En el año 2008, y especialmente tras la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, había una sensación de que las cosas iban a cambiar en nuestro mundo. Se esperaba que, por una parte, los gobernantes dieran carpetazo a sus programas neoliberales y que, por otra parte, la teoría económica neoclásica pasara a un lugar secundario en los planes de estudio de economía como pago por haber justificado las medidas responsables en última instancia de la crisis financiera. Sin embargo, no pasó nada de eso.

En realidad la primera parte de la predicción tenía más visos de cumplirse que la segunda. Sabido es que los gobiernos cambian rápidamente de chaqueta si el rumbo que toma la economía es especialmente destructivo, y más aún si ese rumbo amenaza con destruirlos a ellos primero. De hecho en los momentos más críticos los gobiernos se volvieron altamente intervencionistas y se salieron del esquema ortodoxo con importantes desembolsos de dinero público. No obstante, una vez pasó el temor inicial las aguas volvieron a su cauce y los programas neoliberales recuperaron su hegemonía política.

La segunda parte de la predicción era prácticamente imposible que se cumpliera. El dominio de la teoría neoclásica no se deriva de su mejor fundamentación teórica o de su realismo y buenos resultados prácticos –pues de hecho en ese caso quedaría relegada a espacios marginales. Más concretamente y como recuerda Andrew Mold “para explicar el dominio de una idea económica concreta, debemos saber más sobre cómo se forman y se diseminan las ideas entre los profesionales de la economía y cómo estas ideas están vinculadas con las estructuras políticas de poder” (Mold, 2004). En definitiva, los programas políticos justificados por la teoría económica dominante tienen que perder antes el poder práctico para que esa misma teoría económica pierda su condición de dominio en el ámbito teórico. Y además no hablamos de un proceso inmediato, pues no en vano bajo el cobijo de una determinada teoría económica se crían y educan centenas de miles de economistas que difícilmente renunciaran tan fácilmente a sus propias creencias –las cuales además les habrán permitido alcanzar sus puestos de trabajo.

No obstante, estoy convencido de que la teoría económica neoclásica perderá su hegemonía más temprano que tarde. El mundo ideal que intenta representar en la teoría no existe, y el que realmente existe está en crisis precisamente por la aplicación de las medidas que se proponían desde esa misma teoría. Los gobiernos e instituciones internacionales continúan aplicando medidas basadas en una teoría que no está dando respuesta en absoluto a los problemas reales de la economía mundial. Y eso tiene que pasar factura.

No es esta una historia nueva. El crack del 29 que dio lugar a la Gran Depresión de los años treinta fue también el punto final de decenas de años de sistemática aplicación de teorías económicas liberales. Las consecuencias de tamaña catástrofe económica sólo fueron superadas parcialmente cuando se aplicaron las medidas intervencionistas del gobierno estadounidense del demócrata Roosevelt. El New Deal, que era el pack con esas medidas, se aprobó en 1933, y J. M. Keynes escribió su “Teoría General”, que se convertiría en la obra de referencia desde entonces, en 1936. En la actualidad suele considerarse que la recuperación económica estadounidense de los años treinta provino de la puesta en marcha de medidas basadas en la obra de Keynes, pero en realidad fue al revés. Keynes trataba de entender la Gran Depresión y a partir de sus intuiciones y escritos anteriores, así como de otros tantos autores, intentó elaborar una obra que sistematizara su pensamiento económico. Tras la segunda guerra mundial, que fue realmente lo que permitió al capitalismo salir de su crisis, todos los gobiernos del mundo capitalista pusieron en marcha, en mayor o menor medida, programas inspirados en la teoría keynesiana.

A las aulas de las facultades de economía el keynesianismo llegó y arrasó. Incluso el marxismo tenía un hueco importante en los planes de estudio. Sin embargo, en un sentido estricto la teoría económica dominante era una mezcla entre las aportaciones keynesianas y el cuerpo de la teoría económica neoclásica, dando lugar a la llamada Síntesis Neoclásica. Aún así, fue un tiempo en el que economistas ultraliberales como F. Hayek se consideraron a sí mismos como econonomistas heterodoxos que combatían el pensamiento único imperante –según él, el keynesianismo- en las facultades (1).

En la actualidad sabemos que las aulas siguen repletas de profesores que consideran que el pensamiento económico neoclásico es válido, y que en mayor o menor medida interpretan la crisis como un evento pasajero que puede resolverse con la aplicación de las mismas medidas de lo de siempre. Porque esa ha sido la respuesta típica liberal durante toda la historia. Cuando el crack de 1929 asoló la economía estadounidense los liberales promovían reformas con más de lo mismo. Cuando esas mismas políticas, actualizadas, asolaron las economías latinoamericanas en la década de los ochenta y noventa la respuesta de los economistas convencionales fue también la misma. Según ellos, el problema era que hacía falta aplicar su programa con más vigor y más profundidad de lo que se estaba haciendo. En la transición de Rusia lo mismo. Y hoy… también.

La cuestión roza el absurdo, pero al poder no le importa la lógica. En la época que más liberalismo y desregulación ha habido en la economía mundial, después de en los años veinte –aunque con menos globalización entonces- se ha producido una crisis de extraordinaria envergadura. Y al interpretarlo los economistas liberales sugieren que el problema ha sido la falta de una aplicación más profunda aún.

Todo ello llevará al desastre, otra vez. Y si no estamos aún instalados en ese escenario –lo que no resta gravedad a la dramática situación social que viven millones de personas a día de hoy- es precisamente porque el Estado mantiene poderosos mecanismos de protección social heredados de la época de posguerra. Pero esa situación no es indefinida, y la aplicación continuada de políticas liberales conducirá inevitablemente a una extensión y agudización de las consecuencias económicas y sociales de la crisis actual. De seguir así permaneceremos inmersos en la crisis aún mucho más tiempo, y será tanto así hasta que los gobiernos vean por fin al lobo y decidan cambiar el rumbo de sus políticas. Pero que eso ocurra o no entra de lleno en el ámbito de la política y las relaciones de fuerza entre las élites económicas y los movimientos sociales y partidos altersistema.

(1) Hayek llegó a dirigirse a los estudiantes en estos términos: «lo que ustedes consideraban opiniones especialmente avanzadas son sólo las opiniones dominantes en su propia generación, y que se requiere una fortaleza y una independencia mental mucho mayores para adoptar una postura crítica acerca de lo que se nos ha enseñado que para aceptarlo simplemente, a fin de ser progresistas». Fue un discurso pronunciado en la Unión de Estudiantes de la London School of Economics, 23 febrero 1944.

Bibliografía:

Mold (2004): «Introducción», en Chang, H-J. (2004): Retirar la escalera. Editorial Catarata, Madrid.