El habitual debate acerca del mejor método para gestionar los diferentes servicios que existen en la vida económica ha girado siempre en torno al aspecto privado o público de éstos, pero siempre de forma reduccionista. Cuando hablamos de gestión privada hacemos referencia a aquella organización administrada por personas o entes cuyo único fin es la maximización de beneficios (1). Así, se funciona bajo este criterio tanto en la pequeña empresa de distribución de alimentos como en la multinacional de confección de ropa.

De acuerdo con esto, si ofrecer bienes y servicios con un mínimo de calidad no es rentable, sencillamente no se hace. En España, a nivel local tenemos muchísimos ejemplos debido a que en los últimos años la privatización de los servicios ha sido la nota predominante. Gracias a los medios de comunicación también hemos comprendido que la basura, al ser rentable, abunda (2). La regla es la misma: servir a los beneficios.
Cuando hablamos de gestión pública, en cambio, estamos hablando de la organización que dirige su actividad productiva en función del interés social, entendido éste como el deseo de aquel colectivo bajo la tutela del Estado.

La diferencia salta a la vista: mientras la gestión privada obedece al crecimiento económico, en tanto le sirve cual creyente a su Dios, siempre obteniendo unos suculentos dividendos por ello, la gestión pública obedece a las necesidades sociales de un colectivo que, al fin y al cabo, conforma la vida económica.

Una empresa pública puede, no obstante, desviarse de sus objetivos y perseguir fines que en modo alguno responden a las demandas de la población. Sin embargo, esto no es achacable al carácter público en sí mismo, sino al funcionamiento interno de la organización, es decir, a una falta de democracia en la gestión.

Y ese es un aspecto que no suele ser tomado en cuenta nunca. Los ciudadanos no tienen acceso a los órganos de gestión de una empresa privada mientras no posean dinero para adquirir las diferentes acciones en las que esté dividida la misma. La privatización es, en consecuencia, una medida antidemocrática.

El ciudadano puede, en cambio, modificar el sentido de una organización pública a través de la democracia representativa, en la cual él votará a quienes luego marquen las directrices de la empresa. Este funcionamiento es deficitario en términos de democracia real, y genera muchos de los problemas achacados a la gestión pública –corrupción y tráfico de influencias (3)-, ya que la función del individuo está limitada al derecho de votación ejercido cada varios años.

Un paso más allá en términos democráticos se está dando en muchos lugares del mundo, donde diferentes metodologías participativas se están imponiendo al tradicional modo de entender la política. Especialmente en América Latina, pero también en poblaciones de España, las administraciones públicas están delegando (4) sus competencias en asambleas ciudadanas donde todas las personas tienen voz y voto para decidir en qué se emplearán los recursos y cómo se hará. El sujeto pasivo se convierte en sujeto activo.

Tales métodos, profundamente democráticos y de implicación directa, son las prácticas contrarias al poder del más fuerte, básicas en los sistemas autoritarios y en los liberales, y evidencian que la gestión organizacional puede ser otra, mucho más justa.

Podemos ser gobernados, administrados, flexibilizados y convertidos en recursos, al mismo nivel que la coca-cola, para un conjunto minoritario de individuos, o bien podemos tomar las riendas de nuestro propio destino y aceptar que todos somos parte de la vida, al mismo nivel que la naturaleza.

Notas:

(1) También existe el empresario paternalista que ejerce su actividad de forma altruista, pero además de ser una figura absolutamente minoritaria, no está exenta de pertenecer a un método antidemocrático, en tanto que sólo él decide cómo gestionar la empresa.

(2) Hay que tener presente que afirmar que la basura abunda porque es rentable (su oferta) no es lo mismo que decir que esa basura es rentable porque abunda (su demanda). La programación actual, culturalmente deficiente, resulta rentable porque es fácil de realizar en comparación con otro tipo de programación de distinta índole, y actualmente se mide en función de demanda que ella misma ha creado.