Los salarios son el componente económico más importante del capitalismo junto con la tasa de ganancia, ya que si bien esta última es el motor del sistema los salarios son a su vez la gasolina (debido a que son el estimulante del consumo y el elemento principal que hace las ventas puedan realizarse). Sin embargo, estudiar la evolución de los salarios no sólo sirve como herramienta económica (ver cómo ajustar la capacidad de consumo a la de producción) sino también como herramienta política (defender a los trabajadores del intento permanente por empobrecerlos).

Precisamente por el papel que juegan en la economía el debate está casi siempre contaminado. Un vistazo a los artículos y noticias más convencionales sobre economía nos daría la impresión de que los salarios son un lastre para una economía como la española, mientras que la percepción generalizada de la gente es que los salarios son cada vez más insuficientes para llevar un nivel de vida digno. Corresponde entonces resolver esta brecha de realidad que surge entre lo que es el análisis económico convencional y la percepción social. Y para ello nada mejor que hacerlo de una forma técnica y rigurosa, acudiendo a los datos y procediendo a interpretarlos con cautela.

Antes que nada una matización. En sentido amplio el salario debería entenderse por sus tres patas: salario directo, salario diferido y salario indirecto. El salario directo es aquel que se deriva de las rentas del trabajo o lo que comúnmente llamamos salario o sueldo. El salario diferido son todas las prestaciones por jubilación que vamos a recibir cuando termine nuestra vida laboral y que dependen de la cantidad y calidad de las cotizaciones sociales. Y finalmente el salario indirecto (o social) es aquel que se deriva de la diferencia entre el precio de mercado de un bien y su precio ofrecido por un servicio público, es decir, es lo que dejamos de pagar directamente debido a que el bien o servicio está suministrado a través de lo que se llama Estado del Bienestar y que si por el contrario fuera de prestación privada sería mucho más caro (un ejemplo claro es la sanidad o la educación).

Debido a que vamos a usar estadísticas convencionales (de la Unión Europea) tenemos que centrarnos sólo en las dos primeras patas, que son aquellas que entran en el concepto técnico de «Compensación Salarial». Las compensaciones salariales son, por lo tanto, todos aquellos sueldos y salarios y las cotizaciones sociales. En sentido general podemos entender que es todo aquello que a lo largo del proceso productivo recibirán los asalariados (en oposición por lo que recibirán los empresarios).

Salarios nominales

Lo primero que tenemos que analizar es por lo tanto la compensación nominal, es decir, el salario tal y como lo percibimos a diario. Está medido en euros y no incluye el incremento del coste de la vida. Un incremento o rebaja de salarios nominales en realidad no nos dice demasiado, ya que en última instancia lo que interesa al receptor de salarios es cuánto puede hacer (comprar) con lo que recibe. Si suben los salarios nominales pero sube mucho más el «precio de la vida», es decir, lo que solemos comprar a diario, entonces no estaremos tan contentos. En todo caso, veamos qué ha pasado con los salarios nominales en el período estudiado (1978-2010). Los salarios nominales se calculan a partir de la fórmula (compensación de empleados/número de empleados) lo que quiere decir que estamos ante los salarios nominales medios.

Como se puede comprobar, los salarios nominales han crecido prácticamente en todos los años. Sólo en años de crisis los salarios nominales han caído. No obstante, el crecimiento anual de los salarios nominales se moderó desde finales de los noventa, y desde entonces prácticamente en ningún año creció por encima del 0’05%.  Lo que podemos ver también es que los salarios nominales subieron ligeramente más al comienzo de la crisis (más que en los diez años anteriores) y que sin embargo ahora están creciendo a un ritmo prácticamente del 0%.

Salarios reales

Como hemos dicho, los salarios nominales por sí solos no nos aportan demasiada información. Lo que necesitamos es entonces ver el salario real. El salario real sí tiene en cuenta el «precio de la vida» y por lo tanto es el mejor indicativo del poder adquisitivo de la población. Si los salarios suben más que el precio de las cosas entonces el poder adquisitivo sube y la percepción es de que somos más ricos. Si por el contrario el salario real cae significa que podemos comprar menos cosas con los mismos ingresos y nuestra percepción es de que nos empobrecemos.

Para calcular el salario real se utiliza un deflactor o índice de precios que sirve para «ajustar» los salarios al crecimiento de los precios y medir así la capacidad adquisitiva. Sin embargo esto no está exento de problemas, ya que supone preguntarse cómo medir el incremento de los precios. El mecanismo más utilizado es emplear el índice de precios al consumo (IPC), que mide el crecimiento de los precios de una determinada cesta de bienes de consumo. Es decir, los economistas van siguiendo el crecimiento de los precios de un conjunto de bienes que se consideran de compra habitual y calculan cuánto suben. Y con ese dato (llamado índice del IPC) se deflacta el salario nominal, tras lo cual se obtiene el salario real. Veamos qué ha pasado entonces con el salario real.

Aquí ya vemos una diferencia importante con respecto al primer gráfico. Lo que podemos comprobar es que desde 1978 hasta principios de los noventa los españoles ganaron capacidad adquisitiva, pero que desde entonces y hasta el inicio de la reciente crisis lo que ha ocurrido ha sido un estancamiento de dicha capacidad. Incluso en algunos años se puede comprobar cómo el salario real ha caído (línea naranja) lo que refleja que los salarios han subido menos que los precios. La sorpresa, que luego interpretaremos y resolveremos, es que al inicio de la crisis los salarios reales han subido y mucho. Eso es contraintuitivo, ya que refleja que los salarios suben en tiempos de crisis. En una segunda fase de la crisis, sin embargo, los salarios reales se desploman. Resolveremos esta paradoja más adelante.

De momento vamos a establecer ya una queja sobre la metodología del IPC. En efecto, el índice de precios mide sólo el incremento de precios de algunos bienes, pero no de todos. Es un sesgo importante que debe resolverse, más aún cuando por ejemplo no tiene en cuenta algunos bienes como el de la vivienda. Y sabemos perfectamente que la gente percibe más claramente el empobrecimiento cuánto más se desvía su sueldo de la capacidad de compra de una vivienda, por ejemplo. Los economistas solucionamos este problema deflactando los salarios nominales por el llamado deflactor del PIB, dejando de lado el IPC. El deflactor del PIB mide el incremento de precios de todos los bienes y servicios de una economía y por lo tanto es más adecuado para medir la capacidad adquisitiva. Veamos qué ha pasado con el salario real si lo medimos de esta forma alternativa.


Como podemos comprobar, aquí ya hay algo absolutamente claro: lo que antes era un estancamiento de los salarios reales en la época 1994-2007 ahora es realmente una caída importante de los mismos. En efecto, observando las variaciones interanuales podemos comprobar que los salarios han perdido poder adquisitivo de forma sistemática en todo ese período, lo que significa que se han empobrecido respecto a la capacidad de consumo. No obstante, volvemos a ver cómo en una primera fase de la crisis los salarios reales se disparan y en una segunda caen de forma abrupta. ¿Cómo podemos entenderlo?

¿Salarios al alza en tiempos de crisis?

Este fenómeno no tiene sentido económico, a pesar de que muchos comentaristas se centran en este hecho para justificar la supuesta necesidad de rebajar salarios. Su explicación tiene que ver como casi siempre con la metodología estadística y, en concreto, con un efecto llamado efecto composición.

El cálculo de los salarios reales es el siguiente: [(Salarios nominales totales/Empleados)/(Deflactor de Precios)]*100. Ahí hay más que una sola variable, de modo que interesa ver la evolución de todas para comprender cómo varían los salarios reales. Por ejemplo, una bajada de los precios o del PIB (por ejemplo como resultado de una recesión) incrementará el salario real. Pero eso, en cualquier caso, sería un «evento positivo» para los trabajadores porque incrementaría el poder adquisitivo. Sin embargo, hay otra variable -el número de empleados- cuya evolución dista mucho de ser favorable para los trabajadores.

En efecto, debido a que el salario medio es una media estadística es importante conocer cómo se distribuye. Si todos los asalariados cobraran lo mismo entonces un descenso o aumento del empleo no afectaría al salario medio. Sin embargo, si tal y como ocurre en España la distribución de las remuneraciones es muy asimétrica entonces los efectos finales son muy distintos.

En España sabemos que el mercado laboral es muy dual, lo que quiere decir que hay un estrato de trabajadores fijos (que cobran más) y otro de trabajadores temporales (que cobran menos). Y lo más importante: sabemos que los segundos son los más fáciles de despedir. Así, en un inicio de crisis se da un descenso del empleo que retira del mercado laboral a los empleados peor pagados y eso provoca, automáticamente, un alza estadística en los salarios medios.

Pero a continuación se llega a la segunda fase del ajuste. El incremento del desempleo provoca que haya un gran número de personas formando el «ejército industrial de reserva», es decir, gente dispuesta a trabajar a cualquier precio -pues su vida va en ello. Eso provoca una presión insostenible sobre los salarios de todos los que siguen trabajando, de modo que según se desarrolla la crisis los que aún mantienen empleos ven cómo sus procesos de negociación con los empresarios se congelan y sus salarios se estancan o caen. Eso explica la segunda fase de la crisis: el descenso abrupto de los salarios reales. Vamos a permitirnos verlo gráficamente:

Podemos observar que hay una correlación negativa entre ambas variables, como era de esperar. Cuando el número de empleados sube (y por las instituciones del mercado laboral eso significa entrada de nuevos «precarios») el salario real baja. Insisto en la clave: si todos cobraran lo mismo la variación en el número de empleados no debería afectar al salario real. En los años de la crisis se ve bastante bien: cae brutalmente el número de empleados y sube automáticamente el salario real -primera fase del ajuste. Y aun cuando en 2010 sigue cayendo el número de empleados (pero menos) los salarios reales ya vuelven a caer -segunda fase del ajuste.

En definitiva, el ajuste de la crisis recae sobre la masa salarial. La masa salarial (MS) es el concepto que incluye al salario (W) y a los trabajadores (L). Se define como MS = W * L. En la primera fase de la crisis afecta al número de empleados (L). Y en la segunda al salario (W).

Salarios relativos

Todo esto nos lleva a otro concepto aún más interesante: el del salario relativo. Para Marx, por ejemplo, el salario relativo era mucho más importante que el salario nominal o real. Porque el salario relativo indicaba cuánto más se empobrecían los trabajadores a pesar de que sus condiciones materiales de vida aumentaran. Y esto es así porque el salario relativo mide la proporción de la renta que reciben los trabajadores.

En efecto, la renta al coste de los factores (Y) se distribuye entre trabajadores y capitalistas o, en términos más modernos, entre asalariados (masa salarial: MS) y beneficios empresariales (EBE). En notación puede escribirse que Y = MS + EBE.

Eso significa que de todo lo producido por una economía hay una parte que se quedan los trabajadores y otra que se quedan los empresarios. Vemos cómo ha sido el reparto reciente.

Pues lo que vemos es que la participación salarial en la renta -el salario relativo- ha caído desde 1992 de forma ininterrumpida. Y eso por cierto incluye a la crisis, salvo muy ligeramente en la primera fase como ya hemos apuntado. Los asalariados recibían en 1992 el 69% de la renta, mientras que en 2010 es sólo el 61%. Y a principios de los ochenta era del 73%. Marx, y no sólo él, nos diría que nos estamos empobreciendo continuamente en beneficio de los capitalistas.

Observando la línea naranja, que mide la tasa de variación, vemos que casi siempre está por debajo del 0% lo que es un indicativo del empobrecimiento. Sólo en momentos de crisis la participación salarial sube ligeramente, pero como consecuencia de un descenso en el nivel de beneficios empresariales causado por la crisis misma.

Algunas anotaciones más

Los liberales suelen argumentar que es necesario rebajar los salarios porque así se incrementan los beneficios empresariales, lo que es cierto. Pero lo justifican porque según ellos los beneficios empresariales se destinan a la inversión y eso supone un incremento del empleo. Según este modo de pensar lo que los trabajadores pierden en concepto de Salario (W) lo ganan en concepto de trabajo (L) y de ese modo la masa salarial (MS) se mantiene y, además, se acaba con el paro. Pero esa argumentación incluye una hipótesis no confirmada: la reinversión de los beneficios.

También argumentan que la rebaja salarial supone un incremento de la competitividad debido a que el coste de los salarios influye en el precio final de venta y es necesario reducir éste para poder sacar a la economía de la crisis. Pero esto tiene dos errores graves. El primero, la hipótesis de que de la crisis sólo se sale con un modelo de crecimiento orientado hacia el exterior. El segundo, que olvida que los beneficios empresariales son también un coste y no sólo los salarios.

El otro día vimos que en España de todos los beneficios de las empresas no financieras el 50% se iba a distribución vía dividendos, lo que daba una señal de lo qué se está haciendo con los beneficios en este país. Desde luego no invertir y generar empleo, sino más bien enriquecer a los dueños últimos de las empresas (los accionistas). Esto va en la línea de las tesis que sostienen los teóricos de la financiarización poskeynesiana (que consideran que las finanzas están ejerciendo una punción sobre la economía productiva) y los teóricos neo-marxistas (que consideran que el capitalismo está en crisis permanente y que no puede reinvertir los beneficios de forma rentable en la economía productiva, motivo por el cual se desplazan a la esfera financiera o a remunerar a los directivos y accionistas).

Y también vimos el otro día que los precios no sólo suben porque los salarios suban sino que también pueden subir por la subida de los beneficios empresariales. Es decir, el precio (P) es la suma de los Costes laborales unitarios nominales (CLUn) y de la participación de los beneficios empresariales en la renta (EBE/Y). Así que si un país tiene que ser competitivo en precios (y no todos los países pueden serlo a la vez) no sólo puede concentrarse en los costes laborales sino también en los beneficios empresariales. Y la falta de competitividad de la economía española no viene marcada por la subida de salarios sino por la subida de los beneficios empresariales, algo que se explica al ver los costes labores unitarios reales.

Finalmente un añadido. Las clasificaciones de la contabilidad nacional agrupan a todos los tipos de asalariados, y eso conlleva un sesgo importante también. De hecho, la evidencia empírica para otros países indica que cada vez hay un abanico salarial más amplio, lo que significa que los grandes asalariados distorsionan mucho la muestra. En la teoría marxista hay varios estudios sobre estructuras modernas de clases y reflejan que la desigualdad es creciente no sólo entre capitalistas y trabajadores sino entre los propios trabajadores.

ANEXO

El anexo está actualizado aquí.

Notas:

He elaborado este post tras mantener una serie de discusiones con otros economistas críticos, como Nacho Álvarez y Antonio Sanabria, a los que agradezco mucho sus contribuciones y ayuda.