocinar, multitud de software permiten realizar estudios de viabilidad económica, de cargas en una obra de ingeniería… .
La competencia consiste en la capacidad de aprehender los caminos para encontrar los vericuetos del conocimiento y su operativa, de descifrar el código de patrones y regularidades -incluso las aparentementes caóticas, por desconocidas, trascendentes en sentido matemático o metafísico en el filosófico- que permitan un mínimo esfuerzo para pasar de un arte u oficio a otro.
Este salto del entendimiento social que pasa del conocimiento a la competencia, y del que desgraciadamente distan tanto los sistemas educativos, pese a algunos esfuerzos. Forman parte del caminar por la Sociedad que dejá atrás al trabajo como eje de la relación social y acompaña a los cambios culturales -radicales-, que han de acompañar al mayor cambio desde el paso del Paleolítico al Neolítico, acabando con el trabajo como epicentro de la relación social. Estamos asistiendo a un cambio social Copernicano, el trabajo dejá de ser el centro sobre el que gira la distribución e intercambio, o dicho de otra manera, la organización social, política y económica.
Quizás también, en éstas razones puedan encontrarse el motivo de que la meritocracia convencional pierda su rol respecto a la movilidad social, dibujándose hoy en su transición un modelo altamente rígido que adelgaza a las clases medias todas.
Democracy or Barbarie
Luz Rodríguez (profesora de Derecho del Trabajo en la UCLM y visiting researcher en el Departamento de Investigación de la OIT), nos interpela en su artículo “Trabajos humanos en la era de los robots” sobre si ésta supondrá el fin del trabajo humano, llegando a referenciar otro artículo que preguntaba sobre si desaparecería la fuerza de trabajo humana como factor de producción, tal como le ocurrió al caballo, y otros artículos más.
https://www.infolibre.es/noticias/luces_rojas/2018/04/11/trabajos_humanos_era_los_robots_81544_1121.html
Antes de criticar constructivamente dicho artículo, se hace necesario poner en valor el enfoque compartido del mismo. Pues desnudado de oropeles, la cuestión no versa sobre el trabajo – objeto del artículo-, sino sobre la redistribución de la riqueza con independencia de la participación de productividad tecnológica o posible próxima automatización.
Ésta cuestión no es baladí, pues a través de múltiples expresiones se refiere constantemente a la misma, cuando nos habla del papel Público en un período de transición reconocido implícitamente (aunque siga manteniendo la sociedad del Trabajo), no hace otra cosa que hablarnos de redistribución de riqueza bajo distintos nombres.
Hecha esta apreciación, de tremenda importancia pues coloca a ambas posiciones en el mínimo común significado de la respuesta al actual período de transición, por encima de los desarrollos teóricos que sobre el mismo se tengan, sea destruccionismo creativo shumpeteriano o fin de la Sociedad del Trabajo (permitiendo por ej. el acuerdo de ambas posiciones sobre propuestas concretas como la R.B.U. o el T.S.G. u otras). Entraremos a reflexionar sobre las diferencias de contenido con el artículo y acabaremos planteando algunos escenarios de la sociedad en que ya no sea necesario “un hombre llamado caballo”.
En primer lugar, con palabras de la profesora: “De otro lado, también se espera que, como siempre ha sucedido, el avance de la tecnología provoque un triple efecto con impacto directo sobre la generación de empleo. La revolución tecnológica puede crear i) nuevos productos, ii) nuevas máquinas y iii) incrementar la productividad, todo lo cual se traduce —porque así lo ha demostrado la historia económica— en creación de nuevos empleos.”
Pero como todos sabemos, qué siempre haya ocurrido así, no significa que las cosas no cambien, la historia es cambio, no sólo cuantitativo o convencional, sino también paradigmático o revolucionario.
Y cuando las máquinas pueden fabricar máquinas, y con ello los productos, el concepto incremento de la productividad alcanza una dimensión insospechada, novedosa y cualitativamente diferente, provocando un cambio de paradigma/revolucionario.
Y es lógico que haya tanta resistencia al abandono de la sociedad del trabajo, no por el hecho del acto productivo en sí, sino porque éste ha sido el elemento de relación y organización social. Dimensión ésta que nos coloca ante el mayor Kaos, Crisis o Catarsis de la que nacer un nuevo orden o relación, producto del abandono del fundamento de nuestra relación desde el Neolítico, parto del que es difícil asegurar la vida de la madre y el por nacer.
El debate de otra forma no se entendería, pues si la automatización inteligente y sensitiva interconectada entre sí de las cosas o máquinas, sólo nos proveerían de más riqueza, más rápido, más eficientemente y con mayor eficacia, ¿Dónde está el problema?
El problema está en el mismo punto que si no existe tal desaparición, en la redistribución de las riquezas obtenidas por la aceleración de la productividad (punto que permite el acuerdo común, con independencia de la proyección futurible a corto plazo, pues aunque se crearan nuevos puestos de trabajo, la relación producción x trabajo sería infinitesimal).
Nos dicen que la cualificación digital sería unas de las necesidades al mercado laboral, pero ya decíamos que ni siquiera la misma asegura la meritocracia, tan sólo asequible para las estrellas del fútbol digital.
Y es ésta duda, cuando los caballos de carga humanos no sean necesarios, porque la provisión de las necesidades medias de una sociedad tecnificada esté asegurada vía productividad tecnológica con ínfima o residual participación (aunque sea el señor o domine del proceso un hombre o mujer) ¿Qué ocurrirá con ellos, con los hombres y mujeres caballos?
Hablarnos de democracia, de derechos…, cuando vemos el tratamiento de animales u objetos que reciben congéneres humanos, personas, en la miseria y tratando sus muertes-muchas veces asesinatos-, como inevitables, no es para tranquilizar. Mucho menos para tranquilizar a las masas (trabajadoras y clases medias) que no tendrán acceso ni garantía alguna, sólo posible para las estrellas del xn .0 digital. Cosa está que no contradice tampoco a la historia, respecto de cómo se ha tratado al factor humano en la producción, por ejemplo en los casos de esclavismo (el imperio español tenía tasado en 35 años la vida de un esclavo negro, permitiéndose “la ejecución” pues a partir de ese momento no era productivo).
Para ésta barbaridad se requería primero, concebir al sacrificado como bárbaro (que pasaba a significar en el envés de su término, digno de sufrir la barbaridad). Es decir, una concepción cultural en la que otros humanos perdían tal consideración de congéneres. ¿Y acaso hoy?, con los brotes generalizados de xenofobia y racismo, no estamos asistiendo, ante la abundancia de la productividad y paradójicamente de la necesidad (en las sociedad tecnificadas), a comenzar por dejar de tratar como humanos a los más débiles de fuera, abriendo la puerta a que mañana sean los de dentro.
Como decía en el comentario anterior, con independencia de que se generen o no nuevos trabajos, está clara una cosa: la participación del trabajo en la producción final, será mucho menor que en la actualidad, lo que provocará dos problemas –grosso modo-, uno de orden humanitario y otro sistémico, si superamos los geoestratégicos generales.
El humanitario tiene que ver con el presente de tanta gente que verán desaparecer sus empleos, sin posibilidad de reubicación, ni readaptación tecnológica alguna (serán estrellas las requeridas) en el próximo futuro, así un operador de drone, como cualquier otro operador es una antigualla ante la operación (conducción o de cualquier tipo), con más sentidos e información, además de interconectada ¿Cómo se asegurará su derecho a la vida?
El segundo tiene que ver con el carácter sistémico del cambio, que no abre una crisis de civilización, sino una crisis de Era, de la Era del Trabajo. El problema es cómo se establecerá la organización, relación e intercambio social, cuando el trabajo sea una parte ínfima en la provisión de riquezas. Ya no podremos hablar de capitalismo, pues el capital versus trabajo, habrá desaparecido como elemento de organización, siendo sustituido por otros sistemas sean democrático radical o de dominio en sus diferentes polos, y con otras formas de ejercicio imbuidas en las nuevas infraestructuras tecnológicas.
Y hay encontramos otro elemento de acuerdo con la profesora, será la capacidad de decisión y respuesta de la humanidad la que nos lleve a la gradación o degradación entre utopía y distopía.
De momento la inestabilidad general que están provocando estos cambios en el tablero internacional son tremendos, decrecimiento del valor-capital en un sistema que requiere continuo crecimiento (que ha agotado las vías del motor de crecimiento especulativo-financiera como alternativa a la tasa de ganancia productiva), al romperse el status quo geopolítico mundial por las contracciones del empuje por nacer (sociedad del trabajo residual). Hoy, hay que nombrar a Putin, que por encima de consideraciones interesadas e ideología que respecto de la figura se puedan tener, hacía una reflexión sobre la peligrosidad de un tablero mundial colocado continuamente y por diversos motivos, al borde del precipicio un día sí y otro también.
Y es que, entre otras cosas, cuando el Caos es la forma más económica de mantener la relación de dominio. Los más avezados debieran percatarse que se está anunciando no sólo el fin de una forma de dominio, sino también el posible fin de quien lo ejerce (sólo es cuestión de tiempos y ritmos), cuando se habrá paso un nuevo status quo o la paz de los muertos, ¿quién lo sabe?
Democracia o Barbarie. Un viejo lema con nuevos significados e implicaciones
Un buen artículo que muestra como saltan parte de las costuras laborales, https://economistasfrentealacrisis.com/el-trabajo-en-las-plataformas-digitales-un-cambio-de-paradigma/, del que resaltaría su final : «Y, por último, hay que ser conscientes de la necesidad de adaptar la estructura financiera del sistema de Seguridad Social a un entorno productivo distinto en el que el creciente peso del capital como factor de producción y la extensión del trabajo just-in time castigan una excesiva dependencia de las cotizaciones sociales. La diversificación de fuentes y, en concreto, la atribución de un papel más destacado al Estado a través de la política impositiva parece el camino indicado. Y aunque cabe pensar en muy diversas opciones para incrementar la aportación estatal, la introducción de un impuesto finalista que grave la riqueza y las rentas de capital merece ser seriamente considerada.
En definitiva, vivimos un histórico proceso de digitalización de la economía en el que las nuevas formas de empleo vinculadas al uso de la tecnología y de la inteligencia artificial tienen ya una gran importancia y, sobre todo, una extraordinaria proyección futura. Son muchos, sin duda, los interrogantes que esta nueva realidad productiva plantea y muchos los desafíos a los que se enfrenta el esquema clásico de protección sociolaboral que hoy conocemos. Para hacerlo con éxito, conviene seguir la enseñanza de P. Veltz quien alerta de que el impacto de la tecnología en el empleo no es un asunto meramente técnico, sino una cuestión esencialmente sociopolítica. El futuro del trabajo y su papel como instrumento de inclusión y cohesión social está, así pues, en nuestras manos.»
Lo que esta claro, es que si el estudio del génoma, hace apenas nada, costó 1.000 millones de dólares y hoy hacerse el genoma completo puede salirte por algo más de 1.000 dolares, la consecuencia no puede ser la pobreza.
Indudablemente la carga fiscal a la riqueza y el capital monetario es la única o principal vía para asegurar a futuro la vida digna.
Fijémonos en los empleos comentados por Borja Suarez, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social, nos habla por ejemplo de los conductores y se ilustra el artículo con un repartidos en bicicleta de una plataforma digital. Esos no son los empleos del futuro, como existen grandes almacenes logísticos totalmente automatizados (impresionante ver como los pales automáticamente se entrecruzan agolpados sin parar ni obstaculizarse, como un cubo de rubik), las grandes plataformas estan avanzando en la sustitución con drones para el reparto. Y respecto a la conducción de vehículos, la creación de una empresa China similar a la Tesla norteamericana no es casualidad, por cierto en Beijing (Pekin) y otra gran ciudad han dado permiso para la circulación de vehículos automáticos y después del accidente que tuvo el Uber automático.
No es ilógico que Uber esté en dicho negocio de conducción automática, entre otras cosas permitirá un multi lissing 4.0, con economías de escala por eficiencia del uso.
Para que nos hagamos una día, hoy los olivos que se plantan son para 20 años, este tipo de cultivo permite que unas máquinas abracen a este olivo y lo zarandeen -ahorrándose el trabajo del jornalero-, pues no sólo tiran la aceituna, sino que al abrazar el olivo han desplegado un paraguas al reves que recoge la aceituna directamente, u otros que son como grandes tractores que pasan al olivo por su interior, como si fuera un tunel de lavado de coche, y al salir ya han vareado y recogido la aceituna (mirarlo en youtube, vereis que el futuro es hoy).
De forma que la única forma de asegurar la dignidad de la gran mayoría, trabajadores y clases medias todas, es el impuesto a la riqueza y el capital monetario o financiero. Esa es la solución concreta para ya, pero el problema es en base a qué valores organizamos la relación social a futuro.
Excelente reflexión.
Es obvio que la participación del factor trabajo disminuye progresivamente …
Y sin salario no hay Consumo !
Saludos
Mark de Zabaleta
El capitalismo solo funciona para las personas con recursos y acomododadas con su reposapiés en la oficina xD