Las últimas elecciones presidenciales en Francia han vuelto a revelar la fuerza y crecimiento de la extrema derecha. En la primera vuelta la candidata del Frente Nacional (FN) ha obtenido un 21,23% de los votos, que es el segundo mejor resultado de la historia del partido. Unos meses antes, en Países Bajos, el Partido por la Libertad (PVV) obtuvo el 13% de los votos en las elecciones legislativas, quedando en segunda posición. En diciembre de 2016 también el candidato del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) pasó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales y empató técnicamente contra el candidato del partido verde en unas elecciones que tendrán que ser repetidas por anomalías en el recuento. A estos buenos resultados de partidos de extrema derecha hay que sumar los de Jobbik en Hungría (20% en 2014), Liga Norte en Italia (12% en encuestas) o Amanecer Dorado en Grecia (8% en encuestas), entre otros.
Gráfico 1:
En España, que carece de un partido político explícitamente de extrema derecha y asimilable a los citados más arriba, este fenómeno europeo está siendo trivializado por parte de los principales medios de comunicación así como de los líderes políticos. El principal problema es que un fenómeno tan grave como el de la extrema derecha se tiende a difuminar bajo la etiqueta mucho más amplia de «populismo».
En el lenguaje coloquial es habitual confundir los conceptos de extrema derecha, derecha radical, populista y anti-establishment entre otros. Incluso la bibliografía académica no termina de encontrar un consenso para la definición de populismo. Los esfuerzos para alcanzar una definición común no han dado resultado y, dependiendo del enfoque, el populismo ha llegado a ser caracterizado como ideología (un sistema de creencias acerca de cuestiones políticas), como estrategia (unas prácticas políticas para alcanzar el poder), o como práctica discursiva (un estilo de comunicación específico). Los intentos de conceptualización fracasan sistemáticamente porque la heterogeneidad entre partidos que de forma intuitiva serían calificados de populistas es demasiado grande, y porque el conjunto de partidos que en algún momento asumen posiciones populistas en cualquiera de esos ámbitos alcanza a la totalidad de los partidos existentes. Incluso aquellos considerados mainstream pueden ser calificados de populistas en virtud de algunos -o muchos- de sus discursos y/o prácticas políticas.
De hecho, el mayor punto de consenso es que el término «populismo ha sido siempre usado en un sentido negativo por las élites gobernantes para caracterizar cualquier forma de oposición que reclame representar la voz del pueblo» (Benveniste, 2016). Es más, el uso particular de populismo suele estar vinculado con el objetivo explícito de incorporar bajo su paraguas a proyectos políticos tanto de izquierdas como de derechas. Uno de los autores más citados sobre la temática, Cas Mudde, ha definido el populismo como una ideología débil que conceptualiza la sociedad como separada en última instancia en dos grupos homogéneos y antagonistas, el pueblo puro frente a la élite corrupta, y que hace hincapié en que la política debería ser una expresión de la voluntad general del pueblo (Mudde, 2007). Lo que sucede es que esta definición, ampliamente utilizada por los partidos mainstream y sus correligionarios en las tertulias, podría ajustarse a la totalidad de los partidos actualmente existentes. O, al menos, a los que interese al interlocutor de turno.
En cualquier caso, es razonable pensar que es peligroso reducir el fenómeno de la extrema derecha a una combinación de estilos comunicativos de ideología débil y que carecen de sustancia política. Las caricaturas, que por defecto subrayan y exageran aspectos ciertos, tienden a considerar, por ejemplo, a Le Pen y a Mélenchon como equivalentes por coincidir en determinadas estrategias discursivas que incluyen la construcción de antagonismos tales como pueblo frente a corrupción o por echar mano ambos de las nuevas formas de comunicación que permiten evitar a los grandes medios empresariales. El diagnóstico limitado que eso supone nos lleva a banalizar a la extrema derecha. Y es que el problema reside, sencillamente, en que en términos de contenido político la extrema derecha no sólo es antagónica de la izquierda y de sus diferentes formas sino que lo es también de la democracia y los derechos humanos.
En realidad, Mudde entiende que el populismo es sólo una de las características de los partidos de la familia de la derecha radical europea, siendo el nativismo y el autoritarismo otras dos. El nativismo sería «una ideología que considera que el Estado debería ser poblado exclusivamente por miembros del grupo nativo (“la nación”) y que los elementos no-nativos (personas e ideas) son fundamentalmente una amenaza a la homogeneidad del Estado-nación», lo que puede incluir una combinación de nacionalismo y xenofobia (Mudde, 2007). Por su parte, el autoritarismo sería entendido como la disposición general a glorificar -y a ser su subordinado acrítico- de una figura autoritaria del grupo, tomando una actitud de castigo hacia el resto en el nombre de alguna autoridad moral. Probablemente estas características son las adecuadas para clasificar a los diferentes partidos de extrema derecha pero desde luego son suficientes para comprobar que estos proyectos políticos son opuestos a los Derechos Humanos, tal y como han sido defendidos desde 1948 precisamente al calor del antifascismo.
Ahora bien, en toda gran mentira siempre hay algo de verdad. Sí hay algo que tienen en común las nuevas formas de fascismo y de socialismo, o la llamada nueva derecha y nueva izquierda. Concretamente es su procedencia y/o causa: son ambas expresión de la necesidad del pueblo de protegerse ante cambios y circunstancias económicas frente a los que se sienten vulnerables. La diferencia, esencial desde el punto de vista propositivo, es que la derecha tiende a concebir el pueblo culturalmente, como nación, y la izquierda lo hace económica o políticamente, como clase o sujeto soberano. ¿Pueden entonces los cambios económicos explicar el auge de las nuevas formas de extrema derecha y fascismo en Europa?
A juicio de autores como Hanspeter Kriesi (2008, 2014), las precondiciones últimas para el auge de la extrema derecha o de posturas populistas son de naturaleza fundamentalmente económica. Por una parte, el populismo habría aprovechado la estructura de oportunidad que le brinda la actual crisis de la democracia política liberal, caracterizada por la creciente desconfianza en el sistema de partidos y, en particular, en los partidos políticos gobernantes. En efecto, los partidos políticos habrían dejado de ser el enlace efectivo entre la sociedad civil y las instituciones donde se toman las decisiones. Además, la mediatización de la política habría reducido el papel de los propios partidos, quedando estos como meros reflejos de los candidatos y líderes políticos. Por otra parte, detrás de esta crisis institucional estarían las recientes transformaciones económicas globales. De un lado, la nueva arquitectura institucional supranacional –como la Unión Europea- habría disminuido el margen de actuación económica de los parlamentos. De otro, la globalización habría provocado una división global y nacional entre ganadores y perdedores que conformará el potencial social y electoral de todos los partidos.
Como se puede observar, esta interpretación deriva la crisis política de una trayectoria económica de más largo alcance. No se trata de un determinismo sino de la constatación de que las instituciones que regulan el capitalismo a nivel nacional –como los Parlamentos- han quedado relegadas a segundo plano en las últimas décadas a favor de intereses supranacionales que quedan lejos del control ciudadano directo. Pero la globalización no sólo ha alterado las relaciones entre instituciones sino que ha provocado efectos materiales y culturales que son percibidos unitariamente por los diferentes sectores sociales.
En concreto, la globalización ha creado una nueva división en la sociedad: entre perdedores y ganadores. En los países occidentales la desindustrialización, la precarización de las relaciones laborales y la pérdida de calidad de los servicios públicos ha provocado no sólo un incremento de la desigualdad muy notable sino también una percepción subjetiva de perdedores en gran parte de las clases populares. Branko Milanovic ha puesto cifras a los cambios relativos y absolutos en ingresos reales por parte de sectores sociales diversos, expresando muy bien el carácter perdedor de las clases populares y de la clase trabajadora de Europa Occidental. En concreto, los ingresos reales de las clases populares occidentales se han estancado en los últimos veinte años o incluso han caído si descontamos el efecto estadístico que provoca la inmensa población china. Y eso mientras un reducido número de 1.426 individuos súper-ricos y sus familias controlan alrededor del 2% de la riqueza mundial (Milanovic, 2016).
Antes de que se iniciase la revolución neoliberal de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher –previo experimento en la dictadura de Pinochet en Chile- el marco institucional de tipo keynesiano-fordista estaba caracterizado por un intenso control sobre la economía. Las políticas neoliberales rompieron con ese marco y dieron rienda suelta al libre mercado en múltiples aspectos de la vida económica y social que anteriormente no estaban permitidos. Las reformas neoliberales en todas partes del mundo se caracterizaron por privatizaciones, liberalizaciones de sectores protegidos, desregulación de prácticas anteriormente prohibidas y, en suma, la mercantilización de múltiples espacios vitales. La agudización de la competición económica provocó un rápido reajuste de las estructuras productivas y de los mercados de trabajo, llevando a la desaparición de las unidades no competitivas. En ese contexto el nuevo marco de competición económica globalizado favorece a los sectores con más cualificación formal, mejor preparados para un mercado de trabajo global, y perjudica a los de menor cualificación y a los otrora protegidos por las políticas del Estado-nación. De otro lado, la globalización es percibida como una amenaza al estándar de vida de los nativos y es sentida como competición económica y cultural al mismo tiempo. Finalmente, la competición política implica la pérdida de soberanía y de autonomía del Estado en un nuevo contexto internacional de omnipresencia de las empresas transnacionales y entidades supranacionales. En este enfoque, cabe insistir, los ciudadanos no perciben las amenazas materiales y culturales como fenómenos distintos (Hanspeter Kriesi, 2008).
Cabe entonces preguntarse si los perdedores de la globalización son o no la posible base social de las organización políticas de extrema derecha. O, dicho de otra forma, ¿pueden las actuales condiciones económicas fundamentar el retorno del fascismo en cualquiera de sus formas?
Karl Polanyi y el fascismo
El fascismo como ideología y como proyecto político civilizatorio nació en Italia en la década de 1920 de la mano de Benito Mussolini, quien había sido un militante y dirigente del partido socialista. El fascismo surgió como consecuencia de la crisis del sistema parlamentario y en el contexto europeo de entreguerras, si bien posteriormente fue exportado y readaptado en países como Alemania y España, al calor de la Gran Depresión y de las devastadoras consecuencias del Tratado de Versalles de 1919. En Alemania y España el fascismo tomó las formas singulares de nacionalsocialismo y nacionalcatolicismo respectivamente -y no por casualidad tanto el régimen nazi alemán como el fascista italiano brindaron un fuerte apoyo militar y económico a los franquistas sublevados contra la legítima II República de España en 1936.
Mucho antes de que autores actuales como Kriesi señalaran a los fenómenos económicos como posible causa del auge de la extrema derecha, la tradición marxista ya había recorrido ese trayecto. Los teóricos marxistas del siglo XX, entre ellos tempranamente León Trotski, consideraron al fascismo como una de las formas en las que se manifestaba las contradicciones del capitalismo. Según las tesis de la II Internacional, el capitalismo caería por su propio peso víctima de sus contradicciones y por lo tanto el fascismo, bajo este esquema, era una vía de salvación del capitalismo para evitar la llegada del socialismo. De ahí que la doctrina socialista durante los años veinte considerara por igual a fascistas y burgueses; hasta que en 1935 la III Internacional modificó esa estrategia y cambió de política para promover frentes populares contra el fascismo, aunque ello implicara alianzas con partidos liberales o reformistas[1]. Sin embargo, la visión teórica más completa y elaborada sobre el fascismo fue de un autor no marxista llamado Karl Polanyi.
Karl Polanyi nació en Viena en 1886 en el seno de una familia judía. En 1933 tuvo que emigrar a Londres huyendo del fascismo alemán, y en 1935 publicaría La esencia del fascismo (Polanyi, 2013) y en 1944 La gran transformación (Polanyi, 2012). Ambas obras, especialmente la segunda, representan la visión más completa sobre el auge del fascismo. Polanyi compartía con los autores marxistas que el fascismo era una tabla de salvación del capitalismo; consideraba que era una vía necesaria para los capitalistas porque los partidos socialistas no dejaban de ganar terreno electoral a medida que se iba conquistando el sufragio universal. El fascismo sería así, ante todo, un proyecto para suprimir la democracia y evitar la revolución socialista, permitiendo de ese modo salvaguardar la propiedad privada de los medios de producción al precio de destruir la individualidad y la autonomía de las personas.
Pero lo relevante del análisis de Polanyi era la explicación de por qué el fascismo encontraba tantos adeptos. Según él, las transformaciones sociales del siglo XIX habían producido una autonomización de la esfera económica sobre la política. Hasta entonces las sociedades humanas siempre habían subordinado la esfera económica a la esfera política. Aunque las sociedades preindustriales habían contado siempre con la existencia de mercados, éstos estaban subordinados a otros principios rectores de carácter social. Por ejemplo, en las sociedades de cazadores-recolectores existían mercados pero dentro de un orden social en la que imperaban principios rectores no mercantiles. No obstante, dice Polanyi, con la revolución industrial y las transformaciones del siglo XIX la esfera económica se emancipó y se convirtió en el principio rector de la sociedad en su conjunto. Pasamos de la subordinación de la economía por la sociedad a la de la sociedad por la economía.
Esas transformaciones descritas por Polanyi implican la ausencia de límites para la mercantilización, esto es, para la conversión en mercancía de todo producto o recurso humano o natural. Cualquier producto definirá su existencia y valor en función de relaciones mercantiles, incluyendo el ser humano o la tierra. Esta existencia de un gran mercado autorregulado que se debe únicamente a su dinámica mercantilizadora conllevará la desestructuración de la sociedad -entendida como relaciones entre personas y no sólo entre productores. Por eso para Polanyi el proyecto liberal es utópico, pues aspira a construir un sistema de relaciones mercantilizadas que nunca podría instaurarse sin poner en peligro la sociedad misma. Y, añadirá Polanyi: antes de que eso suceda los sectores sociales más dañados por esa utopía reaccionarán buscando vías para protegerse. Esas vías son las que expresaban La Gran Transformación de los años treinta: comunismo y fascismo. Ambas vías comparten la aspiración de controlar la economía, de limitar su dinámica destructora de la sociedad. Como decía él mismo, «básicamente hay dos soluciones: la extensión del principio democrático de la política a la economía [socialismo] o la completa abolición de la esfera política democrática [fascismo]» (Polanyi, 2013).
Según este enfoque, el fascismo es parte de los contra-movimientos naturales que impulsa la propia utopía liberal. Desde esta óptica el fascismo es, como el comunismo, hijo del liberalismo. La diferencia radica en que el fascismo pretende salvar al capitalismo de sus propias contradicciones, manteniendo la propiedad privada de los medios de producción y acabando con toda la vida socialista que exista. Por eso también deduce Polanyi que el triunfo del liberalismo sobre el fascismo no es el triunfo de la democracia, puesto que el liberalismo es la causa del desmoronamiento social que da alimento al fascismo. El triunfo de la democracia sólo podría conseguirse cuando se alcance el socialismo –que es la máxima expresión de la individualidad y la autonomía individual, en los términos expresados por Marx.
De acuerdo con la tesis de Polanyi, así como con las interpretaciones marxistas, el fascismo es un fenómeno social histórico y singular pero que obedece a causas económicas enraizadas en la dinámica del capitalismo. Eso significa que la repetición de la experiencia fascista sería posible porque las causas y la dinámica que entonces dieron lugar al fascismo del siglo XX siguen rigiendo en las profundidades de nuestras sociedades.
Si Polanyi está en lo cierto, los intentos de construir una sociedad de mercado (donde el mercado regula cada vez más aspectos de nuestra vida: relaciones laborales, servicios esenciales, recursos naturales, relaciones vitales, etc.) llevarían a contra-movimientos de defensa o auto-protección de los sectores o clases sociales más perjudicadas por esa dinámica. O, lo que es lo mismo, las nuevas formas de fascismo tendrían que tener un vínculo especial con lo que Kriesi o Milanovic llaman los perdedores de la globalización o, de forma más específica, con lo que clásicamente hemos llamado clase trabajadora –que es la principal perjudicada del desempleo, la precariedad, las desindustrializaciones, privatizaciones y otras prácticas liberales.
El caso francés: de 1972 a 2017
Las raíces de la extrema derecha francesa tenemos que encontrarlas en la triada que conforma la experiencia de Gobierno colaboracionista de Pétain durante la ocupación nazi, la guerra de Argelia y la contrarevolución a mayo del 68 (Benveniste y Pingaud, 2016). Ahora bien, el Frente Nacional se creó en 1972 como una coalición electoral de organizaciones que compartían rasgos esenciales procedentes de aquellos tres hitos, siendo su líder fundador Jean Marié Le Pen, antiguo diputado de la extrema derecha que había entrado en la Asamblea Nacional al calor de la independencia de Argelia. Tras diez años de insignificantes resultados, el crecimiento del FN tuvo lugar en los ochenta en el marco de la oposición al gobierno de coalición de izquierdas y con un marcado discurso anti-inmigración y pro-mercado (Bornschier, 2008). Para entonces, el número de franceses que creían que había demasiados inmigrantes ya era mayoría –y no ha crecido significativamente desde entonces. Ya en 1977 el Gobierno anunció un plan de repatriación de inmigrantes que fue abandonado por la presión de la izquierda, poniendo de relieve que el discurso anti-inmigración no procedía sólo desde los márgenes del espectro político. Desde entonces hasta 2011 el Frente Nacional fue modulando su discurso progresivamente para vincularlo más expresamente a los sectores sociales nativos más vulnerables, abandonando las posiciones pro-mercado y declarándose totalmente anti-europeísta.
En 2011 un conflicto interno llevó al poder a Marine Le Pen, hija del anterior líder pero enfrentada internamente a la vieja guardia. Con ella al timón, el FN inició un proceso de reforma interna que implicó la depuración de los sectores más vinculados al discurso anti-inmigración, un control más estricto de la imagen del partido y un cambio de estrategia discursiva. En el nuevo discurso se han acentuados los rasgos antiglobalización, anticapitalistas y antiUE, mientras que ahora el eje no son los inmigrantes, a quienes se considera víctimas del interés de las grandes corporaciones en la búsqueda de mano de obra barata, sino el discurso anti-Islam. Eso entronca con la enorme cantidad de organizaciones de extrema derecha que, desde mucho antes que el FN, han ido señalando al Islam como la amenaza más grande del pueblo francés. Entre esas organizaciones se encuentran instituciones privadas ultracatólicas, organizaciones directamente fascistas y todo tipo de pequeños grupúsculos de activistas de extrema derecha. Todo ello se interpreta a partir del concepto más nativista, articulado por la idea de nación francesa. De hecho, los votantes del FN tienen altos niveles de intolerancia hacia inmigrantes y extranjeros (Mayer, 2014).
La economía francesa se ha visto afectada también por la globalización ya desde los años setenta, que ha ido cristalizando en una fuerte desindustrialización y retroceso en los derechos laborales. El Gobierno de coalición de Mitterrand en 1981 supuso la esperanza para muchas de las víctimas de esas transformaciones, pero en 1984 el giro neoliberal del Partido Socialista supuso un duro impacto en la economía y en la estructura social francesa. Especialmente golpeados fueron los sectores menos cualificados, a pesar del programa de anestesia de los gobiernos estatales –principalmente basado en ayudas para prejubilaciones- (Bornschier, 2008). Desde entonces el acceso al empleo es cada vez más difícil para los jóvenes y para los menos cualificados. Todo un potencial enorme para el crecimiento de las nuevas formas de fascismo, aunque también para vías alternativas como el comunismo. Sin embargo, la batalla de momento la gana de goleada la extrema derecha.
En los setenta, la densidad de una persona con respecto a la clase trabajadora (el grado de relación con personas de la clase trabajadora) predecía electoralmente el voto para la izquierda y especialmente para los comunistas. Hoy, sin embargo, predice mejor la probabilidad de votar a la extrema derecha (Mayer, 2014). Las causas de la desafección de la clase trabajadora pueden encontrarse en las políticas del Partido Socialista, en el declinar del sueño comunista y por tanto del apoyo al Partido Comunista Francés, y en las transformaciones industriales que han fragmentado y dispersado a la clase trabajadora. Efectivamente, al paso de estas transformaciones la conciencia de clase se ha ido evaporando también. En 1966 casi un cuarto de la población francesa decía reconocerse en la clase trabajadora, mientras que en 2010 ese porcentaje se redujo al 6% (Mayer, 2014).
No obstante, la sensación de vulnerabilidad no se limita sólo a la clase trabajadora. Alcanza a otros sectores sociales y cristaliza también en aspectos culturales. La sensación dominante es, en cualquier caso, de empeoramiento de condiciones de vida. Durante los llamados Treinta Gloriosos sólo el 28% de los franceses creían que vivían peor que cinco años antes. En 1981, cuando la izquierda ganó las elecciones presidenciales, el porcentaje alcanzó el 50%. En 1993 ya estaba en el 60%. En 2010 el porcentaje era del 71% y alcanzaba el 74% en el caso de la clase trabajadora (Mayer, 2014).
No podemos ver el reciente crecimiento del Frente Nacional como consecuencia de la presente crisis sino como el resultado de factores estructurales de más largo recorrido. Pero también se ha visto facilitado por factores coyunturales, como la crisis de la izquierda en general. El Partido Socialista Francés ha decepcionado a gran parte de su electorado hasta el punto de que ha sufrido rupturas por derecha e izquierda en muy pocos años y ha descendido hasta la quinta posición en las últimas elecciones presidenciales. Por su parte, el Partido Comunista Francés y la izquierda no socialdemócrata se han organizado en coaliciones que han tenido desigual impacto, hasta que en 2017 han conseguido quedar en cuarto lugar con un resultado histórico del 19,6% en una candidatura encabezada por Jean Luc Mélenchon.
Este último evento pone de manifiesto una novedad en el panorama francés que también alumbra posibilidades para la izquierda europea e internacional. Un vistazo a los gráficos 2 y 3 nos permite comprobar que a efectos de variables socioeconómicas la competición entre la nueva derecha y la nueva izquierda parecen darse en el mismo terreno. Esto no sería sino un hecho que abunda a favor de la tesis de Polanyi y la interpretación marxista sobre el fascismo.
Por un lado, los votantes de Le Pen y Mélenchon son los más jóvenes de todos los candidatos que se presentaron en la primera vuelta, aunque seguidos muy de cerca por Macron. Parece evidente que entre los más jóvenes, igual que pasa en España, el sistema de partidos tradicional está condenado. Y lo está por las razones más arriba esgrimidas acerca de la pérdida de confianza en el sistema de partidos y en la percepción mayor de vulnerabilidad que se da entre los jóvenes.
Gráfico 2:
Por otra parte, de forma aún más notable las candidaturas de Mélenchon y Le Pen parecen resultar las más atractivas para los ciudadanos con menores ingresos, a los que presuponemos en mayor situación de vulnerabilidad. Resulta significativo que según el votante recibe más ingresos desciende la probabilidad de votar a Mélenchon o Le Pen y se incrementa el de votar a Macron o Fillon.
Gráfico 3:
Finalmente, Mélenchon se sitúa en segunda posición entre los obreros y también entre los empleados. Le Pen lleva muchos años siendo la líder indiscutible en el conjunto de la clase trabajadora, un sector al que los partidos mainstream (y por lo que vemos, también nuevos espacios como el de Macron) son incapaces de llegar. Las profesiones intermedia y los directivos muestran un reparto mucho más equilibrado, mientras Fillon mantiene una destacada hegemonía entre los jubilados y las jubiladas.
Gráfico 4:
Conclusiones
El crecimiento de la extrema derecha debería preocuparnos y mucho. El fascismo en sus múltiples formas es una categoría mayor, como bien supieron detectar –aunque quizás tarde- los comunistas de los años treinta del siglo XX. El crecimiento de estas formas de pensamiento político, enraizadas en la intolerancia y el odio al diferente, encuentra su caldo de cultivo en la dinámica de mercantilización propia del capitalismo. Cada paso que avanza el libre mercado, ahogando los espacios vitales y condenando al desempleo y la precariedad a las clases populares, el fascismo encuentra más posibilidades donde arraigar.
El fascismo mantiene una conexión vital con el liberalismo. Por un lado, es consecuencia del utópico proyecto liberal. Por otro lado, es también el último recurso que tienen los capitalistas para mantener a salvo la propiedad privada de los medios de producción. Como bien señalaba Olmo en Novecento, la inmejorable película de Bertolucci, «los fascistas no son como los hongos que nacen así en una noche. Han sido los patronos los que han plantado a los fascistas. Los han querido, les han pagado y con los fascistas los patronos han ganado cada vez más hasta no saber dónde meter el dinero».
El discurso oficial o mainstream sobre el populismo no sólo banaliza la importancia y la gravedad del auge de la extrema derecha sino que busca su legitimación por comparación con otros proyectos políticos procedentes de la izquierda. La categoría de populismo no sólo es estéril a efectos descriptivos sino que oscurece la realidad subyacente. Es mucho más adecuado hablar de extrema derecha o de nuevas formas de fascismo.
El crecimiento de la extrema derecha se produce por alimentación de la rabia y frustración de las clases populares y, particularmente, de la clase trabajadora. En el contexto actual son los perdedores de la globalización los que forman la legión de votantes de los partidos de extrema derecha. Y eso no es el resultado inevitable de la historia, sino una derrota política y cultural de la izquierda anticapitalista. El reciente caso francés representa una esperanza porque compite en el mismo terreno socioeconómico y de clase, pero no hay nada escrito de antemano.
Sin embargo algo sí parece seguro. Las transformaciones sociales y económicas de las últimas décadas, bajo el paraguas de la globalización, parecen llevarse por delante tanto a los sistemas tradicionales de partido como a las instituciones supranacionales que les han dado amparo. La irrupción de nuevos partidos y de nuevas formas políticas no parece haberse agotado ni ser previsible hasta que las causas originales, relacionadas con las privaciones provocadas por el capitalismo, hayan desaparecido.
Bibliografía
- Benveniste, Annie, Gabriella Lazaridis y Giovanna Campani (2016), “Populism: the concept and its definitions”, en: Gabriella Lazaridis, Giovanna Campani, Annie Benveniste (eds.), The Rise of the Far Right in Europe, Palgrave Macmillan, London.
- Benveniste, Annie y Ettiene Pingaud (2016), “Far-Right Movements in France: The Principal Role of Front National and the Rise of Islamophobia”, en: GabriellaLazaridis, Giovanna Campani, Annie Benveniste (eds.), The Rise of the Far Right in Europe, Palgrave Macmillan, London.
- Bornschier, Simon (2008), “France: the model case of party system transformation”, en: Kriesi, Hanspeter et al., West European Politics in the Age of Globalization, Cambridge University Press, Cambridge.
- Kriesi, Hanspeter, Edgar Grande, Romain Lachat, Martin Dolezal, Simon Bornschier y Timotheos Frey (2008), West European Politics in the Age of Globalization, Cambridge University Press, Cambridge.
- Kriesi, Hanspeter (2014): “The Populist Challenge”: Western European Politics, pp. 361-378.
- Milanovic, Branko (2016), Global Inequality, Harvard University Press, Cambridge.
- Mayer, Nonna (2014), “The Electoral Impact of the Crisis on the French Working Class”, en: Larry Bartels y Nancy Bermeo (eds.), Mass Politics in Tough Times, Oxford University Press, New York.
- Mudde, Cas (2007), Populist Radical Right Parties in Europe, Cambridge University Press, Cambridge.
- Polanyi, Karl (2012), La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Fondo de Cultura Económica, México DF.
- Polanyi, Karl (2013), La esencia del fascismo, Escolar y Mayo, Madrid.
- Sánchez Moreno (2013), Alejandro, José Díaz. Una vida en lucha, Almuzara, Córdoba.
[1] Quien quiera conocer las implicaciones que tuvo ese cambio de política en España recomiendo el libro de Alejandro Sánchez sobre el secretario General del Partido Comunista de España entre 1934 y 1944, Pepe Díaz, y la recopilación de textos del dirigente sevillano (Sánchez Moreno, 2013).
En España donde al envejecimiento de la población (como en Europa), se le une una tasa de crecimiento vegetativo que unida a la migración de los más jóvenes (mayoritariamente formados), nos coloca en una población a la baja. En esta España cualquiera con dos dedos de frente, entiende que la emigración no es ni un problema, ni una crisis, salvo porque requeriríamos más migrantes y que volvieran los propios, si el crecimiento de la economía fuera sano y no tan desigual.
En España donde nos hacen ver la problemática migratoria fijando el foco en las llegadas de pateras, foco mediático. Es justo, decir que dicha emigración supone un 10% de la total, que llega por otras vías, que pueden ser tan blanca y católica o más que cualquier pseudoario patrio, y que además la migración mediterránea base del discurso fascistoracistoide tiene un mayor índice de tránsito y salida de España que la total.
En el discurso fasctoide siempre ha resaltado un rasgo, culpabilizar a un elemento débil de los males que nos aquejan a tod@s, y a quien mejor que al más pobre y diferente.
Pero eso sólo es el principio de un discurso que continua e inmortalizo Bertolt Brecht con aquello de “empezaron por…, pero yo no era; siguieron por…, pero yo no era;……; finalmente vinieron por mí, pero ya era demasiado tarde.
Cuando estamos creciendo económicamente, la falta de cohesión social o desintegración de nuestra comunidad no es responsabilidad de un ejército armado de mantas, y hambre. Por eso el sistema puede fortalecer dichos discursos y fuerzas, son la expresión de un modelo que se ahoga y quiere asirse, abrazarse a lo que sea en su desesperación, aunque eso supongo que nos hundamos todos. Primero, ya hace tiempo que se hunden los más débiles, los emigrantes ahogados del Mediterráneo, después …, hasta que nos toque a tod@s.
No es un acto de solidaridad para con el emigrante desesperado, no es un acto ético y/o justo, o un acto de buen cristiano, es Ubuntu. Es que luchar por nuestros derechos pasa por defender a todos los que comparten nuestras circunstancias o peores, por defender a los emigrantes en una Europa envejecida y una España que además mengua por la marcha de su juventud.
Respecto a la incapacidad de acoger a migrantes en las costas andaluzas, la pregunta sería, ¿Qué capacidad de acogida en similares y/o mejores condiciones, tenemos cuando nos azota un gran incendio?. Claro está que la migración a Europa no es un fenómeno exclusivamente andaluz y ni tan siquiera españo, sino europeo. Claro está que la atención transitorio, que en menores no acompañados puede ser más larga y costoso, no puede ser asumida exclusivamente por las entitades locales o autonómicas, ni tan siquiera por el Estado español, sino por la UE. Pero no estamos hablando de grandes cifras, aunque el austericidio con los propios, hagan de cualquier cifra dedicada a la solidaridad con autóctonos o no un foco de debate. Y como decía hay es donde está el problema que cualquier cuantía solidaria, que la solidaridad sea entre propios o extraños la han convertido en una mercancia y cara a los ojos de las gentes.
Enfrentaron a trabajadores y clases populares con los funcionarios públicos, enfrentan a los precarios con los trabajadores fijos, nos enfrentan ahora con los pensionistas (de quiénes dicen han sido privilegiados por no sufrir la crisis como el resto de trabajadores, e incluso escuche a Ramón Rallo -uno de los economistas de cabecera mediática- decir que ganarón capacidad adquisitiva), nos enfrentan con los emigrantes más débiles y desamparados. Parece que aquellas palabras que inmortalizó Bertolt Brecht, han resucitado con el fascistoracismo.
Un cordial saludo.
Un cordial saludo.
He leído un artículo en Público.es del maestro Vinçens Navarro, sobre las falsedades del crecimiento económico y la política neoliberal o algo así. En el mismo, el maestro nos relata cómo éste crecimiento económico se funda en una mayor productividad y desigualdad. Pero pareciera como si el crecimiento económico se debiera a la desregulación y precarización de las condiciones vitales, elemento al que le da cumplida respuesta.
Pero si no dedicáramos espacio a explicar que ese crecimiento económico, no se funda en el deterioro de dichas condiciones vitales, aunque evidentemente si sea la propia esencia de la desigualdad. Estaríamos, en cierta manera, alentando el pensamiento de que dichas políticas contribuyen al crecimiento.
Cuando en realidad dicho crecimiento se ha producido por la socialización de las pérdidas financieras, que han restablecido a un sistema financiero con aún más riesgo sistémico y han provocado una gran desposesión entre las clases medias y trabajadoras.
Socialización de las pérdidas de un sistema financiero directamente, e indirectamente a través de las inyecciones de los distintos Bancos Centrales.
Tanto es así, que éste modelo crisálida de capitalismo, está recuperando de nuevo las inercias especulativo-financieras, ante su incapacidad para ocupar a la población, por mor de las elevadas productividades tecnológicas y su impacto en el valor del trabajo y sus productos.
Aquí no estamos viendo tras 11 años de la Crisis al período de maduración creativo tras la destrucción de empleo. Es más a lo que vamos a asistir es a los efectos exponenciales de la maduración tecnológica, con la aceleración eficiente del internet de las cosas, por ejemplo con la extensión del 4G y el próximo 5G.
Y sobre todo cuando se opere el gran salto en las energías renovables.
Estamos asistiendo a la desesperación de un modelo de intercambio, distribución y organización social, que es incapaz de generar el valor que las sustenta en sus distintas formas, y que no ha venido siendo otro que el del trabajo.
Y en esa desesperación, ante la insuficiencia de valor trabajo, y sus dinámicas de competencia y concentración, sólo le queda la desposesión como hálito de supervivencia. Desposesión que en breves períodos como el actual se atenuaran, entre otras cosas por la vuelta de las burbujas financieras sobre activos reales y como bien dice el maestro, sobre la precarización de las clases populares.
Pero tras cada más breves períodos de tiempo, aparecerán mayores Crisis más devastadoras, es decir, desposesoras.
No reconocer el papel que la política monetaria e inyecciones de Capital de todos ha tenido en la recuperación del crecimiento económico, es algo que se le ha pasado por alto al maestro, pero con lo que nos ha ilustrado en no pocas ocasiones.
Sin embargo, no reconocer el papel del cambio en las infraestructuras, su aceleración tecnológica de la productividad y los efectos en el n° y tipos de trabajos cada vez más mengüantes estructuralmente, no contribuye a encontrar soluciones de largo alcance.
Mantenernos en políticas keynesiana que afectan a la oferta y demanda en sus distintas formas, serviría para arrancar de nuevo el motor del vehículo, sino fuera porque su realidad ya no puede llamarse mecánica de explosión. Eso sí, dichas políticas sirven para paliar los daños inmediatos, pero no para qué la economía real sea el motor del crecimiento y no la especulativo-financiera. No sirven para ir abordando un Mundo en el que globalizado o no, el empleo será cada vez más escaso. Por ello, alternativas como la RBU y el TSG son iniciativas a explorar que nos ayuden a redistribuir la riqueza tecnológica y a andar unas relaciones sociales fundadas en otros tipos de trabajos y sin el valor trabajo.
Un cordial saludo.
¿Y AQUÍ ESTAMOS, PREGUNTÁNDONOS QUÉ HACER CON EL “IN CRESCENDO” DE EXTREMAS DERECHAS? ALGUNAS RESPUESTAS.
El avance por doquier de extremas derechas en Europa es tremendo, la única disrupción político-institucional generalizada de la Gran Crisis. Ya sabemos que rumbo está tomando la refundación del capitalismo.
Mantenemos debates sobre “la teoría crítica de la diversidad”, sobre la inmigración y el racismo, sobre la UE, las consecuencias de la experiencia Griega. Pero lo que sobrevuela el ambiente, es la brisa del fascismo que arrecia en nuestro cogote como alternativa en Europa. Vientos que traen tormentas extremas, pero a los que todavía no hemos sabido dar respuesta, ni desde la izquierda, ni desde la derecha. Una ultraderecha que cabalga el racismo y euroescepticismo, galopa a toda pastilla.
La gran mayoría entendemos que estos vientos se originaron con la Gran Crisis -socialmente cronificada-, y que las soluciones parten de cambios en las políticas de la UE y sus países miembros. Pero llegados al punto actual, el racismo aporofóbico constituye la columna vertebral de la extrema derecha (incluso del euroescepticismo) y reclama respuesta, también propuesta.
El presente comentario trata de aportar y animar desde la izquierda al debate. Pero también al conjunto de la sociedad, incluidas formaciones y ciudadan@s de derechas, defensores-ras de la democracia y los derechos humanos.
Por ello, en el espacio de un Tweet relaciono los contenidos del mismo, que no son habituales:
-INTRODUCCIÓN AL ORIGEN DE LA FLORACIÓN SOCIAL DEL RACISMO EN EUROPA.
– ARTICULACIÓN DE LA RESPUESTA PARTIENDO DE SU REALIDAD COMO PULSIÓN. ¿CÓMO HEMOS DE TRATAR LOS MENSAJES, COMUNICACIÓN, INFORMACIÓN, CONOCIMIENTO?
-Detengámonos en sus elementos psicosociales, miedo a lo diferente y desconocido sentido como amenaza individual-colectiva.
-El racismo se apoya por origen, prioritariamente en argumentos y formas maximalistas. ¿Cómo responder a las pulsiones seguritarias con las que juega el racismo?
-¿Cómo desmaximalizamos el debate? Desnudemos su fake rhetoric
-Un enfoque que desenfoca al inmigrante, ver al árbol desde el bosque
-Denunciemos la xenofobia y aporofobia normalizada que trata como excepcional lo cotidiano.
-La catarsis de la risa que diluye a miedo y odio, desnudando a su majestad racista. La respuesta racional como fundamento.
-Reconozcamos la realidad, estamos debatiendo de cómo frenar el ascenso de la extrema derecha.
-Un Deseo que cambia la mirada hacia África.
-INTRODUCCIÓN AL ORIGEN DE LA FLORACIÓN SOCIAL DEL RACISMO EN EUROPA.
El ser humano es social, no hemos descubierto la pólvora, y su socialidad se concreta e identifica con la pertenencia a una comunidad. Hoy dicha pertenencia es gradual y estratificada en diferentes comunidades, por ser simbólica y no natural. Una gradación identitario-comunitaria que posibilita entregar su vida solidariamente, mirar para otro lado mientras otr@ se ahoga, o pisarle el cuello para ahogarl@.
Dicha vinculación entre individuo y comunidad, opera hace ah sobre elementos simbólicos. El mutuo conocimiento (capacidad de comprender y entender la relación, sus significados y consecuencias interactivas) sólo alcanza en nuestra especie a grupos de 250 miembros. De ahí la importancia de los elementos simbólicos, sean religiosos, culturales o simples colores –de la piel o la bandera- al crear identidad e intereses comunitarios, y sobre todo el símbolo por excelencia, la riqueza. Ello nos lleva a que comunidades simbólicas, sean apreciadas gradualmente desde amenazas a propias en función de sus diferencias.
Sin embargo, hemos de tener en cuenta, que aunque dichos atavismos intervengan, el factor decisivo que desencadena todo el proceso es el símbolo material de la riqueza, ¿pero acaso la riqueza de una comunidad no es identidad que sustenta a las demás? Sí, hasta el punto que en ocasiones, el resto de rasgos, casi son fetiches que operan ocultando ver pobreza y pobre como amenaza, la aporofobia, tal ocurre con el racismo.
No de otra forma, podríamos interpretar el hecho de que la aparición del fenómeno se produzca ahora, en un momento de retroceso en derechos, servicios y condiciones de vida de las mayorías sociales en Europa. E igualmente, no de otra forma podríamos interpretar la xenofobia en Kuwait, Omán… con los extranjeros pobres, sean árabes o no; o entre l@s limítrofes con Venezuela, respecto la inmigración venezolana; o entre los libaneses o … con los refugiados palestinos; o ….con los sirios; con las judíos negros “falashas” en Israel; o …
Cómo vemos aun compartiendo cultura, religión, costumbres, color…, si formas parte de una comunidad pobre y extranjera, serás marginado y visto como una amenaza, serás objetivo del racismo aporofóbico.
El elemento central que aflora el racismo, no es como entienden Recalcati (intelectual próximo al PD) y algunos de “en pie” alemán (que puede acabar siendo endspiel: final más que Aufstehen-en pie- ), las diferencias culturales…, operando en la inseguridad de la identidad nacional. Sino la amenaza para el status económico, el nivel de vida.
Bien es cierto, que sean las razones unas u otras, su prelación o importancia, ambas operan sobre la pulsión seguritaria, base de la psicología de masas para Freud, que nos recuerda Recalcati.
Y que actué sobre esta pulsión seguritaria no es baladí a la hora de dar respuesta, ni en el contenido, ni en la forma o estructura del mismo; a la hora de expresar opiniones u ofrecer cifras, datos e información. Recordar casos de campañas publicitarias contraproducentes, nos debe servir de reflexión al respecto y no despreciar las pulsiones primarias del fenómeno, que ya cabalgan sobre la realidad económica y material.
Más adelante abordaremos en qué manera estas pulsiones deben afectar a las formas o estructuras de los mensajes y su contenido para no generar sesgo.
Lo cierto es que el debate se inicia en la izquierda, sea francesa, italiana, alemana…, y que responde de momento al irrefrenable e impredecible techo de avance en la extrema derecha, tanto por la incapacidad de las izquierdas nuevas y viejas, como por las distintas derechas.
No es sólo una preocupación de la izquierda el avance de la ultraderecha, estoy convencido de que a much@s de nuestr@s demoni@s de la derecha les preocupa, a Merkel como cabeza de los mismos por ejemplo. Por ende podríamos compartir algunos elementos que sirvieran de barrera: un pacto contra el racismo y la xenofobia, colaborar por comunidades libres de odio. Aunque nuestras visiones sobre la UE desde la izquierda, por diversas que sean, difícilmente podrían ser parte de dicho pacto tácito y explícito.
Hasta ahora nos hemos ocupado de las tensiones ficticias o no, generadas entorno a la migración. Pero hemos concluido sin resaltarlo hasta el momento, que en realidad los sentimientos xenófobos, racistas, no son el detonante: más son chivo expiatorio que parte, uno de los chivos culpables y tangibles-no abstractos- a quemar en la hoguera y expiar la ansiedad previa. Ansiedad que nos culpabilizaba de los recortes … por haber “vivido por encima de nuestras posibilidades”.
Y si es posible convivir con la culpabilidad, nadie puede convivir con el tormento de la culpa y la prolongación del pecado –“original”- de la pobreza o su incertidumbre futura. Por ello del mantra neoliberal culpabilizando al propio pueblo, nació otro mantra neofascio que culpabiliza con razón (aunque farisea) a la UE, y sin razón a los más pobres de entre los extranjeros.
Hasta aquí hemos analizado algunos fundamentos psicosociales del racismo con base en la propia psique humana; su brote por razones de origen económico y rasgo aporofóbico; más el hecho de que es una respuesta ficticia, un fake rhetoric que canaliza la ansiedad social previa (en su doble acepción: desazón y ansiar) aflorada por la involución social e incertidumbre futura de la Gran Crisis.
– ARTICULACIÓN DE LA RESPUESTA PARTIENDO DE SU REALIDAD COMO PULSIÓN. ¿CÓMO HEMOS DE TRATAR LOS MENSAJES, COMUNICACIÓN, INFORMACIÓN, CONOCIMIENTO?
-Detengámonos en sus elementos psicosociales: miedo a lo diferente, lo desconocido sentido como amenaza individual y colectiva.
La operativa de dicho prejuicio responsabilizará del desbordamiento de todos los males, habidos y por haber, a la inmigración. Y allí donde la comunidad se sienta amenazada, la inmigración será la responsable que rebosa el vaso. Así ocurre y ocurrirá con el machismo y todas sus expresiones (incluida la violencia de género y la homofobia), la escasez de prestaciones o servicios sociales, la responsabilidad de todo tipo de criminalidad, el desempleo, los bajos salarios; en definitiva con cualquier alteración perjudicial de la convivencia pública y el bienestar. El racismo aflora hasta el punto de que llevar Piercings y mostrar tatuajes por todo el cuerpo en los centros de estudios –como es lógico- no escandaliza, pero llevar pañuelo cubriendo el pelo sí, e incluso llegue a prohibirse normativamente. El problema no es el objeto, ni la forma, sino el símbolo cultural, las diferencias que no se aceptan, ya que aunque no versen sobre la integridad física, sí lo hacen sobre la simbólica o cultural y vivimos tiempos de intolerancia que se retroalimenta, intolerancia de verdades a imponer.
Nuestro cerebro es falible, nos dejamos engañar por nosotr@s mism@s, algo que en ocasiones es útil para soportarse así mismo. Así es demostrado hasta la saciedad que nuestro cerebro marginará y/u organizará la información que recibe, para reforzar la ideas ya concebidas y/o prejuicios, aunque éstas sean erróneas.
Es muy conocida la encuesta realizada al personal sanitario hospitalario de maternidad, sobre el número de partos en noches de luna llena, respondían que eran más, lo que no era cierto. ¿Por qué se equivocaban los profesionales que a diario se ocupan de los partos? Su cerebro marginaba la información, resaltaba e intensificaba aquella información que reforzaba las ideas previas, preconcebidas.
-El racismo se apoya por origen, prioritariamente en argumentos y formas maximalistas. ¿Cómo responder a las pulsiones seguritarias con las que juega el racismo?.
Una vez aflorado socialmente el racismo, hemos de comprender que tratamos con ideaciones maximalista preconcebidas, con pulsiones de miedo e inseguridad.
Por ello, no podemos aceptar un marco de discusión maximalista, jugaríamos comunicativamente con dados cargados a la contra. No olvidemos que si aceptamos un marco maximalista de debate, jugaremos con desventaja, la psique deformará nuestros mensajes e informaciones para reforzar las propias preestablecidas.
En España al menos, los argumentos y expresiones del racismo rallan realidades paralelas para lel@s. Pero no olvidemos que en cada un@ de nosotr@s hay lel@s, sobre todo porqué la ansiedad sea real o no, futurible o ficticia, nos confunde.
Hablar de las bondades de la inmigración en España no sólo no es suficiente, ante los supuestos perjuicios –consolidados por prejuicios-, es que no debe ser el eje del mensaje ante los mismos.
No podemos responder fundamentalmente con un mensaje maximalista, que al final permite la etiqueta de buenismo, pese a que el racismo este condenado al malismo.
Hay que desmaximalizar el debate, sacarlos de su mesa de juego, descargar los dados. También activar mensajes improcesables a través del miedo, la inseguridad, la incertidumbre, respuestas catárticas. ¿Acaso, al aceptar contestar en su terreno, no estamos aceptando la necesidad de contestarles en él, con sus límites, y por ende aceptando la plausibilidad de que su racismo esté fundado en la realidad?
-¿Cómo desmaximalizamos el debate? Desnudemos su mensaje fake rhetoric
Desmaximalizar significa partir de que la inmigración ni es beneficiosa, ni perjudicial per se; comenzar a hablar de la realidad de nuestra inmigración -no genéricamente- y nuestra política de control migratorio (no hacerlo, da alas a los fake rhetoric racistas).
Qué duda cabe, si la UE tuviera una política de fronteras abiertas, muy probablemente, la avalancha humana demolería los sostenes de nuestros modelos sociales. ¿Pero, quiénes plantean tal hipótesis? Su irrelevancia social y política es palmaria.
Esa ficción de desbordamiento, hecha ideación sobre el presente, es sobre lo que cabalga la xenofobia, desbordamiento que iría in crescendo.
Por tanto, y en primer lugar se trata de establecer un debate no sobre la bondad o maldad de la inmigración. Sino sobre la realidad de nuestra inmigración, nuestra necesidad de la misma y capacidad de integración en la comunidad (España y Europa no sólo envejecen, sino que pierden población por superar los fallecimientos a los nacimientos).
-Un enfoque que desenfoca al inmigrante, ver al árbol desde el bosque
Igualmente hay que tratar de nuestra comunidad y no de la inmigración, estamos hablando de nuestra sociedad y su convivencia. Es otro enfoque que desenfoca al inmigrante, colocando el foco sobre la visión de conjunto, ver al árbol desde el bosque. A partir de ahí, hablamos del marco de convivencia de tod@s l@s vecin@s de España, sin distinciones, el punto de referencia no es la actitud de l@s o un@s manter@s, o un@s…, sino que sólo deberían ser noticia o materia de debate si suponen excepciones en la normal convivencia de los distintos colectivos. Por ejemplo, los manteros y sus conflictos, respecto al orden público. ¿Son diferentes a los conflictos de Astilleros, mineros, taxistas y conductores de cabify, trabajadores de Vestas …, y tantos otros colectivos de trabajadores? Distinguir el racismo y la aporofobia pasa por identificar y denunciar dichas actitudes no sólo en políticos, sino también en las líneas de redacción en medios de comunicación, al igual que en el conjunto de la sociedad.
Sin embargo, si no desmaximalizamos y contextualizamos la información, si hablamos de l@s inmigrantes como una realidad aparte, no propia de la convivencia de todos los colectivos de nuestra comunidad, no como un@s vecin@s más. Si no hablamos de nuestros vecinos sin adjetivos, tod@s miembros de la comunidad, y no de la inmigración con carácter general. En tal caso, potenciaremos la luna llena de la inmigración que exacerbará los datos y alimentará el sentimiento irracional de amenaza.
Igualmente, si no hablamos de nuestro control migratorio en función de necesidades y capacidades, contextualizando con nuestra realidad histórica; entendiendo las situaciones de emergencia como excepciones que deben ser tratadas con excepcionalidad y no convertirse en regla. Entonces dejamos la tierra abonada para que aflore el racismo sobre la incertidumbre del futuro próximo sobre quiénes y cuántos serán nuestr@s vecin@s.
-Denunciemos la xenofobia y aporofobia normalizada, que trata como noticia excepcional lo cotidiano.
Es increíble como “la inercia” o “desconocimiento” o “el incremento de costes de procesar la información de agencias” lleva a los medios generalistas (más aun los públicos), a ofrecer información parcial, desconexa, aislada, sobre la inmigración. De tal manera, que sin necesidad de portavoces del discurso racista (que intervienen apoyándose en ellos), provocan por los mecanismos dichos, deformación de información y conocimiento, reforzando las tendencias inherentes al miedo a lo diferente, desconocido, al racismo xenófobo, siempre que estos extranjeros sean pobres.
Las noticias que ofrecen datos aislados del conjunto intoxican al conocimiento, por ejemplo: la cantidad de datos ofrecidos sobre el desembarco de pateras, nos lleva a pensar que la entrada migratoria casi exclusiva es la patera; e incluso la forma de presentarla con gentes desarrapadas huyendo nos sitúa ante quién huye como un delincuente, como algo peligroso para tod@s. Cuando sólo un 10% de migrantes acceden a través del estrecho.
-La catarsis de la risa que diluye al miedo y el odio, desnudando a su majestad racista. -La respuesta racional como fundamento.
Aunque de menor calado estructural en la respuesta al mensaje racista. Que éste suela expresarse con exageración hiperbólica rallante en alucinación, y tratándose de un sentimiento irracional originado por miedo a lo desconocido e inseguridad. Abona el terreno y sería recomendable, comenzar las respuestas con intensidad catártica, apoyándose en los fantasmagóricos paisajes que dibujan sus exageraciones hiperbólicas; desnudando por medio del humor a sus majestades racistas y mostrando lo impúdico de sus razonamientos. No hay mayor catarsis frente al miedo que la risa, quizás por ello sean o hayan sido tiempos difíciles para el humor. Ahora mismo y al respecto, recuerdo algún discurso racista y aporofóbico, hablándonos de que no sé quién nos invadía con mantas- y hambre-, hay que ser manta para pensarlo.
Claro está, tras la catarsis cómica del esperpento debe venir la contextualización comunitaria de la normalidad, explicando la insignificancia o no en la alteración de la convivencia común. Es decir, hablar de la ocupación de la vía pública por todos sus actores, incluidas terrazas y estantes de souvenirs en zonas turísticos-urbanas,…; o con los conflictos laborales normales, o los niveles normales de criminalidad…. También por qué no, mostrar las bondades no maximalistas, sino concretas que la inmigración ha tenido en nuestra comunidad, haciéndola más grande en avances de convecinos de origen extranjero científicos en ingeniería, telecomunicaciones, medicina…; de los triunfos deportivos conseguidos con nuestros paisanos migrantes en distintos deportes, literatura, teatro, pintura, …, de los servicios que prestan como miembros de nuestra comunidad.
Poner en valor a nuestros paisanos sea cual sea su origen, sea figura del deporte o carpintero, albañil, arquitecto o labrador, también es crear comunidad libre de odio.
-Reconozcamos la realidad, estamos debatiendo de cómo frenar el ascenso de la extrema derecha.
Hoy el debate no se sitúa en abrir autopistas a la migración, sino en endurecer las políticas migratorias hasta el extremo de expulsar a los que son convecinos nuestros desde tiempo (Salvini frena la expulsión en los malos italianos y gitanos, pero también son malos por gitanos y los salvini seguirán alimentando el odio hasta…). Ese es el debate real sobre ficciones que hace avanzar a la extrema derecha. El debate está entre los que deniegan ayuda a quiénes se ahogan –o les pisan el cuello-, y quienes intentan acabar o paliar este desastre humanitario. Plantearse la apertura de fronteras y el libre acceso, es continuar engordando el ascenso del nuevo fascismo. Hablar con carácter general de su bondad o maldad, es moverse en el terreno del maximalismo aventajado del racismo aporofóbico que hunde sus raíces en los mecanismos psíquicos y primarios del miedo y odio
La cuestión no es negar la migración, de otra parte, necesaria en una Europa con decrecimiento demográfico. Sino cómo regulamos la misma, de forma que derechos adquiridos y condiciones de vida coexistan con el acogimiento de refugiados y emigrantes, conformando tod@s una comunidad simbiótica. De cómo consolidamos y avanzamos en nuestra capacidad de respuesta ante las crisis humanitarias. También de cómo contribuye Europa a evitar situaciones excepcionales que crean presión migratoria (ahora mismo, Trump ha retirado la asignación de EE.UU, que suponía gran parte del presupuesto de la ONU para los refugiados palestinos (cinco millones y medio de personas). También deberíamos haber pensado antes de seguir a EE.UU. en su política del Kaos en Oriente Próximo, en las consecuencias de la demolición de Estados y sus infraestructuras, con la consiguiente presión migratoria de refugiados y exilados por hambre que crearía.
-Un deseo que cambia la mirada
Hablaba Recalcati de buscar un Deseo, un Deseo que moldee y redirija las pulsiones, en este caso no sé si es psíquico o más político y económico. La presencia de África, de los africanos, por vecinos de un inframundo en éste, ocupa gran parte de éste debate. Por ello hemos de remirar África, cambiar nuestro enfoque como países, no desde el punto de vista extractivo y/o piadoso. Hemos de mirar África como una oportunidad y no un problema, ¿por qué no sería posible emular experiencias de desarrollo económico que han tenido lugar en Asia, en Oriente lejano? Por qué Europa o un grupo de países europeos no pueden contribuir, no desde la piedad, sino desde la interrelación económica a la construcción de infraestructuras y consolidación de Estados africanos. Garantizar el desarrollo, quizás al principio priorizando determinadas áreas de África. Pero cambiando la mirada sobre toda ella, desde el respeto a las culturas, religiones y equilibrios políticos de la zona.
Europa debe ser consciente, que le es imposible construirse sobre o junto a las escombreras de África, que África requiere de un plan europeo para el desarrollo, de capital financiero y humano. Que la realidad actual y el próximo futuro de la vecina África, si no cambiamos nuestra mirada hacia ella, afectará al modelo europeo para mal, y si modificamos nuestro enfoque, probablemente lo hará para bien.
Si EE.UU. al finalizar la 2ª Guerra Mundial, pudo implementar un Plan Marshall para reconstruir Europa y Japón. ¿Qué razones hay hoy día, con el nuevo estatus internacional, para que Europa no colabore con África no desde la piedad, sino desde el mutuo interés? Acaso los EE.UU no se beneficiaron de su colaboración en todos los terrenos con la destruida Europa y Japón.
Este es el reto que hoy los peninsulares mediterráneos tenemos ante nuestros vecinos, aunque la Itálica este incapacitada para ello. Toca hoy a España, Portugal y Grecia, a sus gobiernos ser la cabeza de puente para impulsar un núcleo de potencias europeas por el desarrollo en África, sinergia a la que probablemente se sumarán otras potencias.
África no puede ser nuestro talón de Aquiles, sino un ave fénix que aletee junto a su vecina Europa creando corrientes favorables para ambas.
Un cordial saludo