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Principios anticapitalistas

Reniego de un sistema económico como el capitalista cuyos fundamentos he estudiado y en los cuales reconozco gran parte de la responsabilidad de las penurias que sufre la humanidad hoy en día. Considero, como Marx, que el capitalismo ha sido un sistema económico positivo desde el punto de vista de la emancipación individual y la liberación de las capacidades técnicas, todo lo cual ha posibilitado a la sociedad alcanzar niveles de bienestar material sorprendentes. Sin embargo, la propia dinámica del sistema y su sumisión ante el concepto de “crecimiento económico” ha impedido que dichos avances puedan ponerse al servicio de todos y que sean respetuosos con el medio natural en el que vivimos. Simultáneamente, también es visible un proceso de regresión social en el que la población vive cada vez en peores condiciones (salarios, vivienda, tiempo libre, contaminación, etc.) a pesar del notable avance técnico alcanzado.

Entiendo igualmente que la presión de la competencia capitalista en la búsqueda por la ganancia económica empuja a todos los agentes económicos (empresas, hogares y Estados) hacia una carrera sin fin que nos conduce hacia el desastre medioambiental, amenaza con destruir las relaciones humanas y acaba por exterminar las propias vidas mediante las guerras y el hambre.

Las políticas socialdemócratas y la cooperación al desarrollo

Es evidente que es preferible que existan medidas paliativas frente a las consecuencias del subdesarrollo a que no existan. Prefiero que las ONG acudan a ayudar a los refugiados a que los dejen morir mientras huyen de la guerra, de la misma forma que prefiero que los países desarrollados donen el 0′7% de su riqueza a los países pobres a que no lo hagan. Pero considero que en ninguno de los casos es la solución. Lo mismo ocurre con las políticas socialdemócratas y, en general, con todas las medidas destinadas a mejorar el Estado del Bienestar dentro de un sistema económico capitalista. Prefiero una mejor redistribución de la renta dentro del proceso productivo aunque eso implique que los empresarios siguen apropiándose plusvalías, a una alternativa donde eso no ocurra.

Soy, en consecuencia, partidario de políticas de cambio estructural o políticas radicales. Radicales porque pretenden resolver el problema de raíz y no únicamente paliar las consecuencias del problema. Pero renuncio absolutamente a considerar enemigos a los reformistas y a quienes, como ellos, hacen esfuerzos por mejorar la situación de las personas en este sistema económico. Serán objetivo de mis críticas, por supuesto, pero en ningún momento caeré en la absurda obsesión por considerarlos los principales enemigos del cambio real.

El arribismo político y la izquierda falsamente alternativa

No soporto, en cualquier caso y en cualquier sitio, el arribismo político. Para mí la política es la forma de transformar ideologías en hechos, y sin duda para ello es necesario previamente disponer de una mínima base teórica que sustente la supuesta ideología. En caso contrario nos encontramos con un espectáculo dramático en el que las marionetas responden a los estímulos continuos que sus dueños y jefes dictaminan desde arriba.

Tampoco considero que los grupúsculos políticos minoritarios y casi unipersonales y las tendencias contraculturales sean efectivamente alternativas al sistema. Los primeros porque, siguiendo el razonamiento visto más arriba, carecen de un programa político y estratégico realista. Y los segundos, como los reductos hippies o la derivación perrofláutica de éstos, porque sencillamente caen en el error de considerar que operan fuera del sistema. En realidad e inevitablemente son parte del sistema y, muchas veces, de forma mucho más arraigada de lo que parece. Aunque comparto algunos aspectos de sus respectivas filosofías y sobre todo de sus denuncias sociales, veo más bien que la adscripción a tales modas responde a una necesidad de autocomplacencia emocional más que a una respuesta en positivo ante lo denunciado.

Mis referentes teóricos

Mi principal referente teórico, quien vertebra mi pensamiento, es el marxismo. La obra de K. Marx es para mí una fuente de inspiración prioritaria, si bien no un producto teórico completo y cerrado. Los trabajos de los autores neomarxistas como P. Baran, P. Sweezy, J. B. Foster o F. Magdoff son también para mí una poderosa herramienta para entender el mundo moderno. Más autores marxistas que me han influido son D. Harvey, G. Duménil, D. Lévy, A. Shaikh, X. Arrizabalo, M. Husson, F. Chesnais y C. Lapavitsas. La concepción aún más heterodoxa de autores como K. Polanyi, A. Bhaduri, S. Marglin, E. Palazuelos, M. Kalecki, M. Keynes, H. Minsky, E. Stockhammer, O. Onaran, M. Aglietta, A. M-G. Tablas, J. M. Naredo, J. Robinson, J. Torres, V. Navarro o E. Hein completan el núcleo de los autores más influyentes en mi pensamiento. Puede decirse, por lo tanto, que mi pensamiento es deudor del pensamiento heterodoxo marxista y postkeynesiano, y con un toque de atención fundamental a la ecología política.

En el campo de los no economistas también han sido de importancia para mí pensadores como S. Zizek, E. Morin, J. Baudrillard, G. Debord, Z. Bauman, N. Chomsky, T. Eagleton, H. Hesse, A. Gramcsi y V. Lenin.