Un buen amigo me contó hace unas semanas que, a la salida de un partido de fútbol, le preguntaron al filósofo Jean Paul Sartre por su opinión sobre el encuentro. Él contestó: «en el fútbol todo se complica por la presencia del rival». Creo que aquella respuesta, de fino sarcasmo, podría ayudarnos a comprender lo que está sucediendo en la izquierda.

Partamos de una constatación. La situación de la izquierda es, como mínimo, irritante. Obsérvese por un momento el abanico de noticias publicadas durante los dos últimos meses, aunque algunas se hayan gestado desde hace mucho más tiempo. En Galicia una corriente de EnMarea ha decidido presentarse en solitario a las elecciones generales, encabezada por quien fuera su candidato en las pasadas elecciones autonómicas; en Cataluña una peculiar corriente de Catalunya en Comú ha decidido quebrar la unidad y pactar en las generales con una fuerza independentista; en Valencia el partido de Compromís ha anunciado que concurrirá a las próximas elecciones por separado; en Madrid la corriente de Íñigo Errejón ha salido de Podemos para montar una candidatura regional, y no está descartado que haya hasta tres candidaturas a la izquierda del PSOE; en Madrid ciudad la alcaldesa Manuela Carmena ha echado de facto a las organizaciones políticas para sustituirlas por un equipo de allegados y afines que sólo responden ante la propia Carmena; en Asturias el excoordinador de IU y diputado desde 1991, Gaspar Llamazares, rompió con IU y decidió montar un partido con el que presentarse a las elecciones europeas y ahora al Congreso de los Diputados. Podría seguir, pero creo que es suficiente…

No me digan que no es como para sumarse a aquella famosa sentencia de Estanislao Figueras pronunciada al dimitir de su cargo como Presidente de la I República y poco antes de irse del país: «estoy hasta los cojones de todos nosotros». Desde luego, a buen seguro cada uno de esos actores tiene su propia explicación, por supuesto razonada, de dicho modo de actuar. Pero este cúmulo de decisiones hacia una mayor fragmentación electoral han hecho modestas las pretensiones irónicas de La Vida de Brian. Y, además de hacernos perder el tiempo, han elevado el nivel de frustración y rabia de la base social de izquierdas de este país.

Todo ello, además, en un momento muy distinto al de 2015. En efecto, el espacio de la izquierda se ha estrechado en este tiempo. La ola reaccionaria que tenemos encima, no sólo en España, ha cambiado la dirección del viento que soplaba favorablemente hasta hace unos años. Estados Unidos, América Latina, Centroeuropa, Europa del Este y otras grandes regiones están siendo pasto del crecimiento del autoritarismo y la reacción. En España la izquierda nos hemos desmovilizado, la derecha se ha activado y radicalizado y la combinación nos ha llevado, de momento, a un gobierno reaccionario en Andalucía. Además, el PSOE ha conseguido crear un marco adecuado para su táctica electoral hasta tal punto que podría decirse que están inmersos en una larga campaña publicitaria desde la moción de censura. Todo ello, sumado a errores propios, ha ido cristalizando en un progresivo descenso del espacio político de Podemos, IU y las confluencias desde inicios de 2016.

Hay quien cree que todo esto puede cambiarse con golpes de efecto o creando nuevas plataformas y partidos que alumbren nuevas opciones. La historia, sin embargo, nos demuestra que las más de las veces se trata de meras operaciones en transición hacia otros espacios políticos más firmes. En ocasiones es oportunismo, a veces hasta personal, y otras veces es mero voluntarismo que no termina de cuajar. Otros creen, por el contrario, que es momento de refugiarse en espacios más cómodos y reducidos, aunque se asuma su más que probable escasa o nula representación institucional. Incluso vuelve cierto izquierdismo que rememora los viejos debates de la I Internacional acerca de la utilidad de estar en las instituciones. Como si no existieran opciones intermedias entre creer que la institución lo resuelve todo y creer que sin presencia institucional todo es más fácil.

Yo creo que hay alternativas. Para ello necesitamos una buena diagnosis, organizaciones coordinadas y un horizonte. Y todo ello aderezado con buenas dosis de realismo: en política además de las gestiones individuales de los dirigentes también importan, y diría que especialmente, las dinámicas sociopolíticas, las correlaciones de fuerzas y lo que en otro tiempo se llamaron «las condiciones objetivas». Y tanto en la gestión del ciclo político que va desde 2011 a 2016 como en la actualidad no sólo han influido e influyen las buenas o malas decisiones de la izquierda, sino también las condiciones económicas e incluso las decisiones de los adversarios. Como en el fútbol, el otro equipo también juega y eso lo hace todo un poco más complicado.

En estos dos años Podemos ha sufrido mucho como consecuencia de una gran cantidad de polémicas de importante alcance. No pretendo entrar en ellas; basta con no negar que han existido. Pero como se puede observar en el repaso inicial, estas polémicas están lejos de ser una cuestión exclusiva de la fuerza morada. Como también están lejos de ser un asunto sólo vinculado a los errores propios. Por eso me parecen de tanta ingenuidad aquellas nuevas divisiones que están empujadas por la ilusión del «yo estoy libre de pecado».

Creo que no engaño a nadie si recuerdo que enfrentamos un ciclo electoral complejo para la izquierda española. Y para el país. A los retos sociales, territoriales y ecológicos, sobre los que ya hemos abundado en otras ocasiones, hay que sumar los retos políticos que nos impone la amenaza del avance reaccionario, un hipotético gobierno de PSOE y Ciudadanos y una ley electoral que penaliza severamente la fragmentación electoral. No es poca cosa, y en consecuencia conviene no perder el norte.

Mi opción es clara: dar la batalla para atraer y movilizar el voto de la izquierda de la manera más unitaria posible. No podemos permitirnos el lujo de ir separados a las elecciones, porque lo que nos jugamos tiene que ver con si somos capaces de plantear un proyecto político alternativo al del neoliberalismo y la reacción. Esto no quiere decir que no tengamos diferencias entre nosotros, desde culturales hasta organizativas, sino que la responsabilidad frente al futuro es compartida y de mucha mayor magnitud.

Yo creo firmemente en esta unidad estratégica, y por eso pido a militantes y simpatizantes de Izquierda Unida que voten SÍ al preacuerdo de unidad electoral con Podemos y otras fuerzas políticas. Votamos desde hoy lunes hasta el próximo domingo. Si sale favorable, después de las elecciones estaremos en condiciones de repensar, reconstruir, consolidar y fortalecer nuestro espacio político. Considero que no cabe otra opción razonable ni para Izquierda Unida, ni para la izquierda ni para las familias trabajadoras ni para España. Pero sin este acuerdo, y sin muchos otros, estaremos divididos, fragmentados y dispersos ante monstruos para los cuales, paradójicamente y a pesar de nuestra obstinación, somos esencialmente lo mismo.