Publicado en Buenos Días, revista de IFMSA-Zaragoza*.

Es el mundo al revés. Los gobiernos occidentales se han lanzado a nacionalizar bancos, una práctica socialista, para salvarlos de las quiebras a las que estaban sentenciados como consecuencia de una pésima gestión empresarial. Por otra parte, los directivos, responsables máximos del fiasco, han sido despedidos con indemnizaciones multimillonarias que dejan muy atrás las reivindicaciones clásicas de los sindicatos acerca del coste del despido.

Cualquier persona puede, después de echar un vistazo a toda la cronología de acciones y hechos consumados en esta crisis, llegar fácilmente a la conclusión de que en realidad lo que verdaderamente importa, tanto en economía como en política, es el tamaño del capital.

Los mismos bancos que ahora han tenido que ser rescatados por el dinero público habían obtenido beneficios mil millonarios en los años previos a esta crisis. Así, los cinco bancos de inversión más importantes de Estados Unidos tuvieron 130.000 millones de dólares en ingresos sólo en el año 2006. La razón: lo que algunos partidarios acérrimos del eufemismo más hipócrita han venido a llamar ingeniería financiera y que nosotros resumiremos con el concepto de “estafa”. Se trata, someramente, de complejos mecanismos financieros que permiten a los bancos conceder más préstamos que en condiciones normales, y revenderlos posteriormente para seguir aumentando dicha capacidad. Dado que el negocio básico de los bancos es la concesión de préstamos, es inmediato comprender que con estas novedosas fórmulas financieras estas entidades salían sobradamente beneficiadas.

Esos préstamos, muchos de ellos con alto riesgo de impago, pasaban por una cadena de intermediarios que se aprovechaban de ellos obteniendo una parte de cada una de las amortizaciones. Se había creado una pirámide en cuya base se encontraban personas de carne y hueso que pagaban mensualmente sus cuotas al banco, y encima de los cuales se encontraban entidades de toda naturaleza jurídica cuyo único objetivo era hacer dinero a través del mismo dinero.

Cuando la base de la pirámide dejó de contribuir, así fuera sin querer, la estafa dejó de funcionar. Y en esta situación, las autoridades políticas han acudido prestas en ayuda de los estafadores atrapados en su propia trampa. Así, mientras los pingües beneficios se repartieron en su momento entre accionistas privados, las pérdidas las hemos soportado los contribuyentes, esto es, quienes pagamos religiosamente nuestros impuestos.

Los efectos de esta estafa no tardaron en aparecer. Miles de personas en el tercer mundo murieron de hambre como consecuencia directa de la crisis, por el aumento del precio de los alimentos. Aquellos especuladores e instituciones buitres que se encontraban en la cima de la pirámide dejaron de invertir en el mercado financiero, ahora en crisis, para trasladarse al mercado de futuros de materias primas. Es en este mercado donde se determinan los precios de las mismas, y las acciones especulativas presionan al alza los precios. Así que directamente, con unos cuantos clicks de ratón, los inversores conseguían que familias enteras que pasaban por serias dificultades para comprar alimentos básicos, ya no pudieran hacerlo definitivamente. Un crimen contra la humanidad, como lo denominó Jean Ziegler. Pero un crimen perpetrado por fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos y demás inversores institucionales que contaban con la complicidad de los bancos centrales y de los gobiernos que permitieron y permiten este orden económico mundial con reglas que cada vez se reducen más al “todo vale para hacer dinero”.

La crisis financiera se ha llevado miles de minutos en los medios de comunicación, mientras que sus efectos en el tercer mundo o en las familias humildes del mundo rico apenas han merecido unos breves apuntes. Doble vara de medir que también se ha reflejado en las ayudas de los gobiernos. Sólo una pequeña parte de la ayuda a fondo perdido dada a los bancos serviría para salvar de la muerte, la malnutrición y la pobreza a millones de personas, de acuerdo con los datos de las Naciones Unidas. ¿Por qué para ellos, que se encuentran en el último escalón de este mundo nuestro, no hay dinero?

Pero también, ¿por qué para nosotros, que estamos entre los privilegiados, tampoco? El gobierno de Bush negó unos meses antes de la crisis unos programas de mejora del precario sistema de sanidad estadounidense alegando costes económicos desorbitados. Éstos no alcanzaban la mitad del fondo para los bancos aprobado hace unos meses con motivo de la crisis bancaria. De forma similar, Zapatero ha congelado las becas en los presupuestos de 2009, amén de otras partidas de gastos, pero recientemente ha dotado con más de 50.000 millones de euros a un fondo de ayuda a los bancos.

Y para rizar el rizo, mientras los culpables de esta situación son salvados con dinero público, o indemnizados de forma millonaria por sus propias empresas, los gobiernos piden ahora al ciudadano medio de occidente que aguante el tirón. Como si no llevara ya años haciéndolo involuntariamente. En España los salarios reales (el salario una vez tenido en cuenta el creciente coste de la vida) se han reducido un 4% en los diez últimos años de bonanza económica. Dicho de otra forma: a los trabajadores les toca una parte cada vez menor de una tarta paradójicamente cada vez más grande. Y eso en períodos de bonanza económica. Ahora en plena crisis los empresarios están pidiendo nuevas rebajas salariales y nuevas normativas para el mercado laboral que cuentan con el apoyo de los gobernantes y que sin duda mermarán aún más la calidad de vida de los ciudadanos de occidente.

Todo esto nos debería hacer reflexionar acerca del mundo en el que vivimos.

En primer lugar, salta a la vista que lo hacemos, ante todo, engañados. No es normal que lo que nunca haya valido empiece a hacerlo cuando interesa al poder. Y que desde ese momento, como en una mala copia de la novela 1984, los medios de comunicación nos intenten convencer de la benevolencia de las medidas como si todo lo dicho décadas atrás no hubiese sido real.

En segundo lugar, deberíamos rescatar al tercer mundo y a los servicios públicos del ostracismo al que están sometidos. El poder los machaca con sus políticas y los ignora en los medios cuando esto sucede, pero siempre que hacen falta para ganar votos se citan en grandes discursos repletos de inútil retórica. Es urgente cambiar la agenda de los políticos, actualmente más preocupados por salvar el dinero de los ricos que por mejorar la salud del resto de la población mundial.

Y en tercer lugar, deberíamos comenzar a plantear alternativas a un sistema que funciona tan miserablemente. ¿Por qué permitimos que nuestros impuestos se destinen a salvar los negocios oscuros de unos pocos mientras dejamos que los servicios públicos se deterioren, así como también lo hacen el medio ambiente y la calidad de vida en general? ¿Por qué tenemos que trabajar más y más horas si luego nuestra situación no hace sino empeorar? En definitiva, ¿de qué sirve contribuir al crecimiento económico si no disfrutamos del mismo?

Salud, Amor y Rebeldía,
Alberto Garzón Espinosa

* IFMSA-Zaragoza es la Asociación de Estudiantes de Medicina de Zaragoza para la Cooperación Internacional.