Como mis compañeros saben que siempre estoy dispuesto a ello, me suelen pasar en muchas ocasiones los textos de sus trabajos de facultad para que les eche un vistazo y se los corrija en la medida en que yo pueda o sepa, ya sea en aspectos de contenido o de forma. Normalmente, y voy a ser sincero, estamos hablando de documentos desastrosamente organizados, con una estructura lógica inexistente y con un nivel gramatical realmente pésimo.
No soy profesor, sino estudiante, pero por la razón antes apuntada estoy en condición de asegurar que la calidad de los textos, tanto en su forma como en su contenido, no está en absoluto necesariamente relacionada con la nota media del alumno. La razón está en que no es lo mismo estudiar (en el sentido oficial, es decir, el de memorizar) que formarse como persona con cultura.
He llegado a encontrarme con estudiantes de notas medias altísimas (incluso máximas) que no saben estructurar un texto de forma que sea mínimamente coherente. Frases construidas de tal forma que realmente uno cree que lo escrito es obra de un chaval de primaria y no, como resulta ser al final, de un universitario en sus últimos cursos.
Normalmente preguntas a un estudiante universitario (o de secundaria, por extensión) si lee, y se obtiene como respuesta el típico: «lo justo», que quiere decir que sí, pero que sólo la materia de examen… y ni siquiera al completo. Todo lo que vaya más allá es innecesario (en relación al objetivo de aprobar) y, por lo tanto, inútil. Tras ese razonamiento se esconden, desgraciadamente, la mayoría de estudiantes.
La consecuencia lógica es que nos podemos encontrar con estudiantes prácticamente autómatas (perfectos en la racional misión de aprobar un examen) con un bajísimo nivel de cultura general, y encontrar también estudiantes con notas medias mediocres pero con una formación general muy trabajada. Y en un sistema educativo basado en la discriminación en base a criterios cuantitativos, es decir, por notas de corte, nos encontramos con injusticias considerables.
Plan de Bolonia
Los nuevos planes de estudio universitarios (el famoso plan de Bolonia) modifican la metodología de estudio, haciendo de la formación académica un proceso mucho más dinámico. Esto, que es necesario, resulta insuficiente en tanto que no corrige el problema de la hiperespecialización, principal culpable de la incultura generalizada de los universitarios.
Pongámonos en el caso de los estudiantes de Economía, que hoy tienen que emplear su tiempo en estudiar asignaturas tales como Matemáticas, Estadística, Econometría, Marketing, Contabilidad, Dirección de Gestión, Teoría Económica, etc., todas ellas absolutamente parcializadas y sin apenas relación entre ellas (incluso, a veces, contradictorias en sus enseñanzas). ¿Sirve de algo tener que estudiar todas estas asignaturas de otro modo, encerrados en bibliotecas y en salas de informática como se pretende?
Aplicando únicamente este nuevo sistema no va a cambiar nada. Simplemente vamos a ahogar a los estudiantes con horas y horas de estudio intensivo y especializado, impidiendo que ese tiempo se destine a otras tareas que sí responden a un deseo real por aprender más completamente. ¿Qué tiempo nos queda para coger y trabajar un libro de otra disciplina, por ejemplo?
Planes alternativos
La solución está en crear otros planes de estudio diferentes a los actuales, y que tengan en su base un claro compromiso de transdisciplinariedad. Un estudiante de Economía debería estar obligado a saber de Antropología, de Filosofía, de Historia Económica, o de Sociología, por ejemplo, en los grados que corresponda.
Cruzar asignaturas entre carreras relacionadas, aunque eso conlleve un incremento del gasto público y un incremento considerable del tiempo mínimo de estudio universitario, es la única solución para corregir la actual e importantísima deficiencia educativa que padecemos.
Obviamente esta solución está profundamente reñida con las necesidades del mercado, ese ente inmaterial que busca individuos que reúnan dos características: estén lo mejor preparados posible para realizar tareas concretas (y, como consecuencia, sean también incapaces de comprender sus aportaciones a un sistema que les trasciende) y que estén disponibles lo antes posible.
Pero nosotros no queremos una sociedad de inútiles e incultos, que sirvan sumisamente al poder económico e, insistamos, a la clase dominante. Queremos una sociedad libre compuesta de personas formadas y cultas, capaces de construir un mundo sobre base más justas y democráticas.
Necesitamos una inmediata y radical reforma de los planes de estudio universitarios, en la línea antes apuntada de transdisciplinariedad, porque de lo contrario vamos a perder la oportunidad de formar personas con conciencia dispuestas a enfrentarse con solidaridad ante los nuevos peligros del siglo XXI.
Y en este asunto no podemos tolerar que nos metan un gol, porque con la educación nos lo estamos jugando todo. Tenemos la necesidad de decir NO al proceso de BOLONIA.
Gracias por tus acertadas reflexiones. Considero que das en el clavo en muchas de tus aportaciones, la Universidad se está modelando al servicio del mercado y no se busca la formación de personas, sino como bien comentas, nos forman para ser productores y consumidores, de modo que perdemos muchos puntos de vista social y nos encaminan hacia un pensamiento único, que será el desastre de la educación.
Gracias y sigo leyendo tus comentarios, porque dan mucha luz y nos pemiten tener una visión más real, a la vez que sirven como elemento educativo de la sociedad. Creo que eres muy necesario en este momento de oscuridad.
Sinceramente, no sé nada del sistema educativo universitario, ni nada del plan Bolonia, a pesar de tener una hija que ha comenzado ahora su carrera. Sin embargo, si creo una cosa: la cultura no es una cuestión universitaria. La cultura, entendida en su sentido más amplio, viene dada por el interés de cada individuo en obtenerla. Yo sólo tengo el bachillerato, pero sin embargo me considero un hombre culto, y ello es por que me ha encantado y sigue encantándome leer. En mi opinión, el fomento de la lectura en los niños es el quid de la cuestión, así como el provocar en ellos la inquiertud por esas cosas que nos hacen más cultos, (visitas a museos, a yacimientos arqueológicos, a zonas naturales, etc.) lo cual no siempre es fácil. Después está la inclinación de cada niño. Yo no he conseguido que mis hijos lean, a pesar de mi ejemplo y de la facilidad de acceso a libros, y eso ha sido, en mi humilde opinión, por que ellos tenían otros gustos y otras inclinaciones, no tanto la lectura.
De todos modos, dice el refrán que «nunca es tarde si la dicha es buena», y si esa culturización empieza en la universidad, bienvenida sea.
Salud-os.