La reivindicación de la III república no es sólo un acto simbólico, aunque sin duda ello también lo es. Más profundamente se trata de un ejercicio para repensar el modelo político-económico que queremos para este país. El modelo actual está profundamente deteriorado en sus formas y caducado en su fondo, y requiere un cambio radical y urgente.

El tan cacareado cambio del modelo productivo no puede llevarse a cabo exitosamente si no es modificando antes y de forma radical las relaciones sociales que se han afianzado en España a lo largo de decenas de años. Un país como el nuestro no puede dejar de depender de sectores como la construcción y el turismo, y empezar a fortalecer su economía real a partir de criterios como la articulación entre sectores y la sostenibilidad medioambiental, si no combate antes el parasitismo social que desde el final de la II República se instaló en España.

La falta de una verdadera transición, de tipo rupturista, obligó a España a heredar las viejas costumbres del franquismo, tanto en el ámbito político como en el económico. Eso explica en gran parte la cultura caciquista dominante en las redes políticas, la enorme fuerza del clero y, sobre todo, la incapacidad de la clase empresarial para innovar y crear sanos escenarios de crecimiento económico. En España ha primado, más que en ningún sitio, el amiguismo, el enchufismo, el rentismo, el parasitismo y la falta de cultura política, a la vez que poco a poco se ha abierto paso una conciencia individualista que amenaza con destruir los pocos pero importantes avances sociales acometidos tras el final del franquismo. Es esta trayectoria la que ha alcanzado su tope con la actual crisis económica.

La III República se presenta entonces no como un simple cambio de forma, en donde un rey es sustituido por un presidente, sino como una modificación sustancial en la forma de entender la democracia. Ello conlleva también y necesariamente recuperar el papel de lo colectivo, volviendo a unir los lazos quebrados tras tantos años de individualismo atroz, a través de políticas públicas orientadas a tal fin y a través del fortalecimiento del papel de la clase trabajadora. Y por supuesto implica la rearticulación de su economía hacia una forma de producir, distribuir y consumir mucho más sensata, organizada y sostenible.

La crisis tiene que verse económica y políticamente como una oportunidad, y este es el momento histórico para realizar una verdadera transición en España.