Las tareas asistencialistas de los Estados siempre son bienvenidas. No sobran, por decirlo así. Y es evidente que tenemos la obligación moral y política de acoger a las personas que huyen de las guerras. Nosotros somos un pueblo que también sufrió el exilio, y padecimos tanto la insolidaridad como la solidaridad de pueblos vecinos y hermanos. Hemos aprendido, o al menos deberíamos haberlo hecho. Pero conviene también que seamos conscientes de las causas; del por qué la gente huye de sus tierras, dejando atrás recuerdos y vidas enteras. Porque podría ser, como de hecho ocurre, que esas personas estén huyendo de las guerras que la OTAN crea por todo Oriente. Podría ser, y de hecho así es, que se esté dando con una mano –y mal, con subasta y precio- lo que con la otra se está quitando. Quizás convenga, en definitiva, ser más claros y menos líquidos. Podríamos comenzar por dejar de decir aquello de “Bienvenidos Refugiados”, que está bien, para volver a insistir en el “No a la guerra”.