El ataque especulativo contra Grecia y España, un tema que ha tenido una importante resonancia mediática, nos sirve como ejemplo para examinar algunos procesos de extraordinaria importancia que tienen lugar en el capitalismo de nuestros días. En particular, nos permite poner el foco de atención en la lógica del sistema y en algunos instrumentos financieros muy habituales. Y muchos se preguntaran, ¿qué es eso de la lógica del sistema? y ¿qué son los instrumentos financieros? Trataré humildemente de explicarlo brevemente.

La lógica del sistema tiene que ver con la función que realiza el mismo y con su modo de articulación con otros sistemas. Teóricamente, y así se puede leer en cualquier manual de economía, el sistema financiero tiene como función canalizar recursos desde las unidades económicas que ahorran hacia las que consumen. Es decir, el dinero de quienes ahorran (por ejemplo, los hogares) es utilizado por quienes consumen (por ejemplo, las empresas que deciden invertir, esto es, comprar nueva maquinaria o contratar trabajadores) gracias a que existe un sistema financiero (por ejemplo, concretizado en los bancos). En el capitalismo de nuestros días, llamado financiarizado, esta lógica se ha modificado sustancialmente hasta el punto de que esa necesidad por parte de los «consumidores» queda insatisfecha en muchas y cada vez más ocasiones.

En este capitalismo financiarizado han proliferado gran cantidad de nuevos agentes o sujetos financieros (fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguros, hedge funds, fondos soberanos, etc.) y otra gran cantidad de nuevos instrumentos  o productos financieros (swaps, futuros, opciones, etc.). En realidad, y en tanto que integran el sistema financiero, la función de todos estos nuevos elementos es la de optimizar la función teórica asignada y ya descrita arriba. Se supone que en este sistema financiero modernizado la función de servir a la economía real (a las empresas para invertir y a los hogares para consumir, pero también a los Estados) está muy mejorada. Sin embargo, la realidad está mostrando cada día cómo esto es cada vez menos cierto.

Los Estados tienen que afrontar continuamente decisiones de gasto que requieren recursos económicos. Si no tiene suficientes recursos puede emitir la llamada deuda pública, esto es, títulos financieros que dan derecho -al comprador y por ende propietario de los mismos- a percibir una rentabilidad acordada en la emisión. El Estado subasta esos títulos entre todos los compradores potenciales, y en esa subasta se determina el tipo de interés que se aplicará, es decir, la rentabilidad que el comprador obtendrá al vencimiento. Y hay títulos diferentes en función del plazo de vencimiento: letras, bonos y obligaciones. En la subasta se cruzan la oferta (la cantidad de títulos puestos en circulación) y la demanda (la cantidad de potenciales compradores), y el tipo de interés resultante dependerá, en líneas generales, del deseo de disponer de deuda pública y de su calidad. Si la calidad de los títulos es buena (es decir, no es probable que se produzca un impago) el Estado podrá vender sus títulos a tipos de interés más bajos (y dado que los paga él, más le conviene). Si por el contrario la probabilidad de impago es mayor, los compradores exigirán una rentabilidad mayor para asumir el mayor riesgo.

¿Y cómo valoran los inversores -compradores de estos títulos financieros- la calidad de la deuda pública? En principio deberían hacer un análisis de los fundamentales, esto es, de las variables macroeconómicas del Estado en cuestión, algo que serviría para juzgar la calidad de la deuda. Pero como es demasiado trabajo, los inversores acuden a las agencias de calificación, que son empresas privadas que asignan unos niveles de calidad a los títulos. Y de entre los aspectos que valoran estas agencias uno es clave: el endeudamiento. Si la deuda es muy alta, el riesgo de impago es mayor, menor calidad tendrán los títulos emitidos por el Estado, mayor tipo de interés tendrá que pagar éste y menos «barato» le resultará emitir nueva deuda.

Para evitar que esto pasara, el Estado griego realizó operaciones de «contabilidad creativa» para ocultar su alto endeudamiento y poder así ser calificado mejor por las agencias. Pero para llevar a cabo esta «contabilidad creativa», es decir, falsear las cuentas, hacía falta un segundo actor. Y éste fue el banco de inversión estadounidense Goldman Sachs. Goldman ofreció un préstamo al Estado griego que, sin embargo, contabilizó como una operación con instrumentos derivados, concretamente con un swap. Al parecer las normas contables de los estados están más anticuadas y son más susceptibles de padecer estos problemas, pero en cualquier caso lo que se produjo fue un ocultamiento de la información real del endeudamiento. De esa forma el riesgo de impago aparenta ser menor de lo que en realidad es. Y Goldman se llevó una millonaria comisión por todo ello.

Sin embargo, Goldman Sachs está también implicado en las apuestas en contra del propio Estado griego. Y es que dado que tarde o temprano la contabilidad creativa iba a ser revelada, y así las deudas reales del Estado, Goldman apostaba en contra del Estado a partir de otro instrumento derivado: los credit default swap (CDS).

La compra de estos instrumentos permite proteger al tenedor de un título (por ejemplo los bonos de un Estado) frente a los impagos. Si yo tengo bonos del Estado que están compuestos por el nominal más un 2% de rentabilidad, y quiero asegurarme frente al impago puedo comprar un producto CDS y pagar al vendedor del mismo (por ejemplo, un banco) una cantidad determinada, por ejemplo un 1’5%. Si no hay impago yo gano un 0’5% y el banco un 1’5%, y si hay impago recibo una cantidad igual al nominal del bono y el banco se queda con la deuda impagada.

Y quien tiene la información gana. Todo apunta a que Goldman compró CDS que ahora está vendiendo mucho más caros, debido a que los rumores de impagos han empujado al alza el valor de estos productos (la subasta concluye con tipos de interés más altos). Por lo tanto, doble negocio para Goldman, que con un juego sucio y que ahora está siendo investigado por la Reserva Federal de Estados Unidos, se hizo de oro.

Es sólo un ejemplo anecdótico de cómo funciona el capitalismo de nuestros días, pero es importante comprenderlo porque tiene gravísimas consecuencias. El dinero está fluyendo hacia los bolsillos de una pequeña élite con mucho poder e información, mientras que las consecuencias son pagadas siempre por los más desfavorecidos; en este caso el pueblo griego que tendrá que afrontar un plan de ajuste severo y dirigido por quienes apoyan este capitalismo financiarizado y de casino.