(Hilo de twitter)

Estos días se reúne en Biarritz el G-7, un club que integra a siete de los países más ricos del mundo y en el que debaten sobre el futuro económico. Una de las cuestiones que más se está discutiendo allí y en otros foros es sobre la crisis económica venidera. Pero ¿qué posibilidades reales existen de que se produzca?:

La economía es una ciencia social y, por tanto, no es una ciencia exacta. Ello significa que no es posible averiguar con precisión cuándo ocurrirá un determinado fenómeno, como, por ejemplo, una crisis. Pero sí es posible, por experiencia y estudio de relaciones, saber en qué condiciones es más probable que suceda.

Para ir examinando esas condiciones se usan múltiples indicadores, ninguno válido por sí mismo y todos precarios. Son usados como señales de alarma. El más citado al calor de los debates recientes es el de «inverted yield curve», que es una gráfica que merece la pena explicar.

Lo primero que hay que saber es que una «yield curve» se refiere al rendimiento de los productos financieros emitidos por agentes como países o empresas. Cuando un país o una empresa quiere endeudarse para acometer una inversión puede recurrir a la emisión de títulos financieros. La curva refiere a esta opción.

En efecto, emitir un título es una forma de endeudarse. El Estado, por ejemplo, emite títulos que al venderse a los inversores permiten recibir dinero inmediato a cambio de un compromiso de pago futuro. Son contratos que varían en función de la cuantía, duración y rendimiento, entre otras cosas.

Cuando un Estado, por ejemplo, emite un título financiero lo hace por subasta competitiva. El Estado vende X títulos y a partir de la subasta se obtiene el precio. Si hay muchos compradores, el precio será alto (y el rendimiento bajo). Si hay pocos compradores, el precio será bajo (y el rendimiento alto).

El rendimiento se refiere al tipo de interés que el inversor recibirá a cambio de haber prestado dinero al Estado. Por eso si hay muchos inversores queriendo los títulos el Estado tendrá que pagar menos que si hubiera pocos inversores. Oferta y demanda en el mercado financiero.

No todos los títulos son iguales. Una importante diferencia es la duración, es decir, el tiempo por el que los inversores prestan el dinero. En España los títulos de meses de duración se llaman Letras del Tesoro. Los títulos de dos, tres y cinco años se llaman Bonos y los de diez, quince y treinta años se llaman Obligaciones.

En principio los títulos de mayor duración otorgan rendimientos más altos, por la sencilla razón de que los inversores esperan una recompensa más alta por prestar el dinero durante más tiempo. Y eso se nota tanto en la subasta como en los mercados secundarios (la segunda mano de estos títulos). Así, en condiciones normales la «yield curve» mostraría una curva positiva que refleja cómo a más duración del título, mayor rendimiento.

Pero hay ocasiones en las que los inversores se lanzan masivamente a por los títulos de largo plazo que emiten los países, y de algunos países en particular. Esto sucede en momentos de desconfianza, cuando tener el dinero invertido en países como Estados Unidos o Alemania es de lo más seguro porque no pueden quebrar.

Si eso sucede, y los inversores buscan títulos más seguros, entonces se compran más títulos de largo plazo y más títulos de los países más ricos. Es una forma de intentar protegerse de las volatilidades, especialmente cuando la inflación no es un problema. Ello da lugar a la «inverted yield curve» de la que tanto se habla.

Una curva de rendimientos invertida es extraña, porque supone que los títulos a corto plazo dan más rendimientos que los títulos a largo plazo. Los inversores se acumulan en los segundos y su rendimiento cae. Ahora mismo hay una veintena de países desarrollados con la curva invertida, destacadamente EEUU.

Como se puede ver en el siguiente gráfico, la «yield curve» de EEUU está invertida porque comprar un título a 6 años es menos rentable que comprar un título a corto plazo, por ejemplo.  Los inversores parecen irracionales. Pero, ¿qué puede significar?

Desde 1955 cada vez que la «yield curve» de EEUU se ha invertido se ha producido una recesión económica, a veces unos meses después y otras con algún año de retraso. Si esta dinámica se mantuviera, una crisis económica en EEUU estaría asegurada en el corto plazo. Y probablemente en muchos otros países.

Obsérvese que en el caso de España, Alemania y Francia la curva también está invertida en el corto plazo, aunque con una anomalía propia de una zona euro inundada de liquidez: los títulos están en negativo o en cero. Ello quiere decir que los inversores están pagando por prestar dinero. Algo sumamente extraño, pero resultado de las políticas monetarias recientes.

Desde que los bancos centrales iniciaran tras la anterior crisis un enorme festival de dinero gratis para los grandes bancos, en programas conocidos como «quantitative easing (QE)», los mercados financieros se han inundado de dinero. Sólo el BCE se ha pasado cuatro años inyectando una media de 50.000 millones de euros al mes.

Esas condiciones anormales permitirían explicar las burbujas en los activos financieros y, según algunos economistas, podría ser la razón de la «inverted yield curve». Así que, quizás, la curva no esté prediciendo una crisis. Lo que sí hay seguro es una alta desconfianza y mucha inseguridad. Temor a la crisis. JP Morgan cree que la probabilidad va del 40% al 60%.

Lo cierto es que el crecimiento económico mundial se está ralentizando y la producción industrial en los países más ricos se está desplomando. Los inversores se están preparando para otra crisis porque hay alarmas, y en el sistema financiero las «profecías autocumplidas» no ayudan demasiado.

Si estallara finalmente la crisis, cosa probable, instituciones como Gobiernos y Bancos Centrales lo tendrían bien difícil. En los últimos diez años han gastado todas sus balas en política monetaria, y pasar a la política fiscal sería dar(nos) la razón a los economistas heterodoxos. Sería hablar de inversión, estímulos e incluso redistribución.

Hasta ahora la política monetaria expansiva ha servido para mantener al enfermo en cuidados intensivos, pero los límites de esa estrategia están apareciendo con claridad. Incluso en la sacrosanta sede del ordoliberalismo alemán surgen discrepancias. El ministro quiere política fiscal y el Bundesbank dice que no.

La posición del Bundesbank es representativa de lo que será la inmediata reacción del BCE. Tras una desastrosa y ortodoxa gestión de Trichet (2003-2011), fue Draghi quien en 2012 sacó al BCE ligeramente del esquema ordoliberal. La próxima presidenta, Lagarde, tendrá que romper amarras con más fuerzas.

Pero no es fácil. Estatutariamente el BCE sólo se preocupa por la inflación, y las medidas heterodoxas de Draghi fueron duramente criticadas por los economistas alemanes. Con todo, el BCE ahora sólo puede aspirar a bajar los tipos y comprar más activos. Inyectar dinero. Más de lo mismo… que no funciona.

Sin expectativas de beneficio no hay inversión empresarial ni crecimiento económico. Y da igual de cuánto dinero se pueda disponer. Keynes lo llamó «la trampa de la liquidez» ya en los años treinta del siglo XX. Con mercados saturados y/o sin demanda suficiente, la política monetaria no sirve. Se necesita política fiscal.

El problema europeo y español es que ataron al BCE como Ulises a su mástil, y ahora que se sabe que no son sirenas tampoco se puede hacer nada. Porque el BCE debería ser el que financiara los programas de estímulos directamente, evitando la especulación financiera que se genera(rá) por los diferenciales entre países de la zona euro.

Me temo que la Unión Europea no está en este momento preparada para abordar una nueva crisis económica. Además, con el Brexit y el ascenso de los populismos de ultraderechas los problemas se multiplican. La reverberación política de todo esto es insondable.

Es verdad que economistas como Bill Mitchell han cuestionado el propio indicador de la «yield curve», pero comparten que los riesgos de recesión son altos, aunque por la austeridad y la ineficiente política monetaria. Y predice también un relanzamiento de la política fiscal.

No obstante, otros economistas críticos como Michael Roberts han defendido que tampoco la política fiscal servirá esta vez y que la recesión es inevitable precisamente por la naturaleza de la crisis dentro del sistema económico capitalista. El sistema debe purgarse.

En suma, parece muy probable que habrá pronto una nueva crisis en el corazón de la economía-mundo, es decir, en EEUU. Las consecuencias son imprevisibles y dependen de cómo utilicen los instrumentos los diferentes gobiernos. De momento hay poca o nula coordinación. ¿Qué podemos esperar de Trump, Merkel, Macron, Johnson o, aquí, de Sánchez?