Por Desiderio Cansino Pozo y Alberto Garzón Espinosa
Durante las dos últimas décadas del siglo XX se ha comprobado científicamente que la actividad humana está deteriorando o provocando cambios sustanciales en el planeta. Hasta entonces existían percepciones de que la actividad productiva provocaba problemas de contaminación y explotación (en sentido destructivo de la naturaleza) en las zonas donde se asentaba la actividad industrial, pero dichos problemas eran percibidos localmente. Afortunadamente, sin embargo, hoy en día ya existe consenso a la hora de aceptar que la amplitud del problema es global.
No en vano, el sistema productivo dominante se caracteriza por una cadena de producción de bienes de consumo duradero fragmentada alrededor del mundo, y por procesos de cultivo y distribución de los alimentos que provoca que éstos puedan recorrer varios miles de kilómetros desde el punto de origen hasta el punto de destino. Además, la cultura despilfarradora de usar y tirar que rige en occidente, así como la esquilmación de la vida animal y vegetal que rompe el equilibrio biológico de los ecosistemas a los que pertenecen son también signos propios del actual modo de producción y consumo.
Siendo el planeta el soporte vital para el ser humano, sorprende que la actividad del hombre ponga en peligro su propia supervivencia y la del resto de las especies. No obstante, en la historia y en las diferentes culturas existentes hasta la fecha, el hombre no siempre ha jugado el papel destructor de la naturaleza actual, sino que también ha adoptado el rol de protector de la naturaleza y “representante” preocupado por todas las especies vivas.
Los cambios determinantes: La Revolución Industrial y los postulados clásicos
Con anterioridad a la revolución industrial la sociedad se organizaba de forma que el impacto que producía al medio ambiente era relativamente leve. La economía y la subsistencia social dependían de la agricultura, por lo que era necesario configurar un entorno adecuado para no producir un desgaste natural que impidiera la reproducción agrícola.
Sin embargo, en el imaginario y cultura europea, que es donde se origina el capitalismo y surge la revolución industrial, es predominante la concepción judío-cristiana que sitúa al hombre y a la mujer en el centro de la creación del mundo. Bajo esta visión, el ser humano, como ser protagonista de la creación del mundo, tiene todos los recursos naturales que desee plenamente disponibles para su uso y disfrute.
Pero no sólo es la cultura y la visión antropocéntrica del mundo la que configuró un sistema capitalista miope con la dimensión ambiental. Los adelantos técnicos, los avances en las ciencias físicas y naturales, la filosofía cartesiana, la física newtoniana, etc., ayudaron a sostener la creencia en un mundo de progreso infinito y oportunidades materiales ilimitadas para el ser humano que ignoraban el daño ambiental provocado.
En este sentido, con el nacimiento de la Economía Política clásica, se introduce plenamente la lógica mecanicista y la racionalidad occidental en la visión que la economía actual aplicaría después. J. M. Naredo describe en su “La Economía en Evolución” cómo se produce el desplazamiento ideológico en la ciencia económica a lo largo de la historia de la economía, concluyendo que es a partir de los clásicos cuando los autores que escribían sobre la actividad económica abandonan la preocupación por la relación existente entre ésta y el medio natural en el que se inserta. Desde ese momento el mero crecimiento económico se convierte en la prioridad fundamental, casi de una forma dogmática y prácticamente nunca puesta en duda.
De hecho, los enfoques fisiocráticos, previos a Adam Smith, contenían en su seno la idea según la cual la producción no debería separarse del mundo natural. Los autores clásicos, en cambio, rechazando esa idea pasan a concebir la posibilidad de un progreso ilimitado mediante la simple multiplicación de mercancías como fenómeno ajeno a los procesos de obtención de las mismas.
Bajo estas nuevas ideas, el modo de producción, el ciclo de vida de un producto, la formación de necesidades materiales artificiales, la lógica capitalista de valorización continua del capital, las estructuras institucionales, etc., fueron amoldadas a unas circunstancias ajenas al sistema natural.
De esta forma el sistema económico capitalista , con una proyección de expansión infinita, olvida que se inscribe en un marco natural y abierto a escala global. Marco que está compuesto por multitud de sistemas biológicos y naturales que permiten que los sistemas económicos-sociales puedan existir al dotar a sus modelos productivistas de los recursos y energías que necesitan.
En todo caso, el deterioro del medio ambiente producido por la actividad económica es una cuestión técnica que se materializa con independencia de la forma en la que se constituyen las clases sociales dentro del sistema económico. Esto quiere decir que incluso en una sociedad capitalista más igualitaria, pero que funcione bajo la misma lógica, el proceso de deterioro seguiría avanzando irremediablemente. De la misma forma, un sistema económico respetuoso o incluso subordinado al medio ambiente podría seguir manteniendo relaciones de desigualdad muy acusadas.
El problema también reside en que los procesos de redistribución están asociados necesariamente, dentro del capitalismo, a procesos de crecimiento económico. Esto supone un posible nexo entre una mayor redistribución y un mayor deterioro del medio ambiente. Y si renunciamos, como hacen los autores del decrecimiento, a la posibilidad de continuar la senda del mayor crecimiento económico sin seguir perjudicando al medio ambiente, tenemos que aceptar que la complementariedad de las escuelas centradas en la cuestión medioambiental y las escuelas centradas en la redistribución sólo puede darse en un marco de reconocida crítica al capitalismo.
Y es que a pesar de que el capitalismo es relativamente joven, es tan fuerte su impacto que ha provocado que el equilibrio ecológico del planeta se deteriore hasta el punto que se teme por la supervivencia del planeta mismo. Esta constatación se puede comprobar con fenómenos empíricos como el cambio climático, la destrucción de bosques, la esterilidad de tierras, la esquilmación de vida terrestre y marina o la irreversibilidad de algunas acciones humanas. Pero sin duda, estas constataciones se confirman de forma teórica cuando las analizamos desde la ecología y cuando incorporamos en el análisis las leyes termodinámicas.
Reflexiones
Mientras la ciencia económica continúa profundamente obsesionada con el crecimiento económico, ignora a su vez y por completo la destrucción ecológica a la que sometemos diariamente al planeta.
La enorme dimensión de la guerra abierta desde el capitalismo a la naturaleza no es irrevocable, y es necesario e imprescindible alcanzar a corto plazo la paz. Pero para ello el sistema social-económico imperante tiene que aceptar una serie de limitaciones necesarias. En este sentido, los agentes sociales y las instituciones han de tener un papel activo durante todo el proceso de cambio, ya que la actual lógica del sistema capitalista parece no ofrecer respuesta automática al problema.
Para alcanzarlo se requiere imponer un cambio radical dentro de la lógica del modo de producción y consumo, como ya hemos visto antes; un cambio también en la organización demográfica, evitando los desplazamientos innecesarios de las personas; la eliminación de las guerras, que destruyen la naturaleza y no sólo las vidas humanas; el fomento de la reparación y reciclaje de los distintos elementos de uso cotidiano, así como la prolongación de su vida útil; huir de la lógica del “cuanto más mejor”, depredadora de energías y recursos; y adoptar una visión colectivista de la sociedad. Se hace urgente concebir un sistema económico en el cual el ser humano, sin dejar de ser el centro de la creación, adopte el rol de preservar y defender el medio natural.
Es urgente construir una sociedad que no comprometa la sostenibilidad del medio ambiente, aunque para ello hay que comenzar por lo más difícil: aceptar el cuestionamiento radical que requiere nuestro modo de vida, sin que ello signifique una renuncia a cualquier tipo de avance tecnológico o sanitario. Es imprescindible incorporar en este planteamiento a los Países del Sur, en condiciones de igualdad y redistribución equitativa. En este cuestionamiento es imprescindible tener en cuenta la necesidad de integrar el sistema económico y social en coherencia con las limitaciones del sistema natural global.
En consecuencia, la búsqueda de los economistas debe centrarse en la consecución de un sistema económico justo, igualitario y que acepte estar integrado en el sistema natural, con todo lo que ello conlleva. Eso puede suponer en la práctica cambiar los modelos productivos: acercando los centros de producción a los de consumo, reduciendo el gasto energético en todos los niveles, apostando por la energía solar, renunciando al crecimiento económico como fin y tomándolo, ajustado por las restricciones, como medio para otros fines más amplios.
JOHN GRAY Y EL IRREALISMO MÁGICO ANTE LA CATÁSTROFE CLIMÁTICA.
«Cambio climático y extinción del pensamiento», es un artículo de John Gray, que es catedrático emérito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics, publicado por el país. En el mismo se dicen muchas cosas ciertas, de entre ellas la más señera: que el crecimiento de la humanidad es el factor central de la actual extinción de especies, y podríamos decir que también de las demás sintomatologías que acompañan lo que hemos dado en llamar cambio climático, por eludir su realidad catástrofe climática.
Sin embargo, el artículo adolece de parcialidad enjuiciando al ecologísmo, y no porque sean falsas sus razones al abordar dichas alternativas por el realismo político, Sino que adolece de parcialidad por afrontar la cuestión de lado, sólo desde la superficie, sin penetrar en los orígenes que sin embargo apunta, pero en los que no desea penetrar.
Sí, porque efectivamente el origen se centra precisamente en el crecimiento exponencial de la humanidad, exponencial con el nacimiento del capitalismo. Y precisamente por ello, aun siendo la razón más contundente del artículo no penetra en ella, ¿por qué el capitalismo ha supuesto al aceleración exponencial de la población? Algunos podrían pensar que los beneficios adquiridos, alimenticios entre ellos, han permitido dicha aceleración encontrando en la multiplicación de panes y peces su origen. Pero lo cierto, es que en otras épocas y civilizaciones anteriores al capitalismo y posteriores al Neolítico, aumentos en la productividad se traducían en la liberación de tiempo de trabajo.
El trabajo desde el Neolítico, es decir, el rol desempañado en el proceso de producción, ha venido siendo el elemento que organiza la sociedad y determina todas las relaciones sociales, es decir, el intercambio. De forma que el primer acto de relación e intercambio radical es el propio rol o desempeño en el proceso productivo. Producción e intercambio o relación y organización son faces del mismo momento o espacio, que diferenciamos lingüísticamente para poder aprehender dicha realidad, pese a que la ideología contribuya de dicha forma a ocultarla, solapándolas como si fueran distintas pese a su origen radical y posterior desarrollo.
El capitalismo ha acelerado exponencialmente los procesos de transformación del entorno intrahomine y con la naturaleza, porque toda productividad se ha dirigido a la maximización de beneficio, dado que la argamasa social se ha fundado absolutamente sobre dicho beneficio. Si en la sociedad de Poderoso cabellero es Don Dinero se encontraba el balbuceo del capitalismo, todavía estaban los estertores de fidalgos caballeros que preferían morir de hambre y tener un Lazarillo antes que trabajar; sociedades éstas últimas, donde la relación era de dependencia personal no fundada en el beneficio, aunque trabajo y beneficio existieran.
Con el Capitalismo, la plusvalía del trabajo sea comercial, fabril, intelectual…, se convierte en la única relación que atraviesa todos los estamentos sociales. Su beneficio, en cualquiera de sus formas, sea dineraria, inversiones, capital fijo, salario…, es el objetivo que reproduce los estatus sociales y alimenta su movilidad. De forma que toda acción humana es absorbida por Él y gira sobre el mismo, pero como hemos dicho es plusvalía del trabajo que se retroalimenta, dando lugar a la elevación exponencial del factor base de dicha plusvalía, la especie humana.
El autor del artículo, debería interrogarse sobre cómo resetear un sistema crecentista a otro decrecentista demográficamente (solución implícitamente planteada en su artículo); y sobre cómo organizar o fundar las relaciones sociales en el mismo.
Sobre todo, debiera interrogarse sobre qué medios nos podrían permitir dicho decrecentismo y nueva relación.
Alguna vez se ha hablado de que la disyuntiva planificación o libre mercado es irrealismo mágico, pues vivimos dentro de un sistema que como tal tiene dinámicas y tendencías propias, pese a que la economía este centralizada por un grupo escaso de transnacionales, cuyo núcleo duro alcanza la cuarentena.
Núcleo que a lo más reproducen sus intereses y alcanzan a direccionar, pero no a controlar el sentido del propio sistema. Y por ello ante la catastrofe climática -eufemístico cambio climático- estan estudiando como escapar sus CEOS a otros planetas, o a sobrevivir en otras alternativas, distópicas todas, si las comparamos con sus vidas y entornos actuales.
John Grey adolece de irrealismo mágico al exponer -no sé que pensará sólo lo que expone- que los desequilibrios estratégicos y sus consecuencias cruentas son el principal motivo de no abandonar las energías fósiles, pensando en Arabía Saudí, Rusía, Irán…; cuando debiera citar los intereses de las grandes energéticas del Mundo que come y su enmallado financiero… ; fallo argumental que será recursivo en su exposición por personificar al sistema capitalista dotándolo de bondad, cuando como sistema es independiente de sus partes, por importantes que sean.
Muy probablemente no seamos capaces de superar los retos y la extinción de la especie este próxima, pero no sólo por la catastrofe climática u otros eventos traídos a la visibilización por los medios. Sino fundamentalmente por no ser capaces en el Mundo que come de intervenir para efectuar la actual revolución de las infraestructuras de una forma equilibrada, que evite los desastres en las relaciones e intercambios que hasta aquí han existido en la Historía reciente de la humanidad siempre que hemos asistido a un cambio de paisaje y relaciones humanas. Es más probable y probablemente más cercana la extinción vía relación intrahomine, que la temida catastrofe climática; y probablemente ésta este muy vinculada a la solución o explosión que adoptemos sobre nuestra propia forma de intercambiar y producir.
Sin embargo, ante la doble pirueta extintiva de la humanidad y su madre, la Tierra, también se abre la posibilidad de desandar el reloj de la distopía, como nunca. La elevación cuántica de la próxima productividad hegemónicamente automatizada, nos sitúa a explorar terrenos de relación y vida social no sujetos al trabajo -aunque toda relación sea actividad-, que por tanto abren la puerta a la sostenibilidad del decrecimiento demográfico, tal y como ya ocurre dónde otros sistemas de vida y sostenibilidad en el tiempo se han demostrado más viables que tener una prole numerosa -pongamos que hablamos del envejecimiento de Europa- .
La menor huella ecológica vendría determinada por un vector el decrecimiento demográfico sostenido, y de otra parte por el cambio de paradigma energético. El coste marginal cero se acerca para las producciones conocidas, y alcanzando la energía -si ésta fuera limpia- revolucionaría no sólo las comunicaciones, sino toda la producción conocida y la de nuevos materiales por conocer.
Desandar lo andando es probable, pero primero hemos de superar el reto de implementar las revoluciones de las infraestructuras, de la producción y el intercambio, sin provocar los desequilibrios y Crisis que hasta aquí han existido. Y ello, sólo es posible con la acción interventora de los Estados y la anuencia más o menos consentida y/o interesada de las transnacionales. Sin embargo, hasta la fecha la lucha lo es por el control de la información y conexión de todas las infraestructuras y psiques del mundo a través de redes apropiadas por una pocas instituciones.
Ninguna gran fuerza geopolítica y económica de la escena internacional se ha planteado que la única fórmula de reequilibrar la actual situación, es negando la dinámica de apropiación de dichas instituciones. Sino liberando a los sistemas y motores de las redes del control de instituciones particulares, sean estatales o privadas, y colaborando en la colaboración de redes y motores que similunda a programas o sistemas operativos libres, permitan a la propia comunidad liberarla de las malas prácticas, como se liberan de virus los sistemas operativos libres.
El internet de las cosas no puede alumbrarse desde la apropiación del mismo por ningún estado o institución privada. Escribía el analista económico Paul Mason en su libro «Postcapitalismo», que la alternativa al actual capitalismo podría ser un superordenador que operará como una red dando respuesta automáticas. Juan Carlos Monedero, nos avisaba de la posibilidad de que dicho superordenador fuera el Gran Ojo de la novela distópica. Si el internet de la cosas, que implementa el conocimiento sobre tod@s nosotr@s, se aplicará en los parámetros institucionales actuales, el temor distópico de Monedero sería realidad, independientemente de como se apellide el titular. Si el internet de las cosas se implementa desde una operativa mucho más democrática, participada y abierta, podría llegar a funcionar como una red neuronal que aportara información sin invadir la intimidad y por ende sin capacidad de un mayor control sobre nuestra percepción de la realidad.
En definitiva, es posible alumbrar una nueva revolución del intercambio, la producción y los servicios, que no suponga la extinción por exsacerbación de las tensiones. Es posible que dicha revolución de no malograrse, permita el decrecimiento demográfico fundando las relaciones sociales en paradigmas ex-novo a partir de la automatización de las condiciones de existencia y bienestar material. Y sobre todo, si estos nuevos paradigmas tienen una base energética limpia a coste marginal cero o cercano, es posible una industria del reciclaje y la descontaminación, y es posible la implementación de nuevos materiales igualmente limpios.
El reto es grande, pero se antoja menor que colonizar otros planeta antes de cargarnos nuestro hogar, la Tierra; y mejor que asistir estoicamente a la extinción.
Un cordial saludo.