La pregunta con la que titulo esta nota es polémica y, hasta cierto punto, provocadora. Durante muchos años, seguramente desde la propia publicación de las obras de Marx, se ha planteado esta duda respecto al hipotético estatus científico del trabajo de Marx y Engels. En mi opinión, para resolver este debate no valen para nada las sagradas escrituras, esto es, la lectura filológica de lo que dijo este o aquel autor, santificados ya en el altar de la ortodoxia marxiana, ya que ello nos remitiría a un estudio escolástico o religioso del asunto, y no es el objetivo. Lo que importa es ver si el instrumental marxista encaja dentro de las definiciones actuales de ciencia, cuyo criterio está ampliamente justificado. Por supuesto, con esta nota simplemente aspiro a defender que, a lo sumo, el marxismo debe verse como una tradición de investigación y no tanto como una ciencia dura que lleva asociado un método científico específico. Si alguien le interesa profundizar, los capítulos 1 y 2 del libro “Por qué soy comunista” (2017, Península) versan precisamente sobre esta reflexión.

Historicismo, progreso y método científico

No podemos olvidar que Marx y Engels fueron hijos de su tiempo. Una de las implicaciones que eso tiene es que aun siendo críticos, ambos fueron representantes de la modernidad y portadores de una visión historicista del progreso. En particular, ambos autores pensaban que el futuro de la sociedad estaba escrito de antemano en la propia naturaleza del desarrollo social y que la sociedad avanzaba por el despliegue de esa lógica de desarrollo -«el capitalismo está embarazado de socialismo» solía repetirse. Los dos creyeron posible encontrar las leyes que regirían esa lógica de desarrollo, fe que compartían con el liberalismo y con otros productos de la modernidad. Y creyeron tanto haberlo conseguido que Engels bautizó sus trabajos como «socialismo científico».

En efecto, para Marx y Engels el comunismo quedaría justificado no porque cuente con una moral superior sino porque el estudio y conocimiento del capitalismo y de la historia de la humanidad ha llevado a él como conclusión racional y sobre la base de la ciencia. Y es que Marx y Engels iban a emplear todo el instrumental de la Economía Política Clásica para construir un sistema o teoría que diera una explicación nada más y nada menos que de la historia misma. En el Discurso ante la tumba de Marx, el propio Engels explicó que «de la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana»[1]. Y en una carta a Ferdinand Lasalle (1825-1864), Marx le explicó que «la obra de Darwin es de una gran importancia y sirve a mi propósito en cuanto que proporciona una base para la lucha histórica de clases en las ciencias naturales»[2]. Este interés en Darwin y en construir una teoría científico-positiva marcó gran parte de la obra de Marx.

Sin embargo, es de justicia reconocer que «ni el pensamiento de Marx ni ningún pensamiento positivamente relacionable con Marx son ciencia pura, ni sólo ciencia»[3]. Según el filósofo marxista Manuel Sacristán, hay tres conceptos diferentes de ciencia en el trabajo de Marx, que suponen inspiraciones de su actividad intelectual. Por un lado está la noción normal de ciencia (science), que inspira su intento de construir un sistema científico-positivo, equiparable a cualquier ciencia natural. Por otro lado, está la noción hegeliana de la que es inspirado por su dialéctica o método para entender cómo las contradicciones mueven el mundo. Y finalmente está la idea de ciencia como crítica, propia de su época de joven hegeliano. Estos serían «los nombres de las tres tradiciones que alimentan la filosofía de la ciencia implícita en el trabajo científico de Marx»[4], que responden a la propia trayectoria biográfica del autor y que dan a su trabajo un carácter específico que no es ciencia pura pero que intenta no ser mera especulación.

No obstante esta realidad, el marxismo posterior a Marx destacó y acentuó sobre todo su carácter historicista, hasta el punto de que alguien como Karl Kautsky elaboró un «catecismo comunista» para enseñar marxismo como el que enseñaba física newtoniana. Los manuales de la Unión Soviética tuvieron después la misma función, educando a la población en un marxismo cientificista que decía enseñar las claves del desarrollo total de la historia. Se construyó un corpus teórico coherente y cerrado de «materialismo histórico» y de «dialéctica materialista» que decía ser la verdadera ciencia de la vida, con su método científico y sus descubrimientos históricos. Se promovía una «metáfora comunista» que abundaba en el hecho de que siempre es más agradable luchar contra el enemigo si uno cree que la historia está de tu lado.

No sólo ocurría en el marxismo más ortodoxo. La mayoría de la gente hoy en día cree que existe tal cosa como un método científico cuyo empleo marca la frontera, de manera clara, con el pensamiento especulativo, metafísico o pseudocientífico. En realidad, es normal. En la filosofía de la ciencia durante mucho tiempo se pensó que sólo existía un único método para obtener el conocimiento. Sin embargo, los descubrimientos científicos, y sobre todo la reflexión filosófica sobre los mismos, han puesto de relieve que eso no es así. Las viejas e inflexibles certezas acerca de cómo la humanidad avanzaría inevitablemente por la senda del progreso gracias a un método infalible que nos permitiría obtener conocimiento han dado paso a una concepción del método científico mucho más abierta, que implica a variables históricas, sociales e incluso políticas en el proceso de generación de nuevo conocimiento.

La visión de la filosofía de la ciencia

Tras la disputa teórica entre racionalistas y empiristas, a partir del siglo XIX los filósofos de la ciencia se embarcaron en la tarea de construir un método científico que pudiera sentar las bases definitivas de las formas a través de las cuales acceder al conocimiento. Los filósofos positivistas fueron los más convencidos de este posibilidad y fueron firmes defensores de lo que se llama el monismo metodológico, esto es, la existencia de un único método para la ciencia. Aunque hay numerosas diferencias entre autores que se consideran a sí mismo positivistas, en general se asume que comparten ciertas características comunes. Entre esas características puede destacarse el «establecimiento de una línea de demarcación clara entre ciencia y metafísica, ciencia y especulación, ciencia y conocimiento ordinario» y la «delimitación de los elementos y momentos básicos del método científico como un conjunto de reglas que deben seguirse en cada caso y cada disciplina». Ellos creían que podía existir un método científico universal y libre de sesgos que permitiera a los investigadores acogerse a él para hacer ciencia, y para ello echaban mano del lenguaje lógico. Si eras científico, cogías tu método científico y hacías ciencia. Y si no usabas exactamente ese método entonces no era ciencia. Aparentemente fácil. A pesar de que actualmente se considera una visión ingenua, como decíamos antes es aún hoy el sentido común de la gente. Este pensamiento positivista fue el eje principal del llamado Círculo de Viena, creado en 1921 y con representantes marxistas como Otto Neurath.

Sin embargo, posteriormente el trabajo de Karl Popper (que influyó en los positivistas pero fue crítico con ellos) desveló algunos problemas de ese modo de pensar. Para Popper, a diferencia de los positivistas del círculo de Viena, la realidad no es trasladable sin sesgos al plano teórico a través de ningún lenguaje lógico. Según él, desde el momento en el que observamos la compleja realidad estamos sesgando las partes concretas que nos interesan y nos concentramos en algunos hechos específicos. Toda observación, hecho o dato está sesgada desde el momento en el que se posa sobre cualquier objeto de la realidad la mirada del investigador. Así, en el proceso de interpretación de lo real los investigadores han de proponer ciertas hipótesis que tendrán que enfrentarse a una crítica racional en forma de contrastación. Con esto, Popper rebajaba en mucho las pretensiones de los autores positivistas.

Y dado que existen esos sesgos, el método de Popper propone que el conocimiento científico avance a través de la formulación de hipótesis y teorías que pretenden representar la compleja realidad. Por hipótesis tenemos que entender «la afirmación que se somete a prueba, postulada para dar cuenta de un determinado fenómeno y acerca del cual buscamos evidencia a favor o en contra»[5]. Esas hipótesis habrán de ser confirmadas o refutadas por la experiencia, lo que se llama proceso de contrastación. Si la experiencia es contraria a la hipótesis, se dice que la hipótesis ha sido refutada y si la experiencia es favorable a la hipótesis se considera provisionalmente aceptada. El carácter de provisionalidad tiene que ver con la imposibilidad de acceder a un conocimiento totalmente cierto, dada la naturaleza de la ciencia, de tal manera que en cualquier momento podría refutarse la hipótesis o encontrarse una mejor.

Posteriormente la obra de Thomas Kuhn (1922-1996) fue mucho más allá. Para Kuhn es imposible comprender la actividad científica sin atender al contexto sociohistórico. La obra de Kuhn se considera como el punto de inflexión de la concepción positivista, es decir, el principio de su deslegitimación. Para Kuhn los investigadores son personas de su tiempo, con una mochila de creencias que afecta a su investigación y, como consecuencia, no existe un criterio único y preciso para comparar entre las diferentes teorías científicas. Entre los cuestionamientos de Kuhn a la concepción positivista se encuentra también su visión acumulativa y lineal del avance de la ciencia. Para el autor estadounidense la ciencia avanza de forma discontinua, con saltos y no por mera acumulación de conocimientos. Además, Kuhn distingue entre ciencia normal y ciencia revolucionaria. La ciencia normal sería el paradigma científico que emplea una determina comunidad científica en un momento histórico dado hasta que, eventualmente, surgen suficientes fenómenos inexplicables mediante el paradigma que provocan que pierda su legitimidad. En ese momento emergerá otro paradigma que amenazará con disputarle la posición y que proporciona una mejor explicación de las anomalías. Si el nuevo paradigma se termina imponiendo, se convertirá con el tiempo en ciencia normal.

Siguiendo la estela de los trabajos de Popper y Kuhn, Imre Lakatos (1922-1974) propuso la metodología de los programas de investigación. Según el filósofo de la ciencia húngaro, las teorías científicas deben ser estudiadas desde una perspectiva histórica pero también sabiendo que esas mismas teorías pueden y deben ser comparadas para preferir unas a otras. La novedad radica en que para Lakatos no son las hipótesis aisladas las que forman los grandes logros de la ciencia sino los programas de investigación. En este sentido, las teorías científicas son en realidad redes formadas por otras teorías menores que se interconectan en un sistema. Ese sistema, llamado programa de investigación, incorpora a su vez un «núcleo duro que «contiene ciertas leyes y ciertos supuestos fundamentales que se mantiene al margen de cualquier proceso de refutación», un conjunto de reglas metodológicas que orientan al científico y un conjunto de hipótesis auxiliares que protegen al núcleo[6]. Eso quiere decir que cada programa de investigación es como un paradigma de ciencia normal kuhniano, es decir, un sistema estable en el que los investigadores no cuestionan determinados posicionamientos sino que juegan y adaptan hipótesis auxiliares para que el programa pueda seguir teniendo validez científica.

Finalmente, otro filósofo de la ciencia que ha hecho grandes aportes a la cuestión es Larry Laudan (1941-), para quien el concepto clave es tradición de investigación. Para Laudan también es «en la historia de la ciencia donde podemos encontrar las claves para comprender y sistematizar qué es esa cosa llamada ciencia»[7]. Según esta perspectiva, una teoría es una tentativa de resolución de un problema y está formada por teorías particulares que se enredan en torno a un núcleo central. Una tradición de investigación contiene una serie de compromisos metafísicos que definen el campo de estudio, y también dispone de un conjunto de reglas metodológicas que orientan la investigación[8]. Como Kuhn y en Lakatos, Laudan tampoco acepta que la ciencia avance acumulando conocimiento sino que considera que el cambio científico implica también cambios cualitativos. Estos cambios tienen que ver con disputas que muchas veces son conceptuales y no empíricas, y además es bastante habitual que coexistan diversas teorías rivales que pretenden explicar los mismos fenómenos. Las disputas entre tradiciones de investigación se resuelven en función de cuál es más eficaz a la hora de resolver los problemas a los que se enfrenta.

Conclusiones

Desde mi punto de vista, el marxismo es claramente una tradición de investigación tal en las formas en las que acabo de describirlo. No existe, en consecuencia, tal cosa como un método marxista único. Mucho menos Marx o Engels elaboraron una guía epistemológica para que se trabajara dentro de un corpus ortodoxo. En realidad, lo que tenemos son una serie de hipótesis, algunas más fuertes y centrales y otras más débiles y periféricas, que pueden interconectarse para formar un programa de investigación marxista. Por ejemplo, la hipótesis de que el conflicto capital-trabajo es central en el desarrollo económico es puramente marxista y puede combinarse coherentemente con muchas otras hipótesis marxistas. Es más, uno puede combinar esa hipótesis central con hipótesis alternativas (teoría del valor, precios mark-up, cambio tecnológico capital-bias o labor-bias, etc.), las cuales a su vez dependen de los instrumentos de medida (que también son sesgados).

En filosofía de la ciencia a veces se usa la metáfora gráfica del puzzle: cada pieza conforma una hipótesis, central o periférica, y el puzzle completo debe aspirar a ser un todo coherente donde todas las piezas encajen. Pero es habitual que cuando la realidad tumba una hipótesis, ésta se sustituya por otra que cumpla bien y mantenga el puzzle aparentemente intacto. La historia del pensamiento marxista está lleno de ejemplos de autores que han usado, en sus investigaciones reales y concretas, muchas de estas hipótesis y han dejado otras de lado en el curso de su desarrollo. Esta visión de la ciencia y el marxismo, dinámica y realista, es mucho mejor y más útil que la pre-moderna tarea de citar incesantemente autores muertos para ver si nuestros pensamientos actuales se ajustan a sus palabras. Es la diferencia entre un instrumento útil y un instrumento fosilizado.  La primera ayuda a cambiar el mundo y la segunda se limita a dar carnets de pureza.

¿Qué hacemos entonces con el marxismo y con el materialismo histórico a la luz de los planteamientos anteriores? En primer lugar, creo que es importante bajarse del fuerte determinismo que emana de su concepción de la historia. La historia no está escrita de antemano por ninguna fuerza providencial y por lo tanto, no cabe presuponer ciertos desarrollos históricos sin la intervención de otras variables no estrictamente económicas. En segundo lugar, tampoco podemos contentarnos con el extremo contrario, el nihilismo y la política de la contingencia, propio de autores posmodernos, que plantean que la propia historia es el resultado de la acción de simples fuerzas voluntaristas. Es cierto que ninguna ciencia social, y tampoco el marxismo, puede modelizar la historia e incorporarla en un marco formal que sirva para predecir y explicar fenómenos, pero también es cierto que tanto en la ciencia social como, sobre todo, en el marxismo, se han obtenido avances significativos que permiten entender determinados fenómenos. Es posible que no podamos afirmar, como Engels, que el marxismo sea socialismo científico o ciencia. Pero sí podemos decir, con más humildad, que Marx «sencillamente, identificó ciertas características del capitalismo muy resistentes al cambio que, por supuesto, no excluyen cualquier otro rasgo complementario»[9]. El marxismo y el materialismo histórico explican ciertamente bien cómo y por qué la política y la economía toman ciertas formas.

Como insiste César Rendueles, «posiblemente, la opción más razonable sea rebajar las aspiraciones de exactitud no sólo del materialismo histórico sino de las ciencias sociales en general»[10]. No debemos confundirnos y pensar que es posible encontrar causalidades en el mundo social idénticas a las que existen en la ciencia natural, sino que más bien debemos concentrarnos en aquellos fenómenos sociales que «son más resistentes al cambio» y que contribuyen a explicar mejor otros fenómenos.

Una de esas cosas que explica muy bien la tradición marxista es la evolución a largo plazo de un sistema económico como el capitalismo. Como decimos, no es necesario asumir el determinismo del materialismo histórico más vulgar para aceptar que la propia lógica del capitalismo va modelando enormes ámbitos de la vida social. Así, por ejemplo, la lógica de la ganancia y la coerción de la competencia es la responsable del incremento desorbitados de planos de la vida que están siendo mercantilizados en las últimas décadas. Este proceso, como tantos otros, parecerían azarosos sin la luz que proporciona la tradición marxista al respecto de cómo funciona el capitalismo.

En cualquier caso, sí creo que debemos recuperar el materialismo histórico, en una versión suavizada, como instrumento útil para la ciencia social y como forma de contrarrestar las tendencias posmodernas cuyos análisis se han desvinculado de la base económica. En este sentido, poner la Economía Política en el centro del análisis, sin pretender que lo pueda explicar todo causalmente, es una de las tareas más imperiosas de la tradición marxista actual. Frente a los estudios marxistas o posmarxistas, que niegan incluso la clase social, es relevante volver a situar la perspectiva histórica y la lógica del capitalismo en primer plano. Al fin y al cabo, los fundamentos del capitalismo no han cambiado, a pesar de que otros muchos aspectos de la vida social sí lo hayan hecho, y por lo tanto una herramienta como El Capital sigue teniendo vigencia.

El marxismo no es, en suma, la llave que abre todas las puertas. El marxismo es, más bien, una humilde herramienta para el análisis social y también para la práctica política. Y al mismo tiempo también es una concepción del mundo, inspirada por esa tradición política y de investigación, que nos anima a mirar determinadas trazas de la totalidad social. Como dice Sacristán, la concepción marxista de mundo «supone la concepción de lo filosófico no como un sistema superior a la ciencia, sino como un nivel del pensamiento científico: el de la inspiración del propio investigar y de la reflexión sobre su marcha y resultados»[11]. En efecto, lo que hace que un investigador de orientación marxista se centre en cuestiones como las clases y la desigualdad y no en otros campos posibles, es la creencia que haciéndolo así se encontrarán más y mejores respuestas. En consecuencia, el marxismo tiene que ir cambiando en la medida que vamos incrementando nuestro conocimiento sobre el mundo que nos rodea y en la medida que va cambiando la sociedad a la que pertenecemos. Todo lo demás me parece fe religiosa, respetable pero ineficaz para responder preguntas.

NOTAS:

[1]Engels, F. (1883): “Discurso ante la tumba de Marx”, disponible en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/83-tumba.htm

[2]Citado en Arnal, S. (2009): “Darwin, Marx y las dedicatorias de El Capital”, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=95700

[3]Sacristán, M. (1980): “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”

[4]Sacristán, M. (1980): “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”

[5]Díez, A. J. y Moulines, C. U. (2008): Fundamentos de Filosofía de la Ciencia. Ariel, Barcelona.

[6]Nogueira, L.C., Nogueira, M.A.C. y Navarro, J. M. (2015): Metodología de las ciencias sociales. Tecnos, Madrid.

[7]Nogueira, L.C., Nogueira, M.A.C. y Navarro, J. M. (2015): Metodología de las ciencias sociales. Tecnos, Madrid.

[8]Nogueira, L.C., Nogueira, M.A.C. y Navarro, J. M. (2015): Metodología de las ciencias sociales. Tecnos, Madrid.

[9]Rendueles, C. (2006): Los límites de las ciencias sociales. Una defensa del eclecticismo metodológico de Karl Marx. Tesis doctoral, Madrid.

[10]Rendueles, C. (2012): “Introducción” en Marx, K. (2017): Escritos sobre materialismo histórico. Alianza editorial, Madrid.

[11]Sacristán, M. (1964): “Sobre el anti-dürhing”