La manifestación de este 1º de mayo me pilló en Tenerife, donde fuimos unos cuantos miles (no me atrevería a dar ninguina cifra) pero a buen seguro muchos menos de los que podríamos haber sido. Algo parecido ocurrió en Madrid y Málaga, lugares donde tenía conocidos que me informaron al respecto, y en tantas otras ciudades donde los manifestantes no fueron tantos como se esperaba. Especialmente en una coyuntura como la actual, donde la crisis se agudiza día a día.

A todos nos surge la misma pregunta: ¿qué les pasa a los sindicatos de este país? ¿Por qué no salen a la calle a defender sus derechos y a decir bien alto un «No pasarán» a las reformas neoliberales que distintos gobiernos de toda Europa amenazan con aplicar? ¿por qué ese miedo a la huelga general? ¿cómo es posible que un partido como Izquierda Unida esté pidiendo a los sindicatos que la convoquen y éstos hagan oídos sordos? Ya escribí en otro momento que ese y no otro es el mejor instrumento que pueden usar los trabajadores para enseñar los dientes y presionar al gobierno. ¿Acaso no lo saben?

Algunos sindicalistas me han comentado que hay un gran miedo a convocar una huelga general y… que no vaya casi nadie. Los niveles de afiliación sindical son bajísimos y aún menos el activismo de los sindicalistas, de tal forma que a algunas manifestaciones ni los propios sindicalistas acuden. Una huelga general a la que no acudieran los trabajadores sería una victoria para la derecha económica, y una derrota mortal para los grandes sindicatos. Unos sindicatos que no han sabido adaptarse a la globalización neoliberal y que ha visto como las sucesivas reformas laborales les han debilitado cada vez más, mientras que se alejaban de sectores potencialmente objetivo (inmigrantes, precarios, etc.).

Pero también está el ciclo político. Los sindicatos no se mueven porque tienen miedo de herir a un «gobierno amigo», esto es, a un gobierno que se dice de izquierdas. Yo, que soy caprichoso y sólo creo en los hechos y no en las palabras, no puedo considerar al gobierno de Zapatero «gobierno amigo» de los trabajadores, pero entiendo que otros lo hayan hecho. Sin embargo, entiendo que ya es hora de que reconsideren esa idea.

Por otra parte está el vacío ideológico de los sindicatos, y es que, a pesar de tener a grandes profesionales de todos los sectores en sus filas, en los últimos años la actividad intelectual ha brillado por su ausencia. Y con ello también el activismo en la calle. Sindicatos de despacho, de refugio, y no sindicatos propositivos con ideas de futuro acerca de cómo organizar la sociedad.

En todo caso, lo cierto es que en las bases de los sindicatos se están moviendo cada vez más. Sin embargo, según se asciende en la jerarquía de los mismos esa pasión crítica va desapareciendo, y esa situación daña profundamente los intentos de sus afiliados por reforzar sus filas. ¿Cómo va a convencer un sindicalista de base a sus compañeros de trabajo, para que se afilien al sindicato, si desde arriba sus dirigentes se postran ante el poder muy servicialmente?

La clase trabajadora, en definitiva, está dormida y desorientada. El imperio del individualismo ha triunfado y aquí cada uno se está buscando la vida como puede, lejos de las organizaciones colectivas tradicionales. Además, muchos ciudadanos de izquierdas (trabajadores y estudiantes) que se sienten de izquierdas se niegan a sumar sus fuerzas a esas organizaciones por su actitud presente, que consideran claramente insuficiente.

Y los sindicatos son sin duda alguna el instrumento necesario para enfrentar las reformas neoliberales que se avecinan. Y en conjunción con los partidos políticos de izquierdas, en España con Izquierda Unida y otros, plantear propuestas en positivo para salidas progresistas a la crisis. Son estas organizaciones colectivas, insisto, las que tienen la clave para la izquierda. Sin ellas la izquierda no puede avanzar, pero ellas no conseguiran la base social que necesitan si no cambian de actitud muy radicalmente.